¿Quién no te quiere a ti, Liñán?

El bailaor granadino Manuel Liñán regresa a la XXIII Bienal de Flamenco de Sevilla con un espectáculo donde explora las múltiples caras que tiene el amor, desde la sensualidad más exacerbada a las pasiones más canallas

Manuel Liñán regresa a la Bienal de Flamenco de Sevilla presentando 'Muerta de Amor' en el Teatro de la Maestranza
Manuel Liñán regresa a la Bienal de Flamenco de Sevilla presentando 'Muerta de Amor' en el Teatro de la Maestranza MAURI BUHIGAS

XXIII Bienal de Flamenco de Sevilla - Manuel Liñán - Muerta de Amor - Teatro de la Maestranza

Ficha técnica:
Espectáculo:
Muerta de Amor – Artista: Compañía de Manuel Liñán – Lugar: Teatro de la Maestranza (XXIII Bienal de Sevilla) – Fecha: 16 de septiembre de 2024 – Aforo: Lleno – Baile: Manuel Liñán, Alberto Sellés, Juan Tomás de la Molía, Miguel Ángel Heredia, José Ángel Capel, David Acero y Ángel Reyes – Cante: Juan de la María y Mara Rey – Guitarra: Francisco Vinuesa – Instrumentos: Víctor Guadiana – Percusión: Javier Teruel.

Que Manuel Liñán no te deja un minuto tranquilo en la butaca ya lo sabíamos, pero que fuese capaz de reinventarse de nuevo tras el exitoso Viva, rizar el rizo y sacarse de la chistera Muerta de amor. Un espectáculo donde las distintas caras que presenta el amor es el protagonista, a medio camino entre la copla y el flamenco. Una obra que muestra claramente que estamos ante uno de los grandes genios de la escenografía, la danza y lo jondo de este último tiempo.

Tan sensual como canalla, Muerta de Amor consigue mantener al público en una tensión que va claramente in crescendo como es habitual en él, dejando patente una vez más que los clichés, tabúes, estereotipos y demás etiquetas encorsetantes son algo tan del pasado, que no hace falta ni recordarlo. Y que la vida está para vivirla, disfrutarla, sentirla y, sobre todo, amarla.

Dos horas de espectáculo made in Liñán, que apuestan todo al rojo, en un escenario donde se viven momentos de alta intensidad con un elenco de artistas esclavos de un amor que nadie mejor que Juan Solano ha descrito nunca, junto a Rafael de León, tal y como deja patente Mara Rey en la obertura.

Y es que este claro homenaje a la pasión en todas sus formas ofrece al público un viaje a través de diferentes atmósferas, entre las que Liñán va interviniendo y cosiendo conceptos en mayor o menor medida —salvo la última— como la seducción, la imaginación y lo carnal, a través de diferentes estímulos.

Oído, tacto, vista, gusto y olfato entran en juego en diferentes escenas, en las que incluso el cuerpo de baile canta. ¡Y cómo canta! De entre todos los pasajes, destacan por encima de las demás —sin desmerecer a nada cuanto ocurre— los que tuvieron lugar con Miguel Ángel Heredia, entre soleares de Triana, bulerías y las coplas Rojo Clavel y El último minuto de Juan Solano y Rafael de León. Una coreografía de alta escuela, solo posible por quien está tocado por la varita mágica de la genialidad.

"Si esto empieza así, ¿qué va a dejar para después?", se preguntaba alguno entre el patio de butacas, sin saber que el siguiente en entrar en liza era el diamante en bruto de Juan Tomás de la Molía, que puso bocabajo al Maestranza, tratando de seducir por alegrías a su alter ego Liñán. Junto a él, protagoniza un apasionado paso a dos por tangos con los que se refrendaba que la faena estaba hecha.

Al igual que el pasaje por sevillanas con Alberto Sellés, que hace tiempo dejó la vitola de promesa para ser una autentica realidad. Y cuya coreografía de brazos y manos previa tenía ya al público absolutamente entregado. Un Francisco Vinuesa en estado de gracia a la guitarra y solo un ancho lazo rosa, que marcaba las distancias, les valía para hacer de nuevo verdad que los cuatro palos de este cante son una historia de amor con final feliz. Y si quienes las bailan son Liñán y Sellés, no hace falta que se le ponga fin al cuento, porque no quieres que acaben nunca.

Y como pieza central de todo — que si hubiera acabado el espectáculo ahí tampoco pasaría nada— la soleá de Manuel Liñán que abrochaba este Muerta de amor, tras ubicar al público en lugar adecuado con Morente y las metáforas pasionales de En un sueño viniste, mientras se hacía un traje con parte del vestuario del elenco.

Imperial. Inapelable. Sin dejarse a nadie atrás. Recordando a los maestros. A la Manuela que no necesita apellidos, al Marín más trianero, a la Concha Vargas mas castiza y lebrijana, a todos en definitiva.  Sin repetirse. Creando. Mandando. Y triunfando. Incluso tuvo tiempo de hacer un guiño a Pansequito y su péndulo en el aire en el remate, entre bulerías arromanzadas de marchamo lebrijano, junto a un Juan de la María soberbio, que se descubría al público como un artista a tener muy en cuenta.

Zambras, guajiras, colombianas y hasta la rumba más canalla o el clásico español es el aditivo necesario que complementa un espectáculo donde conviven los deseos, se recuperan los sentimientos y los anhelos del pasado se nutren en bajo un presente en que el público disfruta, sensorial y emocionalmente, de quien es capaz de morir de amor, sin importar nada más.

Sobre el autor:

David Montes

David Montes

Comunicador. Experto en gestión cultural del flamenco.

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