Caballero Bonald, una vida dedicada a las palabras que traen libertad

El Premio Cervantes jerezano fallece a los 94 años dejando tras de sí un legado de más de nueve décadas de poesía y resistencia

Caballero Bonald, en una ilustración de Pedro Moya para lavozdelsur.es
Caballero Bonald, en una ilustración de Pedro Moya para lavozdelsur.es

Atrapados en la red, aturdidos y embelesados por el flujo de ocurrencias peregrinas, acabaremos olvidando qué significa ser un intelectual. Quizás nadie sienta ya la necesidad de saberlo… Cualquiera pone en circulación ideas brillantes, textos vanguardistas y versos… Preguntarse por los intelectuales, por los escritores y los filósofos, carece de sentido, nos distrae de la noble tarea del picoteo ingenioso. Porque esta vida en la superficie y este navegar narcisista nada tienen que ver con los territorios de la verdadera escritura, la que excava en las palabras, la que te obliga a desenterrar las raíces de la ignorancia, la banalidad y la injusticia.

Empecemos por el principio, por nuestros días. A los intelectuales se les reconoce siempre desde el presente, aunque, como en los icebergs, ese instante sea sólo la parte visible de una entidad mucho mayor. Así que abrimos Desaprendizajes (2015) y nos encontramos con la escritura afilada y bella de José Manuel Caballero Bonald. Y lees. Y ves que cada párrafo es de una densidad infinita. Y escuchas cómo trabaja el orfebre con un léxico depurado y una sintaxis compacta, tejida con tiempo. Y te preguntas de dónde brota ese estilo y esa forma de decir y pensar. Y lees. Y descubres estratos de ideas, pensamientos, críticas, ironías, enfados, indignada resistencia que viene de antaño para seguir iluminando tu tiempo.

La escritura de Caballero Bonald era fronteriza. En De memorias y ficciones. Las novelas de José Manuel Caballero Bonald (Ediciones Alfar, 2013) Francisco García Morilla habla de realismo simbólico cuando analiza las obras en prosa del autor jerezano. Situarlo sin más en el realismo social de los años cincuenta conlleva cierta ceguera: “(…) gracias a ese carácter limítrofe, asume en su obra literaria, elementos divergentes con una extraordinaria coherencia. Así se mueve con dignidad entre el compromiso ético-social y las exigencias estéticas y formales, compagina sin mayores dificultades la poesía con la novela –incluso frecuenta con una depurada técnica el poema en prosa– y mantiene un difícil equilibrio entre el barroquismo y el realismo (…)”.

Por lo que respecta a su poesía, Julio Neira destaca en el estudio introductorio realizado para la edición en Cátedra (2015) de Descrédito del héroe Manual de infractores que hay tres claves fundamentales en su creación: “En primer lugar, el papel de la memoria personal como desencadenante de la escritura; enseguida, la reelaboración de la experiencia vital en el ámbito del lenguaje para transformarla en una experiencia esencialmente literaria; y, finalmente, su carácter vindicativo ante las afrentas de toda índole con que la realidad socava la dignidad del ser humano”.

Libertino, radical y hedonista. Escribía contra las ofensas de la vida, en legítima defensa. Pertenecía a la generación del 50, escritores que han conocido los desastres de la guerra, las penurias materiales y éticas. Entendieron que la literatura debía hablar de la realidad social, describirla para cambiarla, analizarla para superarla. Caballero Bonald también se impregnó al principio de ese fervor revolucionario, pero pronto percibió con claridad que una literatura al servicio de la ideología y de la política, por muy justas que fuesen las reivindicaciones, podía desembocar en panfletos carentes de valor literario. Los versos que escribió en ese tono son los que menos le agradan ahora porque se alejaban de la autonomía del lenguaje, de la belleza formal de las palabras, para terminar en la consigna política. Lo que no significa que su resistencia, su indignación moral, desapareciera. La transición y la democracia no borraron la amenaza del totalitarismo. La vieja derecha permanece ahí.

Escribía desde un estado de exaltación. Si no se divertía, lo dejaba, porque el resultado era artificial. Obsesionado por el lenguaje, se desazonaba cuando no surgía el adjetivo que requería un verso. Se quejaba de los novelistas que se centran sólo en las historias y descuidan el estilo. Para Caballero Bonald el estilo era la esencia de la literatura. Los escritores que utilizan las novelas o los poemas para transmitir simplemente historias o ideas nos ofrecen textos mediocres porque empobrecen el lenguaje. Como modelo poético toma a Juan Ramón Jiménez, poesía pura. Y admiraba a novelistas que construyen novelas complejas, cuidando el léxico al máximo, como Carpentier, Onetti o Rulfo.

Y su poesía, su tono ácido y libre, atrapaba lo mejor de aquella mirada sensible frente al mar. Transcribía tanto las rozaduras de la injusticia social como el profundo surco del tiempo. La poesía es una forma severa de conocimiento, decía. Escribía poemas sin piedad, para desvelar las incoherencias de esta sociedad y las de uno mismo, ejercicio de autocrítica, acidez enfermiza acompañada de la palabra justa. Los primeros poemas, atrapados en la ansiedad política, quizás, dejaron paso a un estilo que acude a la estructura formal para ampliar esa estética de la resistencia. Leemos poemas que se acercan a la prosa y prosa que se acerca a la poesía. Leemos el pensamiento libre de un jerezano que no negocia con la palabra ni con la belleza.

Ha escrito sobre su territorio y ha creado una mitología que arraiga en él, las marismas, Andalucía. Le gustaba trasladar el tono del paisaje a su escritura. Su barroquismo es un acto de acercamiento a la realidad. Sus novelas van mucho más allá del realismo social. El territorio y los personajes que lo habitan son seres extraordinarios, seres que definen una dimensión simbólica y poética, donde todo lo que ocurre nace de las miserias de lo real y se despliega en tramas poéticas. En Ágata ojo de gato (1974) la escritura brota del paisaje, de las marismas, y nos traslada a un espacio mítico del que no queremos salir porque sabemos que nos cuenta algo esencial. En José Manuel Caballero Bonald. Regresos a Argónida en 33 entrevistas, Antonio F. Pedrós-Gascón (Prensas Universitarias de Zaragoza, 2011) podemos leer las reflexiones y opiniones que ha dejado en diversas entrevistas a lo largo de su fructífera vida.

Necesitamos creadores como nuestro Premio Cervantes, corrosivos, lúcidos, incómodos, descreídos y escépticos. Sólo mediante el dominio de la lengua es posible acceder al núcleo de las injusticias o a los cimientos de las intolerancias. Leer a Caballero Bonald exige atención inteligente, perspicacia y deseo de ser mejores, más sabios, más rebeldes y menos serviles. El lector puede empezar por donde quiera: en cada palabra hallará al pensador de la Argónida, al amante del cante, al lector exigente, al vitalista, al eterno académico, al luchador por la democracia, al poeta de los olvidados, al bebedor, al escritor.

José Manuel Caballero Bonald ha fallecido en Madrid a los 94 años. 

Sobre el autor:

juan carlos gonzalez

Juan Carlos González

Filósofo

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