El mejor pez de la Costa Brava era Pla

Los pescados que describe como la quinta maravilla son sardinas, lisas, bogas o salmonetes

Pescado en una imagen de archivo.
Pescado en una imagen de archivo. MANU GARCÍA

Un día intercambié tres o cuatro palabras con un pescador de caña malagueño en la playa de Bolonia. Él llegaba y yo recogía. No me privé de enseñarle la pesquera, por joder, no por otra cosa: dos o tres doradas, un hermoso pargo y probablemente alguna que otra baila. Emocionado, me decía:

– Es que allí en Málaga puedes coger sargos, algún robalo… pero esto, esto es salvaje. Aquí puede entrar cualquier cosa.

Pues bien, ahora que estoy leyendo a Josep Pla y me deleito con sus recurrentes escarceos por la Costa Brava, me viene este comentario del pescador malagueño. Pla cuenta incluso un naufragio en el que, dice, aguantó algunas horas chapoteando en torno al bote volcado, “sin poder desembarazar el cuerpo de los pantalones ni del chaleco, al atardecer, con viento y mar a granel”. Bien es verdad que yo solo puedo alardear de naufragio a bordo de un hidropedal en la playa de Chipiona. Probablemente, su naufragio y el mío tuvieron circunstancias adversas y también niveles etílicos propicios para la imprudencia. En cualquier caso, a lo que voy es que el Mediterráneo no es el Atlántico. Pla hacía paseíllos en barca que recuerdan a los de la Plaza España de Sevilla. Los pescados que describe como la quinta maravilla son sardinas, lisas, bogas o salmonetes. Los salmonetes y las sardinas tienen un pase, y en todo caso habría que compararlas con las sardinas de Huelva y los salmonetes de Conil. Pero las lisas mojoneras y las bogas, no voy a decir que no se puedan comer, son peces como el resto. 

Juan Abreu escribió en sus Emanaciones el otro día que prefería los mares humanos, casi tropicales, como el de Lisboa, “no como los de España, que si te metes se te congelan los huevos. Incluso en el famoso sur.” Esperaba más de él. Me lo imaginaba más aguerrido lanzándose al mar como al coño gigante de una diosa con el cuchillo entre los dientes. 

A mí el mar Mediterráneo, a medida que subo por Almería, me parece un poco triste. Sin mareas, ahí estancado. Parece una piscina. Es verdad que es el mar de la literatura, pero los griegos eran muy exagerados. 

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