Un joven que "tiraba del carro"
Eduardo era el mayor de cuatro hermanos. El que tenía más carisma, quizás podría decirse que también el más presumido. Con una personalidad, en algunos momentos, por la que "costaba llevarle la contraria". La típica persona a la que le encantaba hacer planes.
Le gustaban los Hombres G, también mucho Camarón —de hecho, la familia conserva algún vídeo en el que se le ve imitándolo—, ir a la playa o de excursión a cualquier lugar. Por supuesto, la naturaleza. Por eso se hizo monitor de campamento, donde "tiraba del carro" de los chavales que se apuntaban.
Su infancia la pasó en su casa de la barriada de Pío XII de Jerez, donde convivía con sus padres, dos hermanas y su hermano pequeño, Alberto, siete años menor. Eduardo y Alberto compartían habitación, en la que leían cómics juntos o jugaban. También iban al mismo colegio de La Salle. El pequeño, siempre, fijándose en el mayor. Llegando, incluso, a idolatrarlo.
Con el paso de los años, Eduardo hizo la mili, cuando aún era obligatoria, en un momento en el que "no tenía muy claro por dónde tirar". A él, un enamorado de los caballos, alguien le habló de la posibilidad de ingresar en la Guardia Real, a la que accedió. Pero un día de principios de 1997, Eduardo decidió quitarse la vida.
Desde ese momento, en su familia imperó un silencio absoluto. Sepulcral. No se hablaba del tema. No se le mencionaba. Dolía demasiado. Muchísimo. La familia empezó a hacerse las típicas preguntas en estos casos: ¿Por qué? ¿Cómo no nos hemos dado cuenta? ¿Cómo podríamos haberlo ayudado?
Hasta muchos años después de su muerte, concretamente 23 años, su hermano Alberto Gómez (Jerez, 1978) no empezó a hablar del asunto. No buscó ayuda. No rompió el silencio. El pequeño de la casa, periodista de profesión y residente en Barcelona, siempre había recogido por escrito sus sentimientos, desde el mismo día en el que su hermano faltó, pero no fue hasta dos décadas más tarde cuando empezó a dar forma a su libro Contra el silencio. Un viaje por las etapas del duelo después del suicidio (Libros.com, 2024).
En sus páginas, Gómez cuenta su propio proceso personal de recuperación tras la marcha de su hermano, y también el testimonio de otros diez supervivientes, personas que han vivido suicidios en su entorno. El suicidio sigue siendo tabú, a pesar de que sea habitualmente —salvo contados años— la primera causa de muerte no natural en España, donde se quitan la vida una media de once personas al día.
Los últimos datos oficiales, del Instituto Nacional de Estadística (INE), recogen que en 2023 se suicidaron 3.952 personas en España. Un año antes, fueron 4.227. En 2021, 4.003. Y en 2020, año de irrupción de la pandemia, 3.941, más que en 2019 (3.671). Un total de 75.691 personas en los últimos 20 años. Por cada suicidio, que afecta a unas seis personas del entorno, se producen 20 intentos, según calcula la Organización Mundial de la Salud (OMS). A pesar de la magnitud del problema, España no está entre los países que cuentan con un plan nacional para luchar contra el suicidio, como sí lo tienen Alemania, Noruega, Finlandia, Estados Unidos, Dinamarca o Austria.
El asunto se aborda en España dentro de la Estrategia de Salud Mental del Sistema Nacional de Salud 2022-2026 del Ministerio de Sanidad, que contempla "atender prontamente a las personas cuidadoras, familiares y allegados de personas que han fallecido por suicidio estableciendo un procedimiento de cita y evaluación inmediata en atención primaria y servicios de salud mental que permita explorar la respuesta inicial ante la pérdida y la necesidad eventual de ayuda". En la práctica, no es tan "prontamente".
Yo tapé casi todos mis recuerdos durante mucho tiempo. No es que no quisiera recordarlo, es que casi todo lo que me recordaba me hacía daño. Me dolía echarle de menos, todo lo que había pasado y todo lo que había generado su muerte en mi familia, en la que se implantó un autosilencio. No volvimos a hablar del tema, las fotos desaparecieron... Quise como que desaparecieran mis recuerdos. En la habitación nos dormíamos leyendo un cómic cada uno, pues era lo último que quería recordar, esa parte feliz. Pero después de más de 20 años llamé a la puerta de DSAS (Después del Suicidio, Asociación de Supervivientes), acudí a grupos de duelo y recuperé esos buenos recuerdos. Lo que me viene a la cabeza es que era un tío que se movía mucho, que hacía muchas cosas, que tiraba del carro de muchas iniciativas con los amigos.
"No volvimos a hablar del tema, las fotos desaparecieron... Quise que desaparecieran mis recuerdos"
En el físico, hay gente que me dice que nos parecemos. No tenemos la misma personalidad, pero sí que soy muy sociable como él, me gusta estar rodeado de amigos, prefiero estar en la calle a estar en casa, también me apunto un bombardeo... Soy de los que piensa que hay que aprovechar el paso que tengo por aquí y vivir con intensidad. Hay quien dice que al cementerio no hay que llegar con la cartera llena de dinero porque no sirve para nada, ni tampoco hace falta llegar con muchas horas dormidas.
Eso viene después. Lo primero es un shock. Ves a tus padres y a tus hermanas destrozadas y al principio le culpas y te enfadas. No sabes cómo tirar hacia adelante. Si tu familia lo hará. Más adelante te planteas si pudiste echarle una mano y te culpas de no haber estado más atento, pero también aprendes que hay determinadas preguntas que nunca van a tener respuesta. Eso también se lo debo a la asociación, me hizo ver que me estaba enfadando con alguien que no puede contestar, ni puede defenderse, ni explicar por qué quería dejar de sufrir. Mi pregunta sin respuesta es esa: ¿Por qué sufría tanto?
Muchos años, porque veía que se había generado un malestar en casa. Echamos de menos a alguien, pero no podemos nombrarle porque no sabemos cómo hacerlo. No nos sale el nombre, no nos sale la palabra suicidio. Toda esa tristeza y ese pesar lo veía cada vez que visitaba a mis padres.
Casi todos los familiares nos sentimos un poco culpables por no intuir nada. Incluso los mismos profesionales se sienten muy mal en estos casos, porque tienen más herramientas, pero hay cosas que no se ven. Hay quien no deja carta, ni da pistas, ni indica que realmente está tan mal como para plantearse un suicidio.
Me pilló en primero de carrera, en ese primer año en el que crees que te vas a comer el mundo: cambias de ciudad, primer piso de estudiantes... y todo se fue al carajo. No sabes cómo encararlo, no sabes cómo gestionarlo, qué contestar cuando te preguntan. Lo que hice fue aparentar que estaba bien. Si había una fiesta, me apuntaba el primero. Pero unos meses más tarde, fue cuando me di cuenta de que no estaba bien, que no lo tenía resuelto, ni mucho menos.
No sabría decir. Sí que es verdad que ya con esa edad te planteas cosas que no te preguntarías de pequeño. Veía a mis padres completamente destrozados, y eso me dolía muchísimo. Y después esa figura del ídolo, que era mi hermano, había caído. Eras mi ídolo y la has liado, tío. Sientes, entre comillas, como que te ha traicionado.
Nadie quería hablarlo, para no hacernos más daño. Y además, porque queríamos aparentar que estábamos bien. Mi padre se incorpora al trabajo muy pronto. Yo también volví a clase muy pronto. A lo mejor tendríamos que haber frenado y haberlo abordado.
Totalmente. Como cuando un niño se cae, que intentas distraerlo con otra cosa para que no se acuerde de la caída. Tenemos que cambiar eso. Si ese niño quiere llorar durante cinco minutos porque le duele, que llore. Muchas veces los adultos, y más en aquella época, nos prohibimos llorar.
"Nadie quería hablarlo, para no hacernos más daño. Queríamos aparentar que estábamos bien"
Una mezcla de ambas. No había un teléfono al que llamar, ni tampoco nadie quería llamar, supongo. Por casualidad, vi una contraportada de un periódico en la que aparecía una entidad de familiares de personas fallecidas por suicidio. ¿Hay alguien que reúne a gente como yo?, pensé. Cuando llamé a su puerta, pensé que estaba manejando bien la situación, pero era mentira.
Siempre escribí, desde la misma noche en la que murió. Aún conservo el papel que escribí aquel día. Quería recuperar las vivencias que tuvimos en mi familia, pero dando un paso adelante y dejando atrás el silencio y el enfado, que es lo que más te pesa. A quien lo lea, le puede servir para conocer las emociones o sensaciones que pueden tener cuando viven de cerca un suicidio. ¿En serio la gente miente y cuenta que murió de un infarto? ¿En serio te enfadas con esa persona que se ha ido?, se pueden preguntar. Pues sí. Cuando lees eso, puedes entenderlo mejor.
Por el enfado, por supuesto, la culpa también y el silencio. Siempre cuento que por la mentira no. A mí me contaron la verdad cuando llegué a casa. Nunca ha habido mentira entre nosotros. Sí que hemos tardado en contarlo a amigos, por ejemplo. "Tengo dos hermanas y tuve un hermano", es una frase que nunca decía. Una amiga me decía que lo había invisibilizado, mis amigos no sabían ni el nombre de mi hermano. Hasta presentando el libro, me he dado cuenta de que me he llevado 20 minutos hablando y no lo había pronunciado. Me cuesta decirlo, porque no estoy acostumbrado. Es una palabra que te duele al pronunciarla.
"Es un error no hablar del suicidio en los medios. Lo que tenemos que hacer es evitar hablar del método"
He aprendido que es un error no hablar del tema. Lo que tenemos que hacer es evitar hablar tanto del método, eso es lo de menos. Si te cuento que mi hermano murió de una manera o de otra, la entrevista no cambia. Mi dolor y mi pena son la misma, sea el método que sea. Cuando trabajaba en informativos de televisión iba a un accidente y si se conocía que había sido un suicidio, me decían que volviera. Es un error, porque se puede visualizar de muchas formas.
No me canso de decirlo. Creo que en muchas ocasiones tenemos una buena historia, por así decirlo, que contamos mal. Empezamos por el final, indagamos mucho en el método, pero si se cuenta bien puede ayudar. Sí es verdad que ya hay muchos medios que ahora sí hablan del suicidio y de la importancia de la salud mental.
Estamos en el buen camino. Faltan medios, faltan profesionales que nos atiendan en dos días, no en dos meses, y faltan locales para las asociaciones que tratan este tema. La entidad con la que me reunía, doce años después de existir, no tenía local propio. Pero se han dado pasos. Ya se ha normalizado decir que se va al psicólogo en este país, por ejemplo.
Poner más medios y hacer más campañas, contar con más profesionales, más recursos. Que la gente no tenga que hacer desplazamientos largos para acudir a profesionales. O no esperar tres meses para verlo, que no termine costando un ojo de la cara. Cualquier ayuda es bienvenida.
Hasta que alguien en un Gobierno, da igual los colores, no le meta mano, no bajarán esas cifras. Como cuando se asumió que las muertes por accidente de tráfico eran demasiadas. Empezaron a poner carné por puntos, velocidad limitada... y otras muchas medidas.
Teléfonos y asociaciones de ayuda
- Teléfono de la Esperanza: 717 003 717.
- Grupos de ayuda de Papageno: 633 169 129.
- Ubuntu, asociación andaluza de supervivientes por suicidio de un ser querido: info@ubuntu-andalucia.es.
- Después del Suicidio, Asociación de Supervivientes (DSAS): 662 545 199 / info@dsas.org.
- Fundación Anar de ayuda a niños y adolescentes en riesgo: 900 20 20 10.
- Asociación para la prevención del suicidio La niña amarilla.
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