Nadar y guardar la ropa

"No sé si esto que yo he creído encontrar en el mundo en verdad es el resultado de una pura construcción psicológica y, como diría un buen idealista, no he encontrado en la realidad más que lo que yo he puesto en ella… " (Los lugares prohibidos. Sebastián Rubiales. Editorial Renacimiento).

Pintura de Inmaculada Delage Darnaude.

Una cosa es admitir que la realidad está construida en parte con materiales subjetivos y, otra, que esa realidad no tenga correlato con lo que sucede “fuera” de ti: ser idealista no debe ser sinónimo de estar enajenado, confundiendo el deseo con lo deseado. Es posible ser un idealista moderado a pesar del amor platónico que le profesamos a Platón.

Pero si a ello le añadimos un carácter impulsivo, definido en el diccionario de sinónimos como vehemente, irreflexivo, apasionado, efusivo… entonces el peligro de llevar a cabo conductas imprudentes es considerable. Es verdad que, en alguna medida, cada uno elige la forma de vivir su vida. Algunas personas manifiestan una actitud presidida por la pasión y la generosidad. Una actitud más cercana a una cierta impulsividad emocional y a una considerable prodigalidad en los afectos y en los placeres. Y desde luego, no digo que sea la mejor forma de vivir, pero, si consideramos que tenemos solo una vida, esta elección puede considerarse bastante sensata. Y en el supuesto caso de que no lo fuera… ¿merecería la pena vivir calculando siempre las pérdidas y ganancias, llevando a cabo una aritmética entre la inversión y el rédito sentimental como un intermediario financiero en la bolsa de la vida?

El contrapunto de esta actitud lo establece el partidario del control y del cálculo, aquel que administra con sensatez los afectos, las palabras, los gestos…para minimizar las pérdidas en el trasiego de la vida. Defensor a ultranza de su privacidad, de lo que le pertenece, corto en el dar y largo en el recibir. Lo describimos como calculador, frío, impasible, prudente, reflexivo. Que no tiene la grandeza de alma de un loco jugador empedernido, ni le interesa, ni lo pretende. Sin embargo, esta máxima de tener los pies en la tierra y acomodarse al devenir de la vida es también un criterio práctico sensato sustentado sobre la posición realista de creer que las cosas son… como son.

Así es. El flemático de temperamento tiene sujeta su pasión vital con las bridas del control, de la frialdad, de la distancia. Esto le permite lucir una considerable serenidad para no dar pasos en falso, para sopesar las consecuencias de sus actos. Y en el juego sentimental acota aquellos territorios en los que no está dispuesto a transitar por temor o exceso de prudencia, o por lógica y razonable búsqueda de seguridad. El flemático suele evitar las respuestas directas, prefiere las preguntas elusivas, las preguntas que responden a preguntas, incluso los silencios o los circunloquios para evitar las palabras que supongan una concesión. Su objetivo es sortear el peligro, encontrar seguridad; quedar por encima y jugar a ganar callando o insinuando una parte para tapar el todo.

En el primer caso, el peligro consiste en convertirse en un malabarista que confunde media sonrisa con una rendición y construye un castillo de naipes con la sombra de un halago. En el segundo caso, el peligro consiste en construirte una arquitectura defensiva sobre la seguridad, la fortaleza, el equilibrio, la precaución, hasta amasar una gran abundancia… de nada.

La forma en que cada uno está en el mundo no tiene nada que ver, en principio, con ninguna calificación moral. Y ninguna es mejor o peor. En el teatro de la vida cada uno se las apaña como Dios le da a entender y siempre que elegimos lo hacemos en el convencimiento de que es lo mejor y de que esta elección nos procurará la felicidad o, al menos, el menor mal posible.

Unos se inventan una realidad imaginaria y ponen en ella lo que desean encontrar, como una pasión que se deshace de pura irrealidad; otros, se aplican en sopesar lo que falta, en rechazar lo que se les ofrece por insuficiente, aunque renuncien a la fiesta de la vida, que es el precio de nadar y guardar la ropa.

(Esta pequeña reflexión está abordada en términos identitarios, sustantivos (carácter, temperamento...). Una mirada más “relacional” sobre el dilema dar/recibir se encuentra en mi anterior artículo La ruptura de la pareja: la dialéctica del amo y del esclavo, con el que mantiene un evidente paralelismo).