Un equipo de investigación de la Universidad de Almería, en colaboración con investigadores de la Universidad de Alcalá de Henares y la Asociación de Apicultores de Dinamarca, ha detectado por primera vez la presencia de microplásticos en el cuerpo de las abejas. Estos insectos actúan como rastreadores de contaminación ambiental en un radio de ocho kilómetros desde sus colmenas mediante la captación de los diminutos polímeros que se adhieren a su tórax, abdomen, alas y patas durante la actividad recolectora.
El análisis de estos insectos, una vez cumplido su ciclo vital, se propone como un método de monitorización más económico y simple que los actuales sensores de contaminación. En esta investigación los expertos analizan por primera vez la presencia de polímeros en el cuerpo de las abejas con el fin de comprobar qué tipo de residuos se adherían a ellas y si eran contaminantes. “Nuestra labor se centró en comprobar, mediante el análisis de los microplásticos hallados en las obreras, si éstas servían como bioindicador de la contaminación ambiental de áreas concretas, dado que su actividad se extiende por una zona específica y con un radio de ocho kilómetros, que es bastante amplio”, explica a la Fundación Descubre el investigador de la Universidad de Almería, Amadeo Rodríguez.
La degradación del plástico derivado de la actividad humana genera residuos del tamaño de un micrómetro aproximadamente, el equivalente a la punta de un cabello. Estos polímeros afectan, ya sea a través de su ingesta o porque contaminen un entorno, a los diversos ecosistemas y a los seres que los habitan. Así lo ponen de manifiesto informes como Basuras marinas, plásticos y microplásticos: orígenes, impactos y consecuencias de una amenaza global, publicado por el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico. Las partículas de plástico son tan diminutas que el viento las transporta constantemente, motivo por el que están presentes en lugares como las flores donde las abejas realizan su actividad y, una vez adheridas a su tórax, abdomen, patas y alas las obreras las transportan hasta el panal.
De este modo, los microplásticos también acaban en la miel que consume en enjambre y, en última instancia, el ser humano. En el estudio titulado Honeybees as active samplers for microplastic’publicado en Science of total enviroment, los expertos del grupo Residuos de plaguicidas han analizado 19 colmenas situadas en Copenhague (Dinamarca) y sus alrededores, donde recogieron los cuerpos sin vida de 4.187 abejas. Los expertos identificaron en ellas 13 tipos distintos de microplásticos como el polietileno, que contienen utensilios cotidianos como las botellas o los cables; resina epoxi, ampliamente utilizada como recubrimiento de sistemas eléctricos y como acabado para proteger pinturas; o acetato de polivinilo, presente en pegamentos y adhesivos.
“Contactamos con asociaciones de apicultores para que nos dieran muestras o partes de la colmena. Con su colaboración, comprobamos que efectivamente las abejas eran indicadores eficaces tanto en áreas urbanas como rurales de Dinamarca y que la presencia de microplásticos es similar en ambas zonas. Tendríamos que realizar el estudio en otros países para comprobar si este dato se repite o varía”, añade Amadeo Rodríguez. Los expertos resaltan que la presencia de residuos en zonas rurales y urbanas es muy similar en Dinamarca y explican dos posibles causas para este dato. La primera es que las ciudades se encuentren dentro del rango de búsqueda de las abejas y ellas arrastren los polímeros hasta una colmena que se encuentre en un área rural. La segunda, que el viento arrastre los microplásticos de los grandes núcleos urbanos hasta el campo.
Para comprobar la presencia de microplásticos en estos insectos, se recogieron los cuerpos sin vida de las abejas durante la primavera. Ésta es la época de máxima actividad en el enjambre, por lo que hay un mayor tránsito de nacimientos y bajas entre las obreras. Así, los apicultores introdujeron las muestras en recipientes de cristal que enviaron a los investigadores. Una vez obtenidos los especímenes, los expertos los introdujeron en bolsas herméticas de plástico que congelaron para evitar descomposición orgánica y la degradación de los plásticos. Los microplásticos se adhieren a tórax, patas y alas de las abejas.
Posteriormente, insertaron las muestras en frascos de precipitado con agua y etanol, una sustancia con la capacidad de separar los microplásticos del cuerpo de las abejas. Después, recuperaron los polímeros desprendidos con un filtro, los secaron y examinaron para identificarlos uno a uno. “La mayoría de residuos que se adherían a las abejas eran fragmentos y fibras. Estas últimas suponen un problema para el medio ambiente porque son de origen industrial y, en consecuencia, contaminan más”, explica Amadeo Rodríguez.
La investigación se situó en Dinamarca debido a la profunda conciencia ambiental de la asociación de apicultores Danmarks Biavlerforening, que aportó las muestras para el estudio. “Los apicultores locales querían saber el nivel de contaminación en las zonas en las que se mueven sus abejas y cómo afecta a la producción de miel. De momento, solo hemos podido indicarles qué residuos transportan hasta la colmena y las zonas con mayor contaminación”. El grupo Residuos de plaguicidas quiere continuar con esta línea de investigación con el objetivo de diseñar sistemas de evaluación de calidad de productos como la miel o las verduras. Para ello, analizan los residuos que se producen durante su elaboración o manipulación y establecen parámetros para unificar el criterio de los laboratorios europeos, como la presencia y ausencia de plaguicidas en los alimentos. De este modo, se garantiza la seguridad de los alimentos para su exportación e importación. Este trabajo ha sido financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación y la Red Temática de Micro y Nanoplásticos en el Medio Ambiente, así como fondos propios del grupo Residuos de plaguicidas.
Comentarios