Los Vinos de la indicación geográfica protegida (IGP) Tierra de Cádiz vivieron un 2022 bastante bueno, con casi 4 millones de litros de salida de bodega y un valor de 14,3 millones de euros. Tierra de Cádiz es la cuarta IGP de España atendiendo a volumen y la quinta por valor, un dato muy importante teniendo en cuenta que estamos hablando únicamente de una provincia productora —naturalmente están fuera los datos de las dos denominaciones de origen (DO) Jerez-Xérès-Sherry y Manzanilla-Sanlúcar de Barrameda— y que lo que tiene por delante, salvo Vinos de Mallorca en lo que se refiere a valor, son datos de comunidades autónomas en su conjunto.
Los vinos blancos siguen siendo los grandes dominadores de Tierra de Cádiz, con casi un 80%, los tintos están en el 20% y los rosados no llegan al 1%. Los blancos se consumen más en el mercado nacional, mientras que los tintos, curiosamente, se exportan más que los blancos incluso en términos absolutos, alcanzando el 62% del total (todos estos datos y los anteriores son del Ministerio de Agricultura).
Estos números hablan de un buen presente para la Tierra de Cádiz. Cabe hablar, haciendo un pequeño juego de palabras, de vida tranquila para los vinos tranquilos de la provincia. Pero está claro que a medio plazo va a haber cambios, cambios que pueden hacer que la IGP tome caminos radicalmente distintos y, sin embargo, no necesariamente excluyentes…
Por ahora, debemos decir que los tintos tienen un mercado local consolidado, con mucha clientela, sobre todo en restauración, que los prefiere a vinos estándar de DO clásicas como Rioja o Ribera de Duero cuando se habla de tintos, bien porque los encuentra más originales bien por simple ‘pequeño patriotismo’ al no encontrar grandes diferencias. Son vinos que se hacen en Arcos y otros municipios de la Sierra, pero también en Jerez o incluso Conil, con uvas clásicas de la viticultura española como tempranillo o garnacha (algunos incluso utilizando tintilla de Rota) y otras habituales en la vitivinicultura internacional como cabernet sauvignon, merlot o syrah, todo ello fruto de una importante apuesta, en su día, de la Junta de Andalucía, involucrada en su momento en que la provincia tuviera unos vinos tintos de calidad contrastada e incluso moviera (relativamente) importantes volúmenes, algo que, sin alardes, se puede decir que se ha conseguido, dejando al menos un trabajo técnico hecho para fomentar la iniciativa privada.
Pero el meollo de Tierra de Cádiz está en los blancos… Si desde los 90 buena parte de las bodegas del Marco de Jerez se lanzaron a tener su blanco de uva palomino espoleadas por el éxito de ‘Castillo de San Diego’, en los últimos años se ha venido observando un evidente proceso de lo que podríamos llamar especialización, con la aparición de nuevos procesos, gamas ecológicas, distintas varietales, crianzas especiales, etc, buscando algo distintivo. Incluso algunas marcas importantes han realizado modificaciones acercándose a conceptos que podríamos reconocer como ‘premium’… Todo esto sin hablar de qué va a ocurrir a medio plazo con los llamados ‘vinos de pasto’, una de las últimas sensaciones, no solo en la provincia, sino en la vitivinicultura nacional, tema del que hablaremos más adelante.
Verán… en un análisis rápido de lo que han sido los últimos veinticinco años (largos) de Tierra de Cádiz hay que decir que, si el proceso de los tintos ha sido, digamos, lógico, en lo que se refiere a los blancos ha habido un vaivén fundamental.
Si hace 25 años se trabajaba por ver cómo se aclimataban al clima de la provincia algunas de las principales uvas ‘internacionales’ blancas –caso de chardonnay o sauvignon blanc, en solitario o en ‘coupage’ con la palomino o la moscatel, experiencias reconocibles que han llegado hasta nuestros días- hace diez o doce años se abrió una nueva vía, radicalmente distinta, que abogaba por una vuelta al origen, a buscar la máxima expresión de la tierra albariza, a extraer todo el partido a la uva palomino, llegar a los 15 grados del fino sin necesidad de encabezar con alcohol, recuperar prácticas y varietales antiguas (mantúa, perruno, etc)… vinos que se dieron en llamar ‘nuevos jereces’ y que hoy, en cuanto a nomenclatura, han devenido mayoritariamente en ‘vinos de pasto’ por voluntad de sus propios creadores, asociados casi todos en Territorio Albariza.
Así llegamos al momento crucial de este artículo. Después de repasar muy someramente la trayectoria de Tierra de Cádiz vamos a plantearnos qué se puede esperar a medio plazo, y lo primero de lo que cabe hablar, como se ha expuesto más arriba, es de un horizonte con dos trayectorias no necesariamente excluyentes.
En primer lugar, Tierra de Cádiz podría evolucionar de ser una laxa IGP a una DO propia. Esa posibilidad, de la que este cronista oyó hablar por primera vez hace más de diez años, la plantea cada equis tiempo la Asociación de Bodegas de la Tierra de Cádiz, sin evidentes prisas ni por su parte ni por la Junta. No habría mucho problema con los tintos, pero habría que ver qué cómo se sustanciaría el futuro de los blancos, ya que hay que tener en cuenta que una parte importante de las viñas de las que proceden están en el Marco de Jerez y entonces habría que ver cómo quedaría su zona de producción… Además, ¿Tierra de Cádiz tendría un consejo regulador propio e independiente o sería un ‘vagón’ más en el ya existente?
Y, por supuesto, está en el aire el futuro de los ‘vinos de pasto’ (por cierto, algunos ni siquiera salen en la actualidad etiquetados como Tierra de Cádiz). Hay que recordar que César Saldaña, presidente del Consejo Regulador, era partidario en principio de sumar estos vinos a Jerez-Xérès-Sherry, si bien hace unos meses se pronunció por crear una nueva DO que fuera específica para estos vinos, eso sí, amparada por el propio Consejo.
El de los ‘vinos de pasto’ es un tema que no genera unanimidades en el sector (por cierto, ni en el nombre). ¿Acabarán, de alguna manera, al lado de los vinos de Jerez? Humm… lo que parece claro es que no se espera que ocurra nada en bloque. Lo lógico es que el Consejo fije unas pautas –no es el mismo tema, pero, por ejemplo, ya se van a asumir vinos que alcancen los 15 grados sin añadido de alcohol- de lo que quiere (siempre se ha hablado de aportar imagen y prestigio) y a partir de ahí serán estas jóvenes bodegas las que decidan, porque es seguro que más de una optará, al menos en principio, por mantenerse al margen… Todo ello, como es habitual en el sector vinatero jerezano, hablando de unos tiempos que a cualquier mortal se le antojan excesivos, pero como se decía en aquella película, esa es otra historia…