Isabel Díaz Ayuso ha ganado su particular plebiscito y este 4M ha afianzado su liderazgo al frente de la Comunidad de Madrid con una arrolladora victoria (65 escaños), que no por previsible, es menos aplastante. La pelea está ahora en el seno del PP es quién se apunta el triunfo —Casado fue quien puso a Ayuso, y el que, quién sabe, puede verse devorado por ella— y la tranquilidad de saber que apenas hará falta una abstención de Vox (13 diputados) para no dejarse salpicar demasiado por la ultraderecha, esa de la que el propio Casado decía huir hace algo más de medio año.
Con el 60% escrutado esta noche, la presidenta comparecía en el balcón de Génova —en venta— para saludar la masiva asistencia que se congregaba en los bajos del cuartel general de los populares. No era para menos la euforia: 65 diputados (con el 94% escrutado). No era noche más que para guardar el toque de queda. Y ya veremos. Ayuso ha barrido y ya mira claramente a liderar el partido y jugar en la Superliga de la política nacional.
Sus cañas han vencido a los estragos de la pandemia en una comunidad especialmente arrasada por el covid. La vacuna de la teórica libertad que defiende Ayuso, consistente en tomar cañas y no tener que toparte con tu ex por la calle, ha vencido al lapidario peso de más de un año de crisis sanitaria, social y económica con devastadores efectos. Tampoco pareció que la apuesta de Gabilondo fuera a caballo ganador. Más bien, era una forma como otra cualquiera de jugar una final con los jugadores del filial. Serio, soso y formal... y capaz de perder 13 diputados y hundir al PSOE hasta los 24 escaños. ¿Formaba parte de otra estrategia dar el partido por perdido por incomparecencia? Quién sabe. Fue Sánchez el que tuvo que bajar al barro en campaña autonómica para tratar de que los socialistas tuvieran una remota opción de crecer. Ni por esas. .
La calle parece tener claro que todo el mérito aquí es de una mujer que empezó su carrera política en las nuevas generaciones, prosiguó como community manager de la mascota de Esperanza Aguirre y ha eclosionado como una dirigente política que seguirá al frente de la presidencia madrileña al menos dos años más, sin descartarse incluso que anticipadamente pueda llegar a ser candidata a residir en la Moncloa.
Quienes la minusvaloraban o ridiculizaban quizás debieron haberlo pensado mejor, tal y como ocurrió con Trump en su momento (aunque aquí con más participación: por encima del 69%). Subestimar el populismo de derechas que a día de hoy representa Ayuso —mucho más amable que el guerracivilismo demode que simboliza Abascal— no se combate con un puñado de tuits, bronca y guerra sucia. La voz más alta siempre será más poderosa. Quizás eso explique la victoria personal de Mónica García (24 diputados) y Más Madrid frente a Pablo Iglesias —que deja a Unidas Podemos con 10 escaños y él, personalmente, deja la política—, y al PSOE, al que finalmente incluso ha dado el sorpasso. Lo único que queda en el aire, una vez más, es saber qué habría pasado si a la izquierda del PSOE se hubiese confluido.
¿Es extrapolable el resultado al resto de España? Ya dicen los sesudos analistas que sí. El escenario político se altera, es evidente. Ciudadanos ya corre más peligro de extinción que el lince tras borrarse de la Asamblea de Madrid (pierde sus 26 diputados y se queda a 0), Vox modera su subida frente al efecto Ayuso, y Pablo Iglesias deja a su proyecto personalista en la orfandad, a la espera de qué sucede con el halo de luz de Yolanda Díaz. Pedro Sánchez, que en teoría dormirá más tranquilo —como él mismo reconoció en su día— sacando a Iglesias de su Gobierno, se tienta la ropa por el empuje de una Díaz Ayuso que, bajo la tutela de MAR, Miguel Ángel Rodríguez (que ya fue la sombra de Aznar), su particular Iván Redondo, del corte de Steve Bannon —ideólogo del trumpismo—, ha demostrado que puede aspirar a todo.