En España cada vez menos gente se declara cristiana. Es algo que también llega a Andalucía. En el último barómetro del Centro de Estudios Andaluces más del 40% se declara como poco o nada religioso. La cifra se dispara al 70% si incluimos 'algo religioso' como respuesta válida para demostrar la pérdida de la fe. Sin embargo, es algo que no se ve traducido en la Semana Santa. Los años pasan y la ilusión es la misma. Parafraseando a Juan Carlos Aragón, "no cambia de repertorio y to’ los años es un pelotazo".
Explicar qué es la Semana Santa en Andalucía es complicado. Imposible a veces cuando el interlocutor es alguien nacida al norte de Despeñaperros. Una pérdida de tiempo, incluso, entrar en el debate. Por suerte o por desgracia, en Andalucía hay algo más allá de lo racional que interioriza la importancia de no abandonar estos siete días del año. Y es algo que trasciende la izquierda y la derecha.
Esta fiesta, porque aquí es una fiesta, como dijo Carlos Herrera, "enemos la ventaja de que sabemos que resucita", mantiene un consenso trasversal. Hace unos años, José María González 'Kichi', poco después de llegar a la Alcaldía, apareció haciendo penitencia detrás del Nazareno de Santa María. Meses más tarde, daba una medalla a la Virgen del Rosario. Esta misma semana, aparecía junto a Teresa Rodríguez esperando la salida de la Hermandad de la Palma. Posiblemente mucha gente no lo entienda, pero en Andalucía para la izquierda es natural e incluso necesario.
No hay que irse demasiado lejos para observar que es un terreno donde se disputan votos. Este mismo año, aprovechando las redes sociales, ha habido un sinfín de fotos de políticos de muy distinto signo fotografiados en su participación, de forma activa, en distintas procesiones. El alcalde de Sevilla ha procesionado con la Hiniesta, Susana Díaz es una habitual en los balcones de Triana para ver a la Esperanza, el actual presidente de la Junta, Juan Manuel Moreno, porta el trono de la Exaltación. Y, seguramente, nada de ello es impostado.
El reciente documental ¡Dolores, Guapa! Muestra que las hermandades son lugares donde la diversidad se abre paso y se desarrolla, aunque en algunas ocasiones sea de forma clandestina. No sólo es religiosidad, también es folclore, el reencuentro con un barrio y una explosión cultural expresada en forma de música e iconografía. Algo que la izquierda no puede abandonar si quiere gobernar. Para ilustrar algo así, el profesor Joaquín Urías escribía esta semana en Ctxt que "se reclama un giro a la religiosidad honda y a un conservadurismo que nunca ha existido". Por lo tanto, la izquierda tiene que enfrentarse a ello sin acabar con una tradición que para cada persona tiene un significado distinto y que en cada municipio andaluz se entiende de una forma.
Es algo que también se ha visto hace poco con la polémica creada alrededor de unas palabras de Moreno Bonilla sobre las Fiestas de Primavera, donde también incluía ferias y romería. La extrema derecha lo tomó como una ofensa y pasó al ataque gritando "Viva Cristo Rey" en parlamentos autonómicos de comunidades en las que ni existe la Carrera Oficial. Una exageración sobre algo que está lejos de ser un tabú para un presidente de la Junta, sea del partido que sea.
Qué mejor manera ejemplificar todo ello que recurriendo a la relación de una fiesta profana como el Carnaval de Cádiz con la Semana Santa. Ambas fiestas comparten muchos protagonistas. O, dicho de otra forma, en la capital gaditana, los protagonistas de ambas celebraciones son los mismos. Y ello no impide las letras críticas con el clero y la religión. "La Semana Santa en Andalucía es mucho más que religión y las hermandades una forma de socialización y solidaridad", defendía Teresa Rodríguez hace un año.
El sociólogo y politólogo Daniel Valdivia, autor de La identidad nacional española en Andalucía explica que es uno "de los ritos locales más importantes del país en lo que respecta a la construcción de comunidad". En términos políticos añade que "cualquier hermandad congrega más audiencia que un mitin de cualquier político" por lo que ningún representante público puede ser ajeno a esta cuestión.
Por su parte, Jesús Jurado, politólogo y autor de La generación del mollete señala que el rechazo a la Semana Santa por parte de la izquierda sería "un suicidio electoral", pero también explica que "esconde mucha andalufobia bajo la excusa del laicismo". "Quienes plantean una incompatibilidad entre los planteamientos progresistas y el apego hacia las tradiciones cofrades cae, en el fondo, en una mirada colonial". Esto significa que desde fuera existe una presión para que los andaluces "deben rechazar su identidad y amoldarse a unos cánones del mundo urbano occidental". En este sentido, Valdivia añade que "ciertas izquierdas más allá de Despeñaperros ignoran el valor emocional".
Urías apuntaba que "aunque los dirigentes de las hermandades nunca han sido precisamente progresistas, históricamente las cofradías han acogido a personas de izquierdas y de derechas. Muchos anarquistas y comunistas clásicos sevillanos han compaginado sin problemas su ideología con la devoción por el Cristo o la Virgen de su barrio". Valdivia completa esto explicando que "la izquierda fue expulsada de toda cultura popular durante 40 años, ¿cómo abandonarla ahora?".
Por su parte, Jurado hace una analogía para que en la izquierda fuera de Andalucía consigan entender, integrar, o al menos, respetar, esta celebración, "pueden aprender mucho del feminismo andaluz, que encuentra en las vidas cotidianas de las mujeres a las que se despreció, precisamente por su apego a unas tradiciones que la izquierda consideró oscurantistas (la copla, la familia, la devoción mariana...), el ejemplo y los referentes necesarios para formular hoy estrategias potentísimas de resistencia y transformación social".