Juan Manuel Moreno Bonilla, años antes de ser Juanma Moreno y lograr algo inédito en casi 40 años, desalojar al PSOE del palacio de San Telmo, desembarcó en una resaca del 28F de 2014 en Andalucía. Él mismo lo recordaba este martes 2 de marzo en su cuenta de Twitter. Ordenado in extremis por M. Rajoy para conducir un nuevo PP en Andalucía —se hablaba entonces de José Luis Sanz, entonces senador y alcalde de Tomares, como posible candidato a la Junta—, Moreno fue elegido para sustituir a Juan Ignacio Zoido como presidente del PP andaluz, lo que de entrada le supuso un duro enfrentamiento con María Dolores de Cospedal, entonces secretaria general del partido a nivel nacional, que tenía otros planes para la comunidad más poblada de España. Un granero tradicional del socialismo donde el arenismo, oh paradoja, fue el partido más votado en las últimas elecciones en Andalucía (2012) antes de las dos derrotas que cosechó Moreno (2015 y 2018) para acabar siendo presidente.
“Yo le digo que no quiero ser candidato y no voy a ser candidato a mi comunidad autónoma”, afirmaba Moreno en el Congreso meses antes de dar el paso con el empujón de la cúpula del partido. Sus primeros momentos fueron de desconcierto, no solo por su llegada exprés, sino por la polémica generada en los medios por su currículo menguante, por la sombra de su nombre en los papeles de Bárcenas –esa portada de El Mundo con el top ten de sobresueldos que aún agita la oposición en los días tormentosos—, por ser un secretario de Estado de Servicios Sociales e Igualdad con Ana Mato como ministra afín a los recortes sociales y, en fin, por brindar una imagen prototípica del perfil conservador que, eso creían, no conectaría con la clase trabajadora andaluza —habría que preguntarse qué o quiénes conforman esa clase trabajadora hoy en día—.
Nacido en Barcelona, de raíces malagueñas, fue diputado por Cantabria y finalmente acabó, por una carambola gracias a Cs y Vox, y pese a haberse dejado 300.000 votos por el camino, investido presidente de la Junta de Andalucía. En el último minuto y de penalti, pero presidente tras casi 40 años de socialismo ininterrumpido en la Junta andaluza. Impresionado por el verbo de Aznar en un mitin en La Malagueta, Moreno entró en el PP con 19 años y acabó afiliado en 1989. En 1993 ya era presidente de Nuevas Generaciones en Málaga y en 1995, concejal en el Ayuntamiento con Celia Villalobos como alcaldesa. Desde entonces, no ha dejado de acumular cargos institucionales y orgánicos en el partido. Tejiendo su red de contactos en el organigrama popular y saltando de despacho oficial en despacho oficial gracias a un sentido arácnido de la prudencia, la lealtad y la obediencia a la jerarquía de su formación política.
Hace siete años pasó a ser presidente del PP andaluz y entonces Mariano Rajoy le dijo: “El reto es San Telmo, mantener la unidad del partido y su fortaleza, y sumar a todos a este proyecto, donde no sobra nadie”. Lo de San Telmo, sea como sea, lo ha cumplido a rajatabla. Lo de la unidad del partido y su fortaleza no eran cosa que dependieran de él. Llegaron las primarias, en el verano de 2018, para exorcizar demonios en el PP, se marchó Rajoy y, entre los aspirantes, Moreno se puso del lado de la candidata Soraya Sáenz de Santamaría. Y luego ganó Pablo Casado. Pero ya Moreno, a finales de ese año, tenía poder y Casado no pudo consumar su venganza en forma de gestora del partido en la comunidad. Desde entonces, dos años y medio ya, el PP anda descosido por una cosa y por otra, por fantasmas que no se marchan del todo, por guerras internas, por sedes malditas, y por direcciones provinciales en Andalucía que ahora quieren fortalecerse en los próximos meses no sin luchas intestinas previas. Pero Moreno sigue ahí.
Cuando fue elegido para comandar el partido en la comunidad autonómica hace siete años, demandó una reunión para "sentarse a dialogar” con Susana Díaz sobre una "hoja de ruta" sobre reformas en Andalucía, comprometiéndose a desarrollar una oposición "leal y constructiva”. Tiempo después, no está nada claro si Moreno, ya desde el poder autonómico y más allá de la propaganda, dialoga y sigue una hoja de ruta clara sobre reformas acuciantes en un territorio precario, con cientos de miles de personas en exclusión social o sobreviviendo con empleos de mala muerte. Un contexto desolador que, desde luego, no se genera en apenas dos años de legislatura.
Llegó el coronavirus y la enfermedad fue nominada a mejor excusa del año. Llegó el coronavirus y los 600.000 empleos que Moreno prometió en campaña, mientras comía en un McDonald’s con Casado y familia, se volatilizaron y se llegó otra vez al millón de parados. La hoja de ruta de Moreno desde su aterrizaje en Andalucía ha ido siempre improvisándose sobre la marcha, más respaldada que nunca por las cábalas de Elías Bendodo, al que llaman verdadero mandamás en San Telmo y hombre fuerte que mece la Junta. Moreno cae bien, es extremadamente cortés y juega a un liderazgo soft, sin aspavientos, con un tono suavón y condescendiente que saca de las casillas a sus adversarios políticos, incapaces por ahora de hacerle verdadero desgaste en medio de una crisis sin parangón. Con su discurso llano, su sonrisa siempre preparada y una pinta de yerno ideal que se adhiere a cualquier superficie, Moreno sigue a lo suyo.
Su preocupación, virus aparte, es saber si le dará tiempo suficiente a echar raíces al frente del Ejecutivo andaluz para que esa hoja de ruta que decía tener signifique cambio. Cambio real. Es decir, su preocupación es saber si tendrá apoyos suficientes para seguir otra legislatura más allá de 2022 —cuando podría empezar a construir verdaderamente otra Junta— y, por extensión, si seguirá dirigiendo el futuro de los populares andaluces, algo que estuvo a punto de dejar de hacer una noche de un 2 de diciembre de 2018, cuando volvió a perder las autonómicas, pero que sigue defendiendo siete años después ya como destacado barón del PP.
Cuando Rajoy le ungió como líder de los populares andaluces, en marzo de 2014, Moreno Bonilla, antes de ser Juanma, dijo: "Andalucía aún está inmersa en una tempestad económica y social, y la capitana del barco —por Susana Díaz— no sabe cómo salir, se ha puesto el chaleco salvavidas y seguramente nos deje solos en el barco". Cuidado con lo que se desea porque puede que se cumpla. Moreno, siete años depués de aquello ya no es el capitán del barco. Tras estallar la pandemia que nadie vio venir, ha de ser ahora casi un superhéroe en San Telmo que empiece a poner remedio a los males crónicos de Andalucía.
Ni las peleas con el socio Vox —ojito a lo que pueda ocurrir a partir de ahora—, ni la depresión del socio Cs, ni el discutido liderazgo en la izquierda andaluza hacen temblar de momento a un dirigente político que, con cara de no romper platos, mantiene el pulso sin titubeos, consciente de que apenas tiene año y medio para terminar de convencer de que es el presidente que Andalucía necesitaba justo en este momento. De que no está donde está por un simple quítate tú para ponerme yo. Era Spider-Man, cuyo punto débil eran los resfriados, el que tenía un cartel en su habitación que rezaba, "un gran poder también conlleva una gran responsabilidad". Era Peter Parker, el rostro humano del superhéroe, el que afirmaba: "No puedes pensar en salvar el mundo. Tienes que pensar en salvar a una persona". ¿A quién salvará Juanma?