Cuando toda España estaba en vilo por el voto del PNV, Mariano Rajoy ya sabía que su ciclo político había acabado. En su lugar estaba el bolso de Soraya Sáenz de Santamaría, de 2.000 euros. Quizás por todo ello la sobremesa en la que estaba el presidente del Gobierno y su núcleo más cercano se fue de las manos. La salida de un Rajoy desorientado de aquel restaurante de la capital de España fue la última imagen que ha habido de un líder del PP como máximo responsable de la política del país. Algunos miembros del partido, incluso, han dicho en estos cuatro años que sintieron pena al ver aquella escena.
Su salida del restaurante es tan icónica como su salida del Congreso levantando la mano y diciendo adiós. En aquel hemiciclo estaban observando Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, Pablo Casado y Albert Rivera. Ya sólo queda Pedro Sánchez que, además, desde entonces es el presidente del Gobierno, con dos elecciones mediante. En Andalucía, mientras tanto, gobernaba Susana Díaz. Tampoco sabía que apenas le quedaban meses en el Palacio de San Telmo, tras casi cuatro décadas ininterrumpidas de socialismo en la comunidad más poblada del país.
Aquello también fue el final de las relaciones del Partido Popular con los nacionalismos que le habían dado estabilidad en los gobiernos de Aznar y en el último de Rajoy. El giro del PNV hacia el PSOE todavía sigue vigente, aunque no sin roces y tensiones. Fue el principio de la crisis de la derecha española. Y, además, fue el comienzo de las decisiones fallidas de Ciudadanos. Rechazó la moción, rechazó estar en el Gobierno y, en definitiva, rechazó seguir existiendo. Autonómicas tras autonómicas, la sensación es que los naranjas tienen fecha de extinción.
Por el contrario, Pedro Sánchez, de nuevo renacido tras haber resucitado dentro de su propio partido, apelando a su manual de resistencia, dio un golpe a los populares que terminó cristalizando en el crecimiento y la consolidación de Vox, una fuerza a la derecha del PP con la que nunca habían convivido y con la que cuatro años después siguen si saber muy bien cómo relacionarse.
Cuatro años no son tantos. De hecho, es el periodo que transcurre de un Mundial a otro o de unos Juegos Olímpicos a otros. En política parecen más. Elías Bendodo, cuando ocurrió la moción de censura, era un desconocido en la política nacional. Se había dedicado a Málaga, su provincia, mandamás en la Diputación malagueña. Ahora, es el número tres del Partido Popular a nivel nacional y la mano derecha del presidente de la Junta, Juan Manuel Moreno. Moreno, entonces, sólo era un candidato de transición. Ni su partido creía en él, Casado le tenía preparada una gestora tras las andaluzas de 2018, pero, qué cosas, también supo sobreponerse y resistir. Ciudadanos apoyaba el Gobierno de Susana Díaz. Ahora afronta una campaña diciendo que sólo va a apoyar un Gobierno con el PP. Las encuestas, en algunos casos, pronostican que no tendrán diputados en el próximo Parlamento andaluz.
Precisamente Bendodo, desde Andalucía, se ha pronunciado en el aniversario del adiós de Rajoy preguntándose si "¿estamos hoy mejor que hace cuatro años?”. La pregunta es demasiada subjetiva para contestarla de forma general. Lo poco que se puede aportar es que el paro en aquel momento era del 15% y ahora mismo es del 13,9%. Entre medias, una pandemia y una guerra en Europa.
Porque esa es otra. Si Rajoy hubiese sabido lo que venía, quizás hubiera sido él quien se hubiera marchado. Por lo que sea, en estos cuatro años los populares llevan tres líderes distintos. Pedro Sánchez resiste y hasta controla Andalucía, la comunidad que históricamente había funcionado con mayor independencia. Manual de Resistencia se llamó su libro.
Rajoy, Casado y Feijóo. El primero es historia, pero permanece en la memoria. El segundo será olvidado más pronto que tarde. Los que lo habían apoyado fueron los mismos que se encargaron de matarlo políticamente. La principal figura mediática del PP es Isabel Díaz Ayuso, otra candidata que en su momento fue elegida porque no había muchas más opciones. Retuvo la Comunidad de Madrid y arrasó en su adelanto electoral. Era guardia pretoriana de Casado, hasta que sintió que el poder podía ser de suyo. Feijóo es la vuelta al marianismo, el apagafuegos del PP. Esa retórica gallega que contesta con otra pregunta. Su capacidad de Gobierno es una incógnita porque la gestión del partido en los últimos años le dejan a Vox como único aliado posible.
Los populares, desde el 1 de junio de 2018 critican el Gobierno Frankestein, pero más de uno desearía tener la posibilidad de utilizar esa geometría variable. La geometría del PP es fija. O suma con la extrema derecha, o está condenado a la oposición.
A Pablo Iglesias le quedaban sus tres años de gloria política. Un año después de la moción de censura se convirtió en vicepresidente del Gobierno. Ya no está y Unidas Podemos hace su canto de cisne particular. Designó a una sucesora con más ambición política que él, Yolanda Díaz, y que ni siquiera era de su partido político. Ahora a Podemos sólo le queda reivindicar lo ocurrido hace cuatro años, "echar a Rajoy y al PP" de la Moncloa habría sido "imposible sin la determinación" del ex secretario general de Podemos y exvicepresidente Pablo Iglesias, ha afirmado Pablo Echenique. Iglesias ahora tiene un puto podscast, como él mismo define el espacio que protagoniza en el diario Público.
En Ciudadanos tampoco sigue el que fue su líder. Albert Rivera se vio presidente en aquel momento, calculó mal y ahora está fuera de la política. Las últimas informaciones lo dejaron peleándose con el bufete de abogados que lo contrató y poco después lo despidió acusándolo de vago. De todas formas, su sucesora no ha cambiado demasiado el discurso con el que se enterró políticamente a Rivera, "cuatro años de mentiras, cesiones a partidos antisistema y pésima gestión". Así lo ha definido Inés Arrimadas, que también pudo reinar en Cataluña y, finalmente, también midió mal.
Sánchez se mantiene. No sabemos hasta cuando. Las críticas y el no por el no también se mantienen. Esto no parece tener fin. Él, mientras tanto, se deja ver por los pasillos de las instituciones de la Unión Europea recibiendo gestos cariñosos de la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen. Todo ha cambiado en estos cuatro años. Menos Pedro Sánchez.