Las trabajadoras con reglas dolorosas hablan de "culpa" y "frustración": "He llegado a desmayarme"

Las jóvenes expresan la dificultad de confesar a su jefe que tienen una enfermedad que las inhabilita una vez cada 28 días: "Pensar que me voy a poner con el periodo es saber que se me va a paralizar la vida"

Mujer con la regla sujetando un tampón.
Mujer con la regla sujetando un tampón.

La regla sigue siendo un tema tabú aunque las mujeres pasemos un promedio de 2.920 días de nuestra vida menstruando. Históricamente, el periodo se ha contemplado como algo sucio, impuro en algunas culturas e incluso vergonzoso en según qué círculos. Los anuncios de compresas nos dicen que el sangrado es azul y que la vida es color rosa, alejándose de la realidad de la mayoría de personas para las que oferta el producto. Sin embargo, con la medida que contiene el anteproyecto de nueva Ley del Aborto, en la que incluye la concesión de la baja laboral por regla dolorosa, parece que el tema ha dejado de esconderse en el cajón de conversaciones que no interesa tener para ser un asunto de primer orden.

Según avanzan fuentes del Gobierno, los costes serán asumidos por la Seguridad Social desde el primer día, no por la empresa. Además, no tendrán días estipulados y tampoco se exigirá un mínimo cotizado como pasa con otras incapacidades. Este último punto se debe a que los dolores menstruales se registran sobre todo en mujeres jóvenes, la mayoría con edades en las que muchas se encuentran dando sus primeros pasos laborales. Como con toda ley, hay puntos de vista diferentes respecto a ella, pero sí se puede llegar a algo en claro: constan pocos conocimientos sobre el porqué surgen los dolores, las enfermedades que los causan y los pocos remedios médicos que existen para combatirlos.

La menstruación es un proceso fisiológico que no tendría por qué producir dolor, no al menos para incapacitarte, pero si lo hace, seguramente hay algo detrás que no va bien. Es el caso de María Iglesias (Sanlúcar, 25), camarera en un bar de copas y que padece el síndrome del ovario poliquístico desde que tiene 17 años. Cada vez que le baja el periodo, coger la bandeja se le hace un mundo. “Los dolores son tan fuertes que me dan náuseas, jaquecas y hasta siento que me quedo sorda. Si hace calor no puedo salir a la calle porque me baja la tensión y me desmayo”, expresa y añade que incluso ha tenido “que estar en monitores porque tenía contracciones como las embarazadas”.

María Iglesias: "Si hace calor no puedo salir a la calle"

“Los dolores me duran todo el mes. No se lo deseo a nadie”, cuenta María. Lleva ocho años con anticonceptivas, pero nada le alivia el dolor. “La única solución que me han dado es una operación para extirparme los ovarios. Tengo 25 años y eso para mí conllevaría no ser madre biológica nunca. Sin la operación, la única solución que me dan es que me tome un antiinflamatorio, pero a mí lo único que me hace efecto es un diazepam porque me deja dormida”, expone enfadada.

Al sufrimiento físico se le suma la frustración. “Culpa”, dice sentir cuando tiene que abandonar su puesto de trabajo. Se pregunta constantemente ¿Por qué a ella? “Por mi enfermedad puedo llegar a estar todo el mes con dolores de ovarios. Es una sensación horrible. Estoy harta de ir a ginecólogos privados y a urgencias para que me pinchen todos los meses”, cuenta, y se muestra decepcionada con las escasas soluciones médicas que le ofrecen.

Dolores menstruales.   Pexels
Dolores menstruales.   Pexels 

Es difícil confesar a tu jefe que tienes una enfermedad que te llega a inhabilitar una vez cada 28 días, que no sabes cómo ni de qué modo la menstruación va a afectarte. Aún más si trabajas en un entorno laboral donde la mayoría de tus compañeros son hombres y tienes que pelear contra estereotipos y prejuicios cada día para demostrar que mereces estar ahí. Arame Tall (Sevilla, 26), padece endometriosis y forma parte del Cuerpo de Bomberos de Mánchester. Desde Reino Unido lee las noticias de España con la esperanza de que la ley avance, aunque ella la ve lejos de su alcance en el país en el que vive.

Recuerda sus dolores menstruales desde que tenía 11 años. “No sabía ni ponerme una compresa”, confiesa, aunque el malestar fue aumentando cuando cumplió los 20. Llegaba incluso a desmayarse y aunque avisase de que se encontraba indispuesta en sus anteriores trabajos no servía para nada. “Llegué a decirle a uno de mis jefes que estaba muy mal y solo me dijo: Es la regla y no puede ser tan malo. Yo no me podía ni levantar, solo me colocaba con la espalda agachada porque no podía ni moverme”, recuerda la sevillana.

Arame Tall: "Me callaba los dolores porque no quería tener un trato diferente"

Sin embargo, lo peor vino cuando empezó a trabajar de bombera, un trabajo que le exige estar en plenas condiciones físicas. “Recuerdo un día en la estación en el que empecé a encontrarme muy mal. Se me bajó la tensión y empecé a vomitar. Me callaba los dolores porque no quería tener un trato diferente hasta que me desmayé. Llamaron a la ambulancia y estuve ingresada dos días”, cuenta Tall a lavozdelsur.es. “Imagínate que te pase eso en un equipo lleno de hombres y que la mayoría no lo entiendan”, añade.

“En el Cuerpo de Bomberos no puedo trabajar encontrándome mal porque no es seguro para mí ni para mis compañeros. Soy yo la que tengo que salvar vidas, no a la que le tienen que salvar”, cuenta y explica que, aunque su jefe actual la entiende y pide que se lo comunique para facilitarle el trabajo, es algo difícil en su situación.

“Cada vez que me cambian de estación tengo que contárselo a alguien diferente y es muy frustrante. Esto no es algo que lo haya elegido yo”. Como solución solo le recetan anticonceptivos, pero aún tiene anemia desde que utilizó un implante con el que sangró durante seis meses sin parar hasta que incluso se le llegaron a caer las uñas. “Pensar que me voy a poner con el periodo es saber que se me va a paralizar la vida”, expresa.

Claudia del Pozo: "Aunque me estuviera muriendo, me callaba y no decía que me quería ir a casa"

Con el foco en el entorno laboral, se olvida que la regla llega a las mujeres cuando son muy jóvenes, a veces niñas que aún van a la escuela. Claudia del Pozo (Sevilla, 25) se recuerda aguantándose en el pupitre cuando le bajaba la periodo. “Estaba en un colegio religioso y nunca te dejaban marcharte si te ponías mala. Una vez me desmayé en el baño. Solo recuerdo ver todo negro y despertarme con mi profesora mirando y marchándose posteriormente”, cuenta. Nadie le habló sobre lo que estaba experimentando su cuerpo. Una realidad común en los colegios —sobre todo concertados y privados—, donde se explica poco o nada sobre le higiene íntima femenina.

Se crió y creció con un pensamiento que todavía le pesa y le acompaña en su vida laboral: si duele, aguanta. “Cuando trabajo con la regla a veces se me corta o empiezo a manchar de forma abundante. Aunque me estuviera muriendo, me callaba y no decía que me quería ir a casa. Yo he entendido que, aunque me preguntasen, no iba a valer para nada”, expresa y denuncia que en la mayoría de sus trabajos tampoco facilitaban compresas o tampones. No sabe qué le ocurre, qué es lo que hay detrás de ese dolor porque confiesa sentirse “decepcionada con la Sanidad pública”: “Nunca dan una solución”.

El debate en torno a la ley surge por la posibilidad de que deje la puerta abierta a trampas —aunque no sería la primera que lo hace— para pedir la baja laboral. Sin embargo, las tres jóvenes coinciden en que silencian su dolor por el miedo al qué dirán e incluso a futuras consecuencias laborales. Asimismo, cuando les dan un diagnóstico sobre sus trastornos menstruales, lo hacen tarde y llevan años padeciendo dolores insufribles, en algunos casos ni siquiera llegan a ser detectados.

Todo se traduce en desconocimiento y en las largas listas de espera para acudir al ginecólogo de la Seguridad Social. Por otro lado, la realidad es que le regla sigue siendo un estigma social y, cuando el debate político se diluya, volverán a meterlo en el cajón de temas de los que no interesa hablar. 

Sobre el autor:

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Lucía Velázquez

Natural de Sanlúcar de Barrameda, estudió periodismo en la Universidad Complutense de Madrid. Aprendió el oficio entre las paredes de la redacción de Europa Press y luego pasó a seguir creciendo en el diario Público. Especializada en temas de feminismo, migración y fake news, cree en un periodismo comprometido con el derecho a una información veraz a través del respeto de testimonios, las fuentes y la empatía.

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