“Yo no soy la dueña, simplemente la depositaria de ellas”. Las palabras de María Emilia Lira, de 77 años, resuenan en el centro cultural Fábrica de la Luz de Chiclana. Natural de Constantina, en Sevilla, esta mujer de talante entrañable utiliza las palabras que Elizabeth Taylor decía sobre una de sus joyas. “Eso mismo digo yo de mis muñecas”, dice en la primera sala de este nuevo espacio que abrió sus puertas el 24 de junio. A María Emilia le encanta hablar de una pasión que le llena desde 1996, cuando comenzó a coleccionar estas piezas artísticas.
Fue hace 28 años, en una feria de Madrid, donde despertó su curiosidad. Por entonces, regentaba una tienda de restauración y manualidades en Colmenar Viejo y solía asistir a este tipo de eventos. “A la salida, vi que estaban haciendo muñecas de porcelana, Era un taller de Esmalper (taller de creación de muñecas histórico en Madrid) me apunté a las clases y me enganché”, cuenta a lavozdelsur.es antes de adentrarse en la instalación.
Desde entonces, se dedicó no solo a hacer reproducciones de porcelana, sino también a buscar todo tipo de muñecas por el mundo. Primero empezó por las de su época, y posteriormente, exploró a muchísimos fabricantes que hoy tienen un hueco en su colección. Más de 700 muñecas duermen en este centro, desde los años 20 hasta la actualidad, de trapo, de cartón piedra, de madera o de celuloide.
“Me llama la atención que, al ser artesanas, aun siendo las mismas, son diferentes”, comenta mirando las expresiones de cada cara. A su alrededor hay algunas de cartón, pero no las cuatro con las que jugaba cuando era pequeña. “En mi época tener una muñeca era tener un estatus. Ahora todo el mundo tiene una Barbie, pero entonces no era tan fácil. Eran muy caras, las madres, no nos las dejaban para jugar”, dice María Emilia. Las que no eran de cartón, eran elementos de decoración.
La sevillana, afincada en Chiclana —ciudad a la que se desplazaba para ver a su primo— ha querido sacar a la luz la enorme colección que hasta entonces guardaba en un chalet ubicado en La Rana Verde donde solo habitaban estos ejemplares. Era la gran casa de sus muñecas, donde las cuidaba con mimo como si fueran sus hijas. Pero, después de la pandemia, pensó en donarlas al Ayuntamiento para que el público pudiera verlas. “No podía seguir con ellas, esto es un mundo y requiere mantenimiento”, explica, agradecida con el equipo que ha colaborado “con mucho cariño” para hacer realidad el lugar que pisa.
Las muñecas que permanecen en las vitrinas son exclusivas y proceden de casas antiguas, anticuarios, del Rastro de Madrid o de internet. Vivían en estanterías de hogares o estaban olvidadas en baúles. Pasaban de mano en mano hasta que llegaron a las de María Emilia. “Estas muñecas son difíciles de adquirir, no las venden en El Corte Inglés, tienes que ir a buscarlas”, añade.
Con entusiasmo recorre cada rincón de esta exposición, que es considerada una de las más importantes de España, donde las muñecas están agrupadas por fabricantes, por marcas o por una cuestión estética de altura. La mayoría no tiene nombre propio y algunas, incluso, se desconoce el nombre de la persona que las creó. Sin embargo, esta experta conoce infinidad de datos sobre estas piezas, información que ha ido recopilando a lo largo de los años gracias a su interés por la historia de cada una. “Colocarlas ha sido lo más difícil, agota”, recuerda con una sonrisa.
La sevillana ha participado con mucho gusto. “Las he comprado por el hecho de investigarlas, no solamente porque sean más cotizadas o menos”, dice mientras va señalando algunos ejemplos. Argentinas, americanas de Nueva York o inglesas.
"Tenes una muñeca era tener estatus"
En su ruta, destacan las muñecas que se inspiraban en personajes de revistas como Anita Diminuta o Mariló, de Mis Chicas, o Mari Pepa Mendoza, de Flechas y Pelayos, que Pedro Angulo convirtió en muñeca en 1940. También las actrices inspiraban a los fabricantes para lanzar creaciones como la que reposa en una de las vitrinas. “Estoy segura de que esto es un San Juan”, expresa María Emilia delante de una muñeca de Shirley Temple, actriz estrella en los años 30. Fue fabricada en Olot, municipio de Gerona donde nació la primera industria de imaginería religiosa.
Otros ejemplos son la muñeca que reproduce a la actriz Leslie Caron o a Audrey Hepburn y su personaje en la película Sabrina, de Billy Wilder. “Esta es de plástico y tiene el pelo implantado”, dice la coleccionista, refiriéndose a Cayetana, la creación de Isidro Rico, de Industrias Diana, que apadrinó la duquesa de Alba. María Emilia cuenta curiosidades y anécdotas que le vienen a la mente durante la visita. Hay una muñeca alemana que compró en una tienda de ropa blanca donde antaño se vendían pijamas y sábanas, y otra, catalana, con los ojos muy grandes, un rasgo identificativo para las que salían de fábricas de Cataluña.
Pero esta sevillana le tiene especial cariño a Gisela, comercializada por Carmen Cervera en 1944. Una muñeca que llego a protagonizar una revista y hasta un programa de radio. En Radio España, la propia Gisela cobraba vida y contestaba las preguntas de las niñas en directo y tenía un club de fans. María Emilia lo era. Como bien comparte, ella era de Gisela, y no de Mariquita Pérez. “Era como el Barsa y el Madrid. Con Gisela no soy escrupulosa, me gustan todas”, dice la experta, que frecuentaba la casa de su creadora, con la que pudo compartir momentos.
“Ella cerró la fábrica cuando llegó el plástico, no quiso que sus muñecas se hicieran de plástico ni salieran por una cinta transportadora”, dice delante el último muñeco de Carmen Cervera y algunos de sus catálogos.
En la inmensa colección hay muñecos con chupetes que se compraban de contrabando en Gibraltar y muñecas vestidas de piconera o de flamencas en lo que llama un “starybel”. Las de mejor calidad asegura que son las creadas en Madrid. “Hacían las muñecas con lo que tenían, en la posguerra Franco daba un cupo de plástico, ahora nosotros despreciamos el plástico, pero entonces no. Pero, los fabricantes de muñecas lo vendían y afortunadamente la seguían haciendo de cartón”, explica dejando atrás un stand dedicado a la fábrica Muñecas Florido o la de Isidro Rico, en Onia, Alicante.
A María Emilia no se le escapa ningún detalle. Incluso reconoce la procedencia de las piezas con tan solo mirarle las manos. “Esta de Madrid porque tiene los dedos de cuchillo, separados, y esa se hizo en Galerías Preciados y podría asegurar que la fabricó Florido por la calidad del material”, dice mencionando al bebé Baladona, cuyo lugar de fabricación se desconoce.
Cada muñeca presenta una etiqueta con un número con el objetivo de que el público pueda saber más acerca de sus características. En el rincón de la sala hay una pantalla donde se pueden introducir los dígitos. María Emilia destaca la número 355, una muñeca de 90 centímetros que, según los datos de la pantalla, fue fabricada por Santiago Molina en los años 40.
“Movía las piernas y la cabeza y parecía que decía mamá por el ruido que hacía su mecanismo”, cuenta. La coleccionista continúa compartiendo datos frente a una cristalera que simula el escaparate de una juguetería. No falta Güendolina, la primera muñeca que hizo la popular marca Famosa, constituida como sociedad en 1957.
Ya en la última sala, María Emilia se detiene junto a las piezas de Ramón Inglés, ceramista valenciano de los años 80. “Esta tiene más de 40 años y mira el brillo de sus pendientes. No están valoradas y cuando murió, quise hacerle un pequeño homenaje a este artesano que hizo cosas muy meritorias”, añade.
El próximo muñeco que señala mueve la cabeza, los ojos y hasta la lengua. Junto a él, se distinguen reproducciones modernas que ella misma ha creado a lo largo de estos casi 30 años. Muñecas de porcelana que, según cuenta, “son dificilísimas de hacer”. Cuando hizo cupidos o pepones, dice que el reloj no era buen aliado. Es un trabajo minucioso, pestaña a pestaña, que requiere paciencia y horno.
La variedad se palpa en esta colección que incluye hasta muñecas alemanas de segunda mitad del siglo XX, a las que les cambian los ojos de color, que parecen sacadas de una película de Tim Burton. Este es un museo de lo más curioso hecho con mucho amor por una apasionada que sumerge en un mar de recuerdos a toda persona que se acerca a la calle Segismundo Moret.