El despacho que le conservan a Antonio Gómez Moreno (Segovia, 1935) en las instalaciones centrales de Madre Coraje, en unas naves situadas a las afueras de Guadalcacín, en Jerez, es un “almacén de recuerdos”, como él lo define. Durante las dos décadas que fue presidente de la ONG que fundó en 1992 —aunque en 1991 inició su actividad— acumuló muchos. Y también posteriormente, tras ser nombrado presidente honorífico.
En el despacho hay figuras andinas, diplomas, premios, fotos con momentos históricos y mapas. Enormes mapas que cubren la pared del fondo, situada detrás del escritorio. De Perú y Mozambique, mayormente, países donde centra su acción la ONG. “Hay recuerdos bonitos y recuerdos oscuros, luces y sombras. El gran mérito que tiene Madre Coraje son las sombras. De superar problemas es de donde sales enriquecido”, comienza diciendo, al inicio de la charla con lavozdelsur.es.
Y es que un viaje a Perú, a principios de los años 90 del siglo pasado, le cambió la vida a Antonio Gómez, que entonces trabajaba como ingeniero en los Astilleros de Puerto Real. Allí vio mucha hambre y, sobre todo, a niños raquíticos, hambrientos, buscando comida en contenedores, muriendo por falta de alimento… Y se dijo que algo tenía que hacer. “Había cientos de niños, los niños piraña, rebuscando en basureros, y eso me impresionó”, rememora.
“Cuando ves eso, no vale con echar unas lagrimitas y quedarte traumatizado por aquella injusticia. Primero ver, después juzgar, y luego preguntarte por qué existe esa injusticia por la que mueren cientos de niños. Cuando me di cuenta de que era cómplice por mi forma de vivir, por el consumismo, por el tiempo muerto que desperdiciaba sin ayudar a los demás… Después de ese juicio vi que era responsable”. Y decidió actuar.
En el avión de vuelta desde la capital peruana hasta Madrid, traumatizado por lo que había visto y oído, gritó en voz alta: “Este mundo es una mierda”. A su lado iba una monja que trabajaba con niños piraña en su congregación, que se veía con dificultades para alimentarlos a todos. “Esa monja era la mujer más espabilada que conocí en mi vida”, dice Gómez. Durante las 12 horas que duró el viaje, le hizo un “máster” sobre la labor de las ONG y cómo debía enviar material en contenedores para ayudar a esos niños.
A su vuelta a Jerez, donde reside desde hace más de medio siglo, reunió a madres y padres de la Ampa de un colegio de La Salle y consiguieron medicina, ropa o comida que luego enviaron a esos niños que había visto morirse de hambre. Dos contenedores enviaron hasta Lima. Así mandaron los primeros contingentes, modestos, de ayuda.
“Alguien dijo que los niños comen todos los días. Que nuestra ayuda les iba a dar de comer durante 15 días o mes. ¿Y luego qué? Eso nos hizo decidirnos a ir más allá de esa campaña concreta, y asumimos el compromiso de tener una continuidad. Los niños comían todo el año”, asegura Gómez. Un año después creó Madre Coraje, junto con una veintena de amigos. Tres décadas más tarde, son unos 500 los contenedores enviados, con más de ocho millones de kilos de ayuda humanitaria, de la que se han beneficiado 650.000 personas. “Se ha hecho una labor callada, pero eficaz”, remata.
Y ahora... ¿Hijo Adoptivo de Jerez?
Con 55 años, Antonio Gómez, ingeniero de Astilleros, fue jubilado. “Con lo activo que era no me iba a quedar sentado en casa”, dice. Y desde entonces volcó toda su energía en la ONG, para “dedicarme en cuerpo y alma a los niños”. A sus 88 años, sigue sin parar. Escribe a menudo, sobre su experiencia vital sobre todo, y lee prensa a través de internet, lo que le hace mantener el cerebro activo, algo que se nota al mantener una conversación.
Después de muchos años de lucha y entrega a los demás, la asociación Coherentes, que forma parte de la familia de Madre Coraje y que también fundó Gómez, inicia una recogida de firmas para que sea nombrado Hijo Adoptivo de Jerez. El Ayuntamiento ya ha recogido el guante y está por la labor.
Tras recibir reconocimientos como el Premio Andaluz del Voluntariado de la Junta de Andalucía en 2005 o el Premio Estatal de Voluntariado, otorgado por el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad en 2013, ahora quieren que Gómez sea Hijo Adoptivo de una ciudad que hace mucho tiempo que siente suya.
“Fue una trampa (risas). Me enteré gracias a vosotros, a la prensa. A la salida de una misa una señora se me acercó y me dio la enhorabuena porque me había visto en el periódico”. Así cuenta Gómez que supo de que se estaba moviendo su candidatura para ser Hijo Adoptivo. “Todos los voluntarios son los merecedores de este nombramiento”, apunta, quitándose mérito.
Escribir para mantenerse activo
A sus 88 años, Antonio Gómez ha escrito dos libros —La gratuidad desde mi experiencia de vida y El poder de los valores— y está rematando el tercero, en esta ocasión, sobre el amor. “El amor está tan manipulado, tan tergiversado y hay tantos intereses en contra de que se difunda el amor…”, reflexiona. Para él, “no tiene sentido que se llame igual al amor de pareja, que al amor sexual, al de una madre, al de un hijo, al amor a uno mismo… Son amores que no deberían tener el mismo nombre”.
De su libro sobre los valores, donde enumeró más de 40, destaca por encima de todos estos tres: la igualdad, la solidaridad y la gratuidad. Sobre esta última palabra gira la acción de la ONG que fundó hace tres décadas. “La gratuidad es lo opuesto del odio, del egoísmo. Ahora ya habla el Papa de la gratuidad, pero hace 30 años nadie lo hacía”, sostiene. Es importante no confundirla con la generosidad. “Es no pedir, no buscar, no esperar nada a cambio. Puedes ser muy generoso, pero si lo haces de forma interesada…”.
La travesía por el desierto
Durante su larga trayectoria al frente de Madre Coraje, muchas veces tuvo Antonio Gómez sensación de “estar sembrando en el desierto”. “Los frutos del trabajo tardan en verse, pero la gran virtud que tenemos es la capacidad de la resiliencia y de superar los problemas. La esperanza y la ilusión nos han enriquecido y nos han evitado llegar a la desesperación, o a tirar la toalla, porque trabajamos con la gratuidad como eje, sin esperar compensación”.
Por su experiencia, asegura Gómez que ahora “estamos decayendo en solidaridad”. La ola desatada durante la pandemia fue un espejismo. “Ese amor que tenemos dentro, como una semilla, afloró. Salimos a las ventanas a aplaudir a los sanitarios, a los policías, hubo una reacción solidaria fabricando mascarillas…”, recuerda.
Pero poco queda de aquello, aunque sea reciente. A Madre Coraje, ahora, le cuesta encontrar voluntarios que ayuden en sus tiendas, o en el huerto solidario que tiene en Guadalcacín, del que salen cada año 26.000 kilos de frutas y hortalizas que se donan a comedores sociales. “Cada vez hay más mercantilismo, más egoísmo, falta honestidad y se pierden los valores… Por eso estoy haciendo un llamamiento a la sociedad, que está enferma, y no se da cuenta”. Para Antonio Gómez, “el dinero ha sustituido a los valores”.
Para una ONG como Madre Coraje, que ayuda a personas con necesidades que viven a muchos kilómetros de Jerez, donde se encuentra su base de operaciones, es habitual escuchar comentarios del tipo “primero los de aquí”. “Hay quien tiene el concepto de que el amor es un problema de cercanía, pero hay que ayudar al más necesitado. El amor no es ayudar a quien está más cerca, sino ayudar al que lo necesita”.
Lo que empezó como una campaña solidaria con madres y padres de una Ampa, ahora es una ONG con diez delegaciones en España —además de Jerez, cuenta con sede en Cádiz, Málaga, Sevilla, Huelva, Córdoba, Granada, Jaén, Madrid y Navarra—, con más de 950 voluntarios y 92 trabajadores; una entidad en la que el 80% de los ingresos procede de la venta de reciclaje y la reutilización de ropa o aceite; que tiene 25 tiendas solidarias entre Andalucía, Madrid y Navarra, con las que pone de nuevo en circulación una media 140.000 kilos de prendas al año.
"En absoluto. Yo siempre miro hacia adelante, nunca para atrás. Estamos ayudando a que muchas personas vivan de forma sostenida, aportando lo que necesitan para vivir hoy, no mañana, con ayuda humanitaria. Siempre tenía tantos problemas que no tenía tiempo de mirar hacia atrás, siempre pensando en lo que falta por hacer”.
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