En un pequeño puesto del Mercado de Abastos de El Puerto, Rosario Salguero elabora unos churros exquisitos que han dejado huella en la historia portuense. Conocida popularmente como Charo la de los churros, esta mujer de talante risueño nacida en la casa de las Cadenas se ha ganado el cariño de la ciudad. Y es que lleva al frente de este negocio familiar 64 años, que son “unos pocos de años”, afirma la churrera con los ojos clavados en las fotos antiguas que adornan su puesto.
Con tan solo 13 años, Charo empezó a despachar junto a sus padres, y desde entonces, ha sido constante y no ha parado ni un solo minuto de ofrecer este manjar. “Me casé con 21 años, tengo cuatro hijos, tengo mi Plaza y un público que me quiere mucho, los niños me dicen la abuela Charo, a mí el pueblo me ha hecho muy feliz”, expresa Charo desde lo alto del banco al que se sube para atender a sus clientes.
Charo preparando papelones de churros. FOTO: MANU GARCÍA
A sus 77 años, está todos los días “venga que venga” y charla con todo el mundo que se acerca a su ventanilla, que ahora presenta una pantalla protectora como medida de prevención frente al covid. Dicharachera y con mucho arte, la portuense ha vendido churros a varias generaciones. “Esta es el primer día que viene a verme”, bromea Charo al ver a una de sus clientas habituales que lleva degustando sus churros desde que era una niña. “Fíjate si hace tiempo que viene ella que ya viene con sus nietos y todo”, exclama la churrera.
Con sus ojos pintados con sombra de color azul y un rabillo que la caracteriza, Charo observa el proceso de elaboración de los churros. “Llevo muchos años pintándome a mi forma, me salga bien o me salga mal, pero no me importa, yo me veo bien y ya está”, comenta con desparpajo, y añade que el secreto de sus churros está en “tener un cálculo de sal y darle el punto a la masa”.
La abuela Charo rebosa de alegría mientras prepara otro papelón de churros como el que probó el rey emérito Juan Carlos I. “Yo hacía los hacía para él cuando venía al Club Náutico con los barcos. He visto a muchas personas famosas y todos me han saludado”, detalla.
En junio, el Ayuntamiento de El Puerto, motivado por una iniciativa popular, rindió homenaje a su incansable esfuerzo por sacar adelante la churrería con una placa que se encuentra a la entrada del Mercado. “Mis nietos me leyeron una poesía dedicada y a mí se me saltaron las lágrimas”, recuerda Charo, que explica agradecida cómo “una muchacha del pueblo cogió un papel y a toda la gente que conocía le decía que querían ponerme una placa”.
Rosario cuenta con ilusión que durante el acto le dijo al alcalde, Germán Beardo, que iba con su madre cuando era pequeño a comprar los churros, “hijo, que sueño me estáis haciendo”. Un sueño que ha estado presente en los rincones de la Placilla donde han existido hasta cuatro puestos diferentes, desaparecidos tras las reformas del edificio.
Uno de ellos, estuvo patrocinado por las Bodegas Terry. “Mi padre trabajó en Terry y nos puso una caseta, pero al cabo del tiempo, fue mi marido a apartar el leño y se le quemó entera”, expresa la que iba a casa de la familia Terry a hacer buñuelos “cuando las niñas vestían de largo para las fiestas”.
La churrera, que también ha trabajado en la feria y en el Parque Calderón haciendo patatas y buñuelos, recibe halagos hasta de los turistas que vienen a conocer la localidad. “Aquí viene todos los años una familia de Brasil con mellizos y me traen un regalito de pintura, vienen a pasar el verano y vienen a por los churros, se los doy y se van contentos los chiquillos”, narra.
Charo cortando los churros para introducirlos en el papelón. FOTO: MANU GARCÍA
Las coplas de Charo resuenan en este negocio de tradición familiar que, “si Dios quiere”, quedará al cargo de su hijo Alonso Romero, y seguirá vendiendo el mínimo de churros a un euro y el kilo, a ocho. Ya sabe todo el pueblo entero que “ay de mí, con los churros yo soy feliz, con los churros yo me he criado, yo me he casado, yo he tenido mis hijos, los he criado, los he casado, ay de mí con los churros yo soy feliz, toma y toma que toma y toma”, canta acompañándose de palmas y sacando una sonrisa a todo el que pasa por la zona.
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