Refugiados y periodistas se han visto asaltados en las últimas manifestaciones en la isla griega donde ya se ha triplicado el aforo de sus instalaciones de acogida.

Llegada a Chíos desde Atenas. Es martes, son las 06:15. El frío entra por la ropa hasta congelar el último de mis sentidos. Sopla un fuerte viento y la mar está revuelta, como de costumbre. En la calle Michael Livanou, paralela con el puerto de la isla griega, a pesar de la oscuridad, el continuo vaivén de militares uniformados con dos gamas de verde al estilo camuflaje me hace sentirme seguro. También alguna longeva pueblerina pasa de vez en cuando. De fondo: Turquía. Concretamente, las costas de Anatolia. Lo único que nos separa a ambos países: 7 kilómetros de Mar Egeo.

Todo tranquilo. Me tomo un café para entrar en calor. Chíos es un punto turístico clave por su historia, sus paisajes y, normalmente, su buen clima. Vamos, la típica isla griega… que está dejando de ser típica. Al igual que Lesbos. Y Kos. Y Samos. Islas anteriormente turísticas, pero que se están convirtiendo en verdaderas islas de acogida. Sólo en esta isla de la frontera hay más de 3.700 refugiados en instalaciones capaces de albergar a 1.100.

Mientras salen los corpulentos militares saludando amablemente, entran tres hombres al bar. Se quedan mirándome mientras escribo estas palabras. Han visto la réflex encima de la mesa. Es ahí cuando recuerdo las manifestaciones contra los refugiados de la pasada semana en la que algunos periodistas fueron asaltados por los propios manifestantes. Sigo a lo mío. Si preguntan, soy turista (saben que el turismo es lo que da riqueza a sus arcas).Conforme van llegando los refugiados a las islas, van entrando en esta especie de limbo que dividiría en tres subgrupos: gran parte de ellos son dispersados a lo largo de la geografía helénica en diferentes centros de refugiados en los que la salubridad deja mucho que desear; otros muchos, se quedan en esta parte del planeta entre la Unión Europea y Turquía; muy pocos consiguen su meta de reencontrarse con sus familiares y demás seres queridos en países europeos más prósperos. ¿Denominador común de los subgrupos? La desesperación de haber escapado de conflictos armados en sus países de origen, véase Siria, Iraq, Afganistán, Libia…

Siguen mirando, es momento de guardar la cámara y pedir la cuenta. Es aquí cuando recuerdo las palabras de un joven voluntario al que identifiqué en el vuelo desde la capital ateniense por el título en castellano del libro que portaba: “Vengo `cagao´, es mi primer día. También traigo una Nikon y no se ni si sacarla. ¿Viste la que se lio la semana pasada con los periodistas?”

¡Acabáramos! Ni que hubiera, Occidente, creado alguna de esas guerras que vemos como llegan a nuestras orillas a día de hoy… ¿verdad?

Siguen mirando. Es hora de salir.

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Pablo Muñoz

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