Nacida en el pueblo gaditano de Espera, el 4 de junio de 1936, bautizada en Jerez por falta de sacerdote en el pueblo y criada entre barras de bar, Pepa Bernabé abre las puertas de su restaurante para dar a conocer su historia y todo lo que rodea a Casa Pepa, un negocio hostelero archiconocido en Jerez. Sentada y presidiendo una de las mesas del restaurante, relata con pausa el trayecto de una vida apasionante que refleja la verdadera vocación de la hostelería. Tras 14 años trabajando en la venta La Parra, dándole de comer a muchísimos pilotos, soldados y obreros que trabajaban en el aeródromo jerezano, Pepa decide trasladarse al centro de Jerez con su marido y sus dos hijos para montar lo que ahora mismo se conoce como restaurante Casa Pepa, situado en la zona de Madre de Dios.
"Al principio no fue fácil. Yo era una mujer analfabeta y los bancos pensaban que mi negocio no llegaría a ningún sitio. Nos negaban las licencias y me tomaban por tonta”, se sincera orgullosa de todo lo que ha conseguido en tantos años de incansable trabajo. “Gracias a personas como el ex concejal José Gutiérrez Murillo y el ex director local y provincial de Viajes Marsans, Diego Yuste, logramos tener todos nuestros papeles en regla y pudimos montar lo que ahora mismo veis”, confiesa. A pesar de unos inicios difíciles, como casi todos, y con 20.000 pesetas prestadas, el 12 de diciembre de 1982, Pepa abre las puertas de su nuevo negocio de restauración.
Un establecimiento que “nunca ha hecho distinciones de clases sociales”. "Al principio de montar el restaurante, la clientela se concentraba en trabajadores de clase obrera, que veían en mi negocio un negocio de calidad con comida de calidad. Los menús, ahora a 8,95 euros, hicieron que muchas familias decidieran venir a Casa Pepa y “quitarse de jaleo de comida”, recuerda. “Casa Pepa ha sido desde siempre un restaurante con comidas para todo el mundo. Sin embargo, los hombres y mujeres de negocios de estos años evitaban entrar en mi restaurante porque no querían comer con gente obrera. Pero ahí estaba yo, para decirles que entraran y que probaran mi comida, porque el mismo derecho tenía un arquitecto a comer bien que un peón de albañil”, rememora la veterana hostelera y cocinera.
En la actualidad, el establecimiento sigue con la misma filosofía de sus inicios, dando de comer a todas las generaciones, sin importar su condición social ni económica. Probablemente, este sea el secreto que hace de este lugar un restaurante que ha perdurado en Jerez durante casi 40 años. “A mí me quiere todo el mundo porque yo quiero a todo el mundo”, cuenta emocionada. “Preguntes a quien preguntes, la mayoría de gente conoce donde está mi restaurante y probablemente sea por el cariño y la humildad con la que tratamos a los clientes”.
Las berenjenas rellenas de langostinos de Casa Pepa empezaron a ser un reclamo para los jerezanos. Pepa nos cuenta que nacieron sin “comerlo, ni beberlo”. “Un día fui a la plaza a comprar los avíos para el restaurante, y una amiga que regentaba un puesto de pescado me dijo que me llevara unos langostinos. Le dije que sí, que me llevaba un cuartito, pero ella me dijo que me llevara los tres kilos que le habían sobrado y que ya no iba a vender. Le dije que no, que no necesitaba tantos langostinos. Ella insistía en que sí, que los hiciera con mis berenjenas tan famosas, y que ya vería que me quedaban buenísimas. Y a decir verdad, ¡qué buenas me quedaron, chiquilla!”, ríe.
Pepa cree que la hostelería ha cambiado mucho en estos últimos años. “Los camareros ya no tienen ni la formación ni la vocación de antes”, aclara. “He ido a restaurantes donde el servicio es malísimo, la calidad de las comidas es regulín y el ambiente del equipo de trabajo deja mucho que desear. Aquí es distinto, el equipo de diez camareros hace que mi restaurante sea reconocido a nivel mundial”, mantiene orgullosa una mujer para la que ahora diversos sectores de la ciudad piden una calle en homenaje y reconocimiento a su trayectoria.
“En este restaurante hemos tenido a gente de todo el mundo”, expone. “Justamente la semana pasada tuvimos a una chica argentina que iba a coger el tren en la estación y estuvimos charlando mientras ella comía. Me contó que tenía mi restaurante anotado como una visita obligatoria antes de marcharse de Jerez. ¡No sabes la ilusión que me da saber que hay un trocito de Casa Pepa en muchas partes del mundo!, se enorgullece Pepa.
A pesar de tener ciertos problemas de movilidad, no pasa ni un solo día sin acudir a su restaurante mañana, tarde y noche. “Yo quiero que la gente sepa quién soy y dónde están comiendo”, dice.
Amor por la cocina y buen servicio como grandes armas de una señora que ha luchado contra viento y marea por conseguir sus sueños, y aunque su analfabetismo inicial le cerró alguna que otra puerta, gracias al buen corazón de ciertas personas Pepa cumplió su objetivo, tener un restaurante con su nombre.
¡Pepa, una tapita de paella para llevar por favor!