En naves abandonadas o en mitad del campo muchas personas buscan un lugar donde descansar cuando cae la noche. La miseria y la pobreza se palpa en rincones de El Puerto donde aquellos a los que la vida no se lo ha puesto fácil buscan un trozo de pan para llevarse a la boca. A algunas personas se les remueve el alma cuando les miran a los ojos. Esa sensación la experimentó Miguel Sanz, natural de La Línea, en 2008 y no pudo quedarse de brazos cruzados. Desde entonces, realiza lo que él llama salidas humanitarias con el fin de ayudar a los mas desfavorecidos.
“Las personas que están en la calle me tocan, veía pasar a la gente como si a nadie le importase nada. Así empecé a hablar con ellos y vi que algunos sí tenían la intención de salir”, explica Miguel, de 52 años, que reside con su mujer en El Puerto.
Por iniciativa propia, hace más de diez años, decidió poner su granito de arena para hacer más llevadera la vida de las personas sin hogar que vagan sin rumbo. Creó un grupo bautizado como Sin Límites y empezó a recoger donaciones.
“Siempre me ha gustado ayudar a las personas”, confiesa el linense que se adentró en las labores sociales con 34 años cuando finalizó su etapa como futbolista profesional. “He jugado en primera y en segunda división con el Granada, el Almería y otros equipos”, dice. Tras años tras el balón, sintió que su camino estaba ligado al servicio a los demás.
Hizo un discipulado en Madrid y se formó como misionero “pero laico” para terminar prestando su ayuda en Bilbao, Madrid, Sevilla y un centro de día para personas sin techo en su tierra natal. Actualmente compagina sus salida con su trabajo en Cáritas en la provincia de Cádiz.
Ya son 25 voluntarios los que se han sumado a la causa. “Tenemos un grupo de WhatsApp donde comunico las necesidades que hay durante la semana”, comenta Miguel que suele organizar las salidas los sábados o los domingos por la tarde.
El centro de operaciones es su propia casa. Es allí donde prepara las bolsas con bocadillos y bebidas para repartirlos por la ciudad. “El kit de alimentos que llevo tiene café calentito, colacao y caldo de pollo, tres termos”, detalla. A los que añade lo que tenga en su cocina, ya sean magdalenas, galletas donadas por un voluntario o botellas de agua que ha pedido en el grupo.
"He visto a personas salir adelante"
Miguel no solo recoge alimentos sino también trata de conseguir ropa y otros útiles como un saco de dormir, mantas para el frío o incluso una silla de ruedas que necesitaba uno de los atendidos. “A veces hago batidas por la calle y me encuentro transeúntes de pasada, a los que ayudamos en ese momento, pero a la siguiente semana voy a ese portal a buscarlo y no está”, sostiene.
Además de bienes materiales, el misionero ofrece su ayuda a aquellas personas que decidan salir de la calle y empezar una nueva vida. “Por mi trabajo tengo muy buenos contactos para su desintoxicación, recuperación y integración social en centros educativos o cristianos”, apunta.
El último fin de semana atendió a 16 personas. Caras que ya son conocidas para él después de años ofreciéndoles conversación. Su intención final no es otra que “sacarlos de la calle” y tengan una vida digna. “Los alimentos son un gancho para poder tener confianza con ellos y poder hablarles y orientarles para que salgan”, expresa.
Es consciente de que algunos, por enfermedades mentales o idas y venidas con la droga, se niegan a hacerlo. En cambio, se siente satisfecho de haber podido ver a otros que sí han aceptado su mano y se han dejado guiar. Según cuenta a lavozdelsur.es, “he tenido mucha carga. A tres chavales de Chiclana los llevé a centros educativos y cristianos y todavía están ahí. Con que una persona quiera cambiar su vida ya me puedo sentir orgulloso”.
Aunque asegura que en El Puerto “me está costando mucho” ya ha visto a dos personas salir adelante y no pierde la esperanza de que algún día su labor ya no sea necesaria. Una cruzada a la que dedica tiempo, esfuerzo y, lo más importante, corazón.