Los pueblos esconden callejones con encanto. Rincones de ensueño que se convierten en el escenario perfecto para una foto en Instagram. En Alcalá de los Gazules hay uno de esos en los que todos quieren posar para el recuerdo. La calle Sánchez de la linde se ha ganado un hueco entre los puntos de interés turístico de este pueblo gaditano gracias a las vecinas que habitan en ella. “Esta bicicleta la hemos reciclado y estos cuadros son los monumentos de aquí pintados a mano”, dice Rocío Rojas, alcalaína de 57 años mientras muestra con orgullo cada tramo de una vía que, además de estos elementos decorativos, está repleta de flores.
Ella, junto a su suegra Josefa López Martínez, de 78 años, se encargan de que la calle luzca sus mejores galas. En invierno riegan las macetas cada cuatro días y en verano, un día sí y otro no. Si llueve, mejor, pero cuando sopla el viento con fuerza “se ponen hechas un asco”. Las vecinas aseguran que “hemos tenido que podar todas porque se achicharraron, es horroroso”. Aunque el tiempo juegue una mala pasada, la calle no pierde su magia, una labor que la familia realiza con mucho gusto y por la que ha sido galardonada.
Tanto empeño y ganas le han puesto al cuidado de su calle que este año se han llevado uno de los Premios Ciudad de Al-Kalat que el Ayuntamiento entrega a las personas que trabajan para poner en valor su municipio. “No nos lo esperábamos, ha sido una sorpresa”, dice Rocío, que se dedica a mostrar el Castillo y la Torre del Homenaje.
Desde hace unos cuatro años, es habitual encontrarse a grupos de turistas aglomerados en el callejón admirando una imagen de postal. “Vienen muchos visitantes a hacerse fotos, yo he llegado a ver cerca de 20 personas ahí asomadas”, dice señalando una esquina de la vía que antes no se contemplaba en el callejero y, a día de hoy aún no aparece en Google Maps.
“Los turistas preguntan, ¿dónde está la calle de las flores? Dicen que es la calle más bonita que hay en el pueblo,”, comenta Josefa. Esta vecina histórica de Alcalá es la culpable de que haya rosas, geranios o margaritas por todos lados. Dicen que tener plantas vivas cerca de casa aumenta la longevidad. Si es así, a Josefa y a sus vecinas les quedan muchos años de poda y regadera.
Fue ella quien empezó dando vida a la calle en la que reside desde hace más de 50 años. “A mi me encantan las flores, me gustan todas, no podría elegir”, dice esta ama de casa, madre de tres hijos, abuela de dos nietos y bisabuela de un bisnieto.
Hasta los 14 años estuvo trabajando en el campo junto a su padre, después, siempre ha estado rodeada de flores. Pero hace unos años tuvo que retirar todas las macetas que adornaban la vía debido a unas obras previstas. “Tenían que poner tuberías nuevas y tuve que quitarlas todas”, recuerda la vecina mientras acaricia un pétalo.
"Las flores te relajan"
Tras los trabajos realizados, Josefa decidió no volver a colocar las flores, sin embargo, hace tres años, Rocío se mudó a la casa de enfrente como pareja de su hijo Fernando y la animó a empezar a emebellecer de nuevo el enclave. “Empezamos con una macetita y mira por dónde vamos, tenemos de todo”, ríen.
Las flores no solo han sido un elemento ornamental sino también una terapia para Josefa que desde hace 15 meses afronta el fallecimiento de su marido, Pedro Sánchez, conocido en el pueblo por Pedroso. “Las flores te relajan, le han ayudado mucho a salir adelante”, dice Rocío frente a las pinturas realizadas por Sandra López, la hija menor de Josefa.
Dolores Sánchez, de 55 años, se detiene frente a un pequeño altar. “Mi padre era Pedro, el zapatero del pueblo, ha hecho zapatos de vestir a Osborne y trabajaba con una empresa de Marbella, siempre se ha dedicado a la artesanía”, explica su hija mirando la silla que él tenía en su zapatería y ahora permanece en la calle.
La familia añora a este artesano que fabricaba zapatos a medida a clientes de Jerez, Cádiz o Barbate desde un pequeño taller ubicado a unos metros de su casa. “A él le encantaban las flores. Cuando venía me decía que me iban a traer plantones”, suspira Josefa con unas botas hechas por él en las manos.
Las especies no pueden faltar ni fuera ni dentro de casa. La alcalaína entra en el patio de su casa y enseña cada maceta que identifica sin problemas. “Estas son alegrías de la casa, a esta le dicen flor del dinero y aquella es una palmera”, comenta Josefa, que también cuida el terreno ubicado antes de subir a Sánchez de la Linde.
Ni los infortunios del clima ni los pequeños jugando a la pelota han impedido que esta familia continúe con su entrega para que las margaritas florezcan.
Comentarios