Sonia vive con sus tres hijos y con su nieta, de cinco años, en un piso de la zona Sur de Jerez que, si nada lo remedia, tendrán que abandonar el próximo mes de octubre. “¿Por qué nos tenemos que ir de la casa, abuela?”, ha preguntado la pequeña, en más de una ocasión, entre lágrimas. La vivienda pertenece a Bankia y han intentado en muchas ocasiones que le concedan un alquiler social, pero de momento no lo han conseguido.
"Una vez se ha levantado el estado de alarma, los bancos se han disparado", comenta Sonia cuando habla con lavozdelsur.es. En un primer momento, le comunicaron que debían abandonar la vivienda a mediados de junio. "Cuando me lo notificaron faltaban 20 días para echarme. Yo me moría. Casi me da algo", dice la jerezana, quien a través de su asistenta social pudo aplazar el desalojo unos meses, hasta octubre.
"Provoca impotencia todo esto", señala Sonia, quien reside en la vivienda con sus hijos, la mayor de 21 años y madre de la pequeña de cinco, uno de 18 y otra de 15 años. A la casa, en la que entraron a la fuerza cuando vivían una situación desesperada, sin empleo ni apenas ingresos, le han dedicado horas y horas de reformas. "Aquí antes se hacían peleas de gallos", dice.
La familia de Sonia malvive con los escasos 500 euros que cobra de ingreso mínimo vital. "Somos familia vulnerable, sin recursos, pero ni aún así nos dan un alquiler social", lamenta. "Pedimos que nos dejen pagando un alquiler social. No quiero que me regalen nada, pero que estipulen una cifra que podamos pagar", señala Sonia.
"Me he puesto a buscar alquiler y en todos me piden nómina. Ya he dejado de buscar porque no tenemos opción", señala la madre de una familia que teme que llegue octubre sin encontrar una solución. "Esto no es vida. Estoy cansada de estar así, en una casa del banco, y cada dos años como mucho de mudanza. Se pasa mucha fatiga", señala.
"La casa la arregló el padre de mis hijos. Hemos puesto techo de escayola, se ha alicatado con azulejos de segunda mano para evitar la humedad...", enumera Sonia, quien llegó a la vivienda acompañada de su marido, del que se ha separado durante su estancia. "Ahora tiene una orden de alejamiento", explica. "Aún quedan cosas por arreglar, como el baño, y las escaleras están en bruto, pero se pudo convertir un dormitorio en cocina".
Sonia, que limpiaba en casa de una persona mayor hasta que llegó el confinamiento, "sin asegurar", relata, echa algunas horas en negocios de hostelería, cuando la llaman, que cada vez es menos a menudo. Su hija mayor también trabaja en un bar, "sin asegurar y sin nada también", pero muy poco tiempo. "En casa solo entra lo que yo ingreso", dice.
A sus 42 años, Sonia no sabe lo que es tener la estabilidad económica suficiente como para costear un alquiler. "Antes, cuando estaba con mi marido, siempre hemos tenido el mismo problema", señala. "No nos podemos ir a un piso con dos dormitorios, porque somos 5 personas, y de esos no encuentras que podamos pagar", agrega. En la que están, por ahora, se mantienen a falta de algo mejor, aunque su hija mayor y su nieta, asmáticas, aguanten la humedad como puedan.
"A casa vino un hombre que me dijo que el banco quería negociar conmigo, que llamara a un teléfono, pero llamo y no existe. Gracias a la asistenta se pudo retrasar, pero más no puede hacer, me ha dicho", explica Sonia, que en octubre se puede ver en la calle junto a su familia. "Imagínate el verano que vamos a pasar pensando en eso...".
Comentarios