Desde muy temprano, cuando aún apenas despunta el sol, Hamza se afana en que el agua de la piscina del club Nazaret, ubicado en el Parque Atlántico de Jerez, esté clara cuando lleguen los primeros bañistas. También en recortar el césped de las instalaciones. O en hacer las veces de camarero cuando hay mucha faena, según el día.
Después de un periodo de tres meses de prácticas, Hamza Bouqaid, un marroquí extutelado por la Junta de Andalucía que tiene 18 años recién cumplidos, ha conseguido el primer contrato de su vida, como personal de mantenimiento en el Club Nazaret durante los meses de verano. Los miércoles se encarga de dejar en perfectas condiciones la piscina, los viernes ayuda en la barra y los sábados está atento a posibles desperfectos que surjan.
Hamza llegó a España cuando tenía 15 años. Como se puede imaginar, a bordo de una patera. En ella viajaban 35 personas más que estuvieron un día y medio a la deriva, en aguas del Estrecho, hasta que tocaron tierra. Luego pasó por varios centros de menores de la provincia de Cádiz hasta que, a principios de este año, alcanzó la mayoría de edad y tuvo que salir.
“Antes, con el antiguo reglamento de Extranjería, la mayoría de jóvenes extutelados se quedaban en situación administrativa irregular, sin permiso de trabajo. Pero ahora se ha facilitado mucho la situación, siendo extutelados ya pueden contar con permiso de residencia y trabajo”, cuenta Daniel Rodríguez, técnico referente del programa Senda de la ONG CEAin, del que se beneficia Hamza.
Y es que la reforma del reglamento de Extranjería llevada a cabo por el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones hace unos meses permite a jóvenes como Hamza obtener permisos de residencia y trabajo, un trámite que hasta entonces era muy difícil de conseguir. A principios de junio, el ministerio que lidera aJosé Luis Escrivá cifraba en más de 9.000 los menores y jóvenes inmigrantes que había conseguido los papeles desde su entrada en vigor.
En un piso de CEAin, el joven comparte estancia y vida con otros cuatro chicos, en este caso marroquíes, con los que está aprendiendo a convivir. “Yo soy como el hermano mayor, estoy detrás suya para inculcarles hábitos de limpieza, para echarles broncas cuando llegan tarde… pero también para llevarme alegrías cuando consiguen una oferta o se emancipan”, aporta el técnico.
Hamza, de momento, tiene un año de margen para asentarse en el mercado laboral y, con suerte, poder alquilar una vivienda si tiene trabajo de aquí a unos meses. Cuando acabe ese periodo tendrá que dejar el piso. “Quiero ayudar a mi familia”, repite el joven, que se fue de su casa ante la imposibilidad de desarrollar una vida laboral estable en su país. En Marruecos, su padre ejerce de jardinero, algo que ha mamado desde pequeño y que ahora aplica en el Club Nazaret, pero no se veía haciendo lo mismo. “Con suerte te van a pagar 10 euros al día…”, relata.
Hamza, que estuvo escolarizado en Algeciras cuando llegó por ser menor de 16 años, aprendió español en el instituto a marchas forzadas, “aunque el que se aprende en la escuela no es el mismo de la calle”, dice el joven. Ahora, después de superar una FP básica de soldadura, lo que quiere es “trabajar”. El tiempo corre en su contra, porque quiere tener empleo para cuando tenga que dejar el piso de la ONG.
“Chicos como Hamza nos pueden llegar por dos vías, porque la Junta nos los derive cuando cumplen la mayoría de edad y tienen que dejar los centros de menores, o porque detectemos desde CEAin que jóvenes que están en situación de calle o albergue puedan aprovecharse del programa Senda”, relata Daniel Rodríguez. Y abunda: “Se les facilita comida, suministros, medicinas y un equipo técnico por si necesitan apoyo psicológico o también orientación laboral”.
“Cuando se les da una oportunidad y la aprovechan, van progresando y se les ve súper alegres, experimentan una evolución tremenda”, señala el técnico de la ONG. Hamza lo sabe bien. Y es que cada vez más empresas se animan a ofrecer empleos a extutelados que, como este joven marroquí, no dudan en responder con mucho trabajo y sacrificio. En el Club Nazaret dan fe de ello.
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