Una joven de Puerto Real se salva, gracias a la presión de parte del pasaje, de ser expulsada por la Policía del tren en el que viajaba junto a su mascota tras un rifirrafe con la supervisora. 

Podría ser algo parecido a un cuento de Navidad porque tuvo final feliz, pero desde luego el mal rato para ella se queda. Carmen Muñoz González, natural de Puerto Real y con 24 años, volvía a casa por Navidad en el Alvia Madrid-Cádiz de primera hora de este pasado domingo de Nochebuena. Como siempre que regresa a su tierra o vuelve a Madrid, donde se fue hace tres años a buscar trabajo, viajaba junto a Mustang, un cruce de pincher con bodeguero que le acompaña con normalidad en estos trayectos en tren desde que le adoptó hace cuatro meses. Pero esta vez iba a ser diferente porque, aunque Mustang cumple con el peso dentro de los requisitos que pone Renfe para viajar con mascotas (un máximo de 10 kilos), las medidas que el operador ferroviario exige para los transportines o jaulas de perros o gatos (60x35x35 centímetros) le quedan pequeñas.

La solución que hasta ahora había buscado su dueña era abrirle durante el viaje la tapa para que "aquello no sea una tortura para el animal". Sin embargo, pese a que entre Madrid y Córdoba el supervisor del Alvia le puso reparos y tuvo que ir abriendo la tapa "de vez en cuando, dado que ningún pasajero se quejó de molestia alguna por esta situación", el conflicto se desencadenó a partir del cambio de responsable en la capital cordobesa. En ese momento, la supervisora que subió al tren exigió a Carmen que cerrase totalmente el transportín o, de lo contrario, viajase en el espacio entre los vagones, "de pie y a pesar de haber pagado 158 euros (la mascota viaja gratis si se abona el billete en clase preferente, que es mucho más caro que en turista)". Entre Córdoba y Sevilla, la joven puertorrealeña no tuvo más remedio que permanecer en esta zona de pie junto a Mustang, mientras su indignación crecía pareja a la de otros pasajeros que estaban presenciando los hechos.En varios momentos, solicitó la hoja de reclamaciones para presentar formalmente sus quejas ante la situación que estaba viviendo. Sin éxito. "Le pedí que me diera la hoja de reclamaciones y no me hizo caso, hablaba con el móvil y ni siquiera me escuchaba, ni me miraba a la cara; fui a la cafetería a pedirla también y se la pedí a otras compañeras que estaban allí; una me dijo que sí había, pero la otra se puso muy alterada y me dijo que no me podían dar la hoja, que me fuera de allí con el perro; y empezó a hablarme cada vez peor. Entonces, se fueron a hablar aparte, mientras la gente empezaba a preguntarme qué pasaba, por qué me chillaban…". Ya en Sevilla, dos agentes de la Policía alertados por la supervisora subieron al convoy y, "de malas maneras, me querían obligar a bajar del tren junto a otra chica, Alba, que había sido testigo de todo y también estaba indignada, pues también viajaba con un cachorro al que tampoco pudo abrirle la tapa de su transportín". 

"Uno de los policías —relata Carmen un día después del sofocón— nos trató super mal; nos pidieron la documentación, nos cogieron los datos y en todo momento se negaron a darnos el número de placa, asegurando que si no nos bajábamos del tren por las buenas, lo harían por las malas. Desde que entró la Policía todo el mundo fue testigo de la injusticia que se estaba cometiendo, me trataron como a una delincuente delante de todo el mundo, pero gracias a la presión de la gente pudimos evitar que nos echaran, porque no habíamos hecho absolutamente nada”. La joven esta dispuesta a denunciar a Renfe por estos hechos y difundirá su caso entre las protectoras de animales porque entiende que "hay que denunciar públicamente el trato que Renfe dan a los clientes que viajan con sus mascotas, a los que obligan a que, en este caso, viajen torturados durante cuatro horas en unas jaulas mínimas; los transportines son demasiado pequeños". La versión que, en todo momento, ofrecían la supervisora es que "las normas son las normas, y que esta era una decisión que dependía de Madrid que hay que cumplir". En todo momento, negó a diferentes pasajeros testigos de la trifulca que ella hubiese ordenado a la Policía que desalojara a las dos jóvenes y sus mascotas del convoy.

"Mi impotencia es que había pagado mi billete para ir sentada con mi mascota y, aunque ésta no estaba molestando a nadie, pues incluso gente detrás mía me dijo que no se había enterado ni de que había un perro viajando, Renfe la única solución que me daba era que viajara de pie durante horas y encima con malos modos, cuando yo por ejemplo he viajado a las siete de la mañana con niños pequeños y molestan muchísimo más, y hay que aguantarse”. Llorando estuvo durante un buen rato con el sofoco, animada y apoyada por los pasajeros de los dos vagones correlativos de Preferente, que prácticamente ya no hacían más que hablar del asunto. Finalmente, con un retraso de unos 20 minutos, el Alvia procedente de Madrid llegó a su destino final, con Carmen y Mustang a bordo, pero con un mal rato que le agüó la Nochebuena. “Ya estuve chafada todo el día", cuenta al otro lado del teléfono. "Ayer ni almorcé al llegar y me harté de llorar porque era una situación totalmente injusta; estoy muy acostumbrada a vivir estas cosas, pero nunca me había tocado tan de cerca".

Sobre el autor:

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Paco Sánchez Múgica

Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Fundador y Director General de ComunicaSur Media, empresa editora de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero'.

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