Doce banderas de España ondean al viento frente al Palacio Reynoso de Mendoza, antigua casa de cargadores de indias que fue sede del antiguo Ayuntamiento. Todavía faltaba más de una hora y media para que el rey Felipe VI se bajara del coche, pero en la plaza del Polvorista de El Puerto, aferrados a las vallas, ya se veían a algunos vecinos. El café Sanluca estaba a rebosar. Varias generaciones se han unido por un mismo motivo: ver al Borbón en vivo y en directo.
Entre las personas que permanecían expectantes a su llegada, una señora sujeta la bandera desde su silla -otros la habían convertido en capa. “La gente va a ver a los futbolistas y a los cantantes, pues yo voy a ver a mi niño”, cuenta María Teresa Pérez, de 81 años, una vecina jerezana que lleva viviendo al lado de Frontela, en la ciudad de los Cien Palacios, 45 años. Es una de las primeras que ha cogido sitio para no perderse un acontecimiento histórico, la primera vez de Felipe VI en El Puerto, como rey —porque como príncipe ya se había dejado caer en más de una ocasión.
Ella ya había coincidido con el monarca. “Era muy chico cuando lo vi por primera vez. Fue en Sevilla, era un muchachito. Conozco a toda la familia. Cuando enterraron a José María Pemán en la catedral yo trabajaba de cocinera con una de sus hijas y me llevaron”. Sin quitar la sonrisa de su rostro, cuenta que la familia real está bastante presente en la suya. “Mi madre se llamaba Victoria por su bisabuela, la reina Victoria de Battenberg”, dice.
Al otro lado de la plaza reparten abanicos —aunque mucho calor no hace— y banderas de España, aunque no todo el mundo las coge con agrado. Después de que David Calleja entrara en escena animando al personal con móvil en mano, un grupo de espontáneos provistos de pancartas y banderas republicanas llamaron la atención de los presentes.
Carteles con “Yo no voto a ningún rey” o “Borbones ladrones” se alzaron entre la multitud desencadenando una guerra verbal. Gritos, más gritos, pitidos, abucheos, aplausos. No siempre llueve a gusto de todos pero en la viña del señor caben todos.
-“Yo soy español, español, español”
-“España mañana será republicana”
-“Fuera, fuera, fuera”
Un diálogo a base de consignas que mantuvo entretenido al público, que no esperaba que los republicanos fueran a acabar entonando el himno de Andalucía mientras dos monjas miraban para todos lados sin saber por dónde llegaría su majestad.
A unos metros del busto de Rafael Alberti, de espaldas a todo, la Policía decidió colocar vallas alrededor de ellos. El alboroto acaparó el momento ignorando lo que una vecina le había dicho a una periodista. “Guapa, mándale un beso a Ana Rosa de mi parte”. Se volvió a mencionar al nombre del país y, de pronto, apareció el rey. Se hizo de rogar —quizá le hicieron el lío con el vino de las bodegas de El Tiro y de Mora de Osborne que acababa de visitar con motivo de su 250 aniversario.
El monarca no soltó el bastón de mando que le entregó Germán Beardo - el mismo que recibió en junio de 2019. Recorrió cada punta del recinto con él en la mano mientras que con la otra la estrechaba a su pueblo. Ese que continuaba gritando: “Viva el rey”. Una mujer levantaba un paraguas rojo y amarillo y un joven silbaba. A alguien le salió de las entrañas cantar “ese Cádiz oe” y Juan Marín no quitaba ojo al paseíllo de Felipe VI.
Sosegado, saludó a la corporación municipal —menos a Izquierda Unida, que se negó a respaldar “a una institución obsoleta, antidemocrática, colmada de privilegios”. Entró en la casa palacio. La prensa lo estaba viendo venir y se dispuso en posición, con los objetivos apuntando a la fachada. No se equivocó, bajo el reloj que en otra época daba la bienvenida al año nuevo, el Borbón salió al balcón desde el que hace no mucho tiempo un jovencísimo Joaquín levantó a la afición. Se escuchó: “Viva el Betis”.
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