Por primera vez en la historia, los científicos han sido capaces de analizar qué hay en el manto inferior de la Tierra, junto al núcleo del planeta. En 1994, la Unión Soviética, en su intento por averiguar lo que escondía en sus profundidades, consiguió perforar la corteza terrestre hasta alcanzar los 12.260 metros bajo tierra a través del pozo de Kola, ubicado en una zona inhóspita de la tundra ártica, al noreste de Rusia.
Los rusos descubrieron pronto que las estimaciones que manejaban sobre cómo era el centro de La Tierra eran irreales. El taladro acabó quedando atascado porque la temperatura a los 10 kilómetros de profundidad era ya de 180 grados, más del doble de lo que esperaban. Así, descubrieron que a en esas condiciones el granito ya no se comportaba como una roca, sino más bien como un plástico que imposibilitaba la tarea de perforación.
El investigador de Geodinámica de la Universidad de Oslo, en Noruega, Bernhard Steinberger, asegura que "Sabemos mucho menos sobre el manto de la Tierra que sobre el espacio exterior, que sí podemos observar con telescopios, porque todo lo que sabemos es muy, muy indirecto".
El problema, precisamente, es que no se puede estudiar un entorno al que no se puede acceder. ¿O tal vez sí? Aquí entra en juego la sismología, que estudia las ondas de energía, tanto terrestres como subterráneas, que se crean durante los eventos sísmicos, por ejemplo, los terremotos.
Para captarlas, los científicos usan medidores que colocan en el lado opuesto del mundo en el que se están detectando los movimientos terrestres y examinan todo lo que ha logrado abrirse camino. Mediante este análisis, los científicos son capaces de reconstruir lo que está pasando a cientos de kilómetros bajo el suelo.
En 1943, un gran terremoto en Nueva Zelanda había arrojado un resultado sorprendente: un tipo de onda interna que podía viajar a través de cualquier material había logrado atravesar la Tierra, pero había sido "doblada" por un obstáculo en el camino. Igualmente, otro tipo de onda que no podía atravesar superficies líquidas no había sido capaz de pasar.
Desde este momento surgió la creencia que a día de hoy se mantiene de que el núcleo de la Tierra está formado por una capa líquida que rodea otra totalmente sólida. Con el tiempo, este sistema se perfeccionó permitiendo arrojar imágenes en 3D de lo que había en el centro del planeta y cuál fue la sorpresa cuando se descubrió que bajo en lo más profundo existen dos gigantescas masas amorfas del tamaño de continentes.
En estas masas todo es diferente a como lo conocemos. Para empezar, las ondas sísmicas encuentran resistencia y se ralentizan. Además, las altísimas temperaturas que se alcanzan (en torno a 1.827ºC) y la presión, 1,3 millones de veces la de la superficie terrestre, desvirtúan completamente los materiales que allí se encuentran, presentando formas flexibles las rocas y mostrándose duro como el hierro el oxígeno.
Dentro de su composición cabe destacar la presencia estimada de un cuatrillón de diamantes y la existencia de otros minerales que, o bien son muy poco comunes en la superficie, o directamente no existen aquí arriba. De hecho, la bridgmanita y la davemaoita, las rocas más comunes en esta parte del planeta, son un auténtico misterio para los científicos, ya que solo se pueden observar cuando quedan encerradas dentro de los diamantes que llegan a la superficie.
Estas dos masas están nombradas como 'Tuzo', que se encuentra bajo África y 'Jason', bajo el Océano Pacífico. Las estimaciones de sus alturas varían, pero se cree que Tuzo tiene hasta 800 km de altura, lo que equivale a alrededor de 90 Everests apilados uno encima del otro. Por su parte, Jason podría extenderse 1.800 km hacia arriba, lo que se traduce en alrededor de 203 Everests.
"El problema es que nuestra capacidad de ver en esa región es borrosa", señala Vedran Lekic, sismólogo de la Universidad de Maryland. Realmente, aparte de las gigantescas formas que tienen (el 6% del volumen de la Tierra), todo lo demás que las rodea es incierto. Los científicos saben que algo está ocurriendo allí, pero necesitan arrojar luz sobre cómo se formaron, su composición y qué efecto tienen sobre el resto de la Tierra. Incluso creen que conociéndolas mejor podrían estimar cómo va a evolucionar el planeta en los próximos milenios.