Hay algún empresario que prefiere no hablar del asunto. Le deprime. Son los nubarrones del covid en el centro de San Fernando. La localidad está marcada por brotes en residencias de ancianos. A pesar de que está entre las más afectadas desde el inicio de la crisis, en esta segunda ola mantiene mejores números proporcionalmente que Cádiz, El Puerto o Jerez, amén de otros municipios medianos y pequeños de la provincia. Pero en esta localidad que mira a la capital, casi epicentro de un área metropolitana oficiosa junto a Puerto Real y Chiclana hacia la Tacita, con la que no tiene puente, un posible confinamiento perimetral sería un palo. Y la Junta ya se lo plantea, porque los núcleos del distrito sanitario de Bahía-La Janda suman números similares a los que tenía el de Jerez cuando tocó echar el cierre.
Antonio Jesús de la Hoz es el presidente de la Asociación Grupo Local del Taxi de San Fernando, un colectivo de transportistas que habla de su preocupación. Él lo hace aparcado en la calle Real, en pleno corazón de la ciudad. "Nos están restringiendo que la gente coja el taxi. Ya solo podemos llevar dos personas atrás, o tres si son del mismo núcleo", explica por las restricciones de nivel 3 de la Junta. "Aquí en la Bahía el kilometraje entre ciudades es corto y se usa mucho. Al estar en nivel 3, todavía se puede ir a Chiclana, Cádiz, pero si tuviéramos las de Jerez, no podríamos salir. Nos terminaría de hundir. Lo local es prácticamente nada".
El último recuento de desempleo en San Fernando habla de dos centenares de parados más, casi 11.000 en total según los datos oficiales publicados este miércoles. El taxi no escapa a los ERTE, que se pueden mantener por ahora. Luego está la regla de los seis meses desde la reincorporación del ERTE, que llegará en diciembre y a partir de entonces podrá derivar en despidos en todos los sectores. No es el plan de los taxistas, pero podría ser inevitable. Muchos vehículos cuentan con un conductor empresario, autónomos más bien, y un contratado, para contar con desdobles de jornada y sacar mayor rendimiento a cada coche.
"Cada uno sabe la economía cómo la lleva. Algunos intentarán aguantar y otros no podrán", lamenta. "No nos gustaría volver a lo mismo". En los habítáculos, en general, De la Hoz señala que la ciudadanía cumple. "Es como todo, hay a quien hay que decírselo, que se ponga por favor la mascarilla". Luego, como en cualquier otro empleo de cara al público durante la pandemia, está la realidad de posibles contagios. Temores que pueden llegar si un cliente pide ir al hospital. Aunque hay que hacer de tripas corazón. Una opción en estas fechas de continuo tránsito de vehículos en los autocovid sería contar con mamparas, equipos de protección y desinfectantes para que algunos hicieran servicios de desplazamiento para aquellos que necesiten hacerse la prueba y no tengan coche. "Siempre estamos abiertos a colaborar y a trabajar por los ciudadanos".
A pocos metros, José Sixto, del Café Bar Los Gallegos, un negocio familiar de 73 años de historia, al menos puede servir algunos cafés, quizá alguna tapa, aunque ya no en barra. "Estamos desde el año 47. Lo fundó mi padre y lo llevó mi hermano, ahora jubilado y se ha ido a Galicia". Abrieron en junio y cerraron por vacaciones en octubre, después de un verano marcado por el coronavirus. Ahora llegan las limitaciones del tiempo, que decaiga el uso de las terrazas. El cierre de la barra le llegó la semana pasada por medidas de la Junta. De primeras, en aquella rueda de prensa del presidente Moreno Bonilla, lo de las medidas fue un poco confuso. Unos decían que barra sí, otros no. Dice. Y al final fue que no.
A día de hoy no tiene a nadie en ERTE, aunque sí alguna reducción para fines de semanas. Lo del cierre precipitado a las 22.30 lo entiende, en realidad. "No se nota tanto a esas horas ya siendo de noche", dice. Y pide control en la gente, en la ciudadanía, contra los botellones. "Si le dices algo, hay gente que se lo toma a cachodeo...". Las miras, en Navidad. "No sé, no sé. No pinta muy bien. Vamos tirando. Uno porque tiene algo ahí, pero hay bares que van pagando al día, el alquiler y eso...".
Tamara Conesa trabaja en un establecimiento de La Barraca también en pleno centro. "La gente no se corta. En la situación en la que estamos, demasiado se ve", incide sobre cierto trajín por toda la ciudad. "Las tardes son más flojitas. Por la mañana hay más afluencia. Los bares siguen con clientela", y también tiene que ver que los colegios estén abiertos. Es partidaria de ciertas restricciones. "Deberían recortar un poco más las horas. A lo mejor que los niños después del colegio pudieran pasear hasta las seis y a casa. Si no, es que nos vamos a cargar la Navidad, si no mejora".
También siente los incumplimientos, tener que estar pidiendo a algunas personas que se pongan las mascarillas al entrar. A menudo, porque están sentadas en las terrazas de alrededor, "y te dicen que se les ha olvidado. Parecemos policías. O fuman aquí en la puerta. Aquí limpiamos mucho, tenemos mucho cuidado". Como muchos ciudadanos, también mantiene la sensación de que "cada vez va tocando a gente más cerca". En la primera ola "te enterabas de alguien". Ahora les pone cara. Una familiar, que vive fuera, o una persona que vive muy cerca. Y se le ponen "los vellos de punta" de pensar en los hospitales. Por eso lamenta imágenes de incumplimientos, de botellones en parques.
La clave de las cifras del desempleo que va creciendo en una zona ya muy afectada como es la Bahía, mientras los positivos siguen multiplicándose, es que las restricciones actuales no conlleven un confinamiento, estricto como el de marzo o limitado como el de las famosas fases de desescalada. El golpe será tremendo para la zona, porque ya lo sufre.