Cuando comenzó el conflicto sirio, F.CH, quien prefiere no revelar su identidad, temió por la vida de sus tres hijos en el momento que tuvieran que hacer el servicio militar. La única salida era escapar del país y para eso debía reunir una importante cantidad de dinero. Su destino: Turquía. La solución: vender la casa que tenía en propiedad para poder costear el viaje.
El plan iniciático de F.CH era salir del país una vez estuvieran fuera sus tres hijos. Para desgracia de este hombre, ahora con 61 años, eso no ocurrió. Su pasaporte se perdió y cuando notificó la pérdida, la policía puso en duda el extravío, tanto, que directamente le preguntaron que a quién se lo había vendido.
Con el poco dinero que le quedaba, ya que todo lo invirtió en la salida de sus hijos, se trasladó a una zona de guerrilla donde alquiló un piso para buscar trabajo y poder sacarse el pasaporte. Allí le dijeron que tenía que dirigirse a un grupo policial específico para notificar la pérdida del documento. “Allí volvieron a preguntarme que a quién se lo había vendido, además de acusarme de haberle dado el dinero del piso que vendí a la guerrilla”, asegura a lavozdelsur.es.
Agosto de 2015, la fecha del horror, de una pesadilla que duraría hasta septiembre del año siguiente. “Me detuvieron sin ningún tipo de prueba ni juicio”, afirma desde el garaje donde actualmente vive en Granada. Días sin luz en una celda de 4x4 con más de 40 personas hacinadas y un retrete para todas. “Cada media hora llamaban a uno para pegarle una paliza”, rememora este hombre.
F.CH tiene las piernas hinchadas y oscurecidas a causa de las descargas eléctricas que le propinaban. “También nos daban en las manos, detrás de las orejas y en el pene”, añade este hombre al que apenas le quedan dientes debido a los golpes recibidos con la culata de la pistola de los agentes sirios.
El horror se agiganta conforme prosigue su testimonio. “Cuando alguien moría, la policía nos decía que orináramos encima o si no ellos lo harían encima de nosotros”, comenta. Torturas propias de la Inquisición se daban en aquellas cárceles. “Nos arrancaban las uñas con alicates y las descargar en los genitales eran continuadas”, afirma este sirio, al que le negaron sanidad y medicinas al salir de la cárcel. De a verano a verano, de 2015 a 2016, soportando dolor, hedor y descanso a duras penas amontonado.
La condición que tuvo para salir de la cárcel fue comprometerse a entregar a sus tres hijos a la policía por no cumplir con el servicio militar. Eso nunca sucedió. Desde que salió de prisión, donde comían cada tres días un plato de trigo molido sucio, F.CH tiene problemas de azúcar, tensión alta y falta de oxígeno en el corazón, así como problemas de piel derivados de las descargas. Al menos puede contarlo, ya que muchos no salen de aquel lugar, donde no existen registros ni nombres por los que preguntar.
Tras cuatro meses escondido, una vez en libertad, consiguió trabajo como cocinero para una familia vinculada al presidente. Pudo reunir el dinero suficiente –unos 2.000 euros– para conseguir el pasaporte que le diese salida hasta el Líbano. Sus hijos dejaron Turquía después de 8 años y llegaron a Dubai para trabajar como cocineros, oficio compartido con su padre.
Gracias a unos amigos sirios que vivían en España consiguió el visado que le abrió las puertas a la península. Llegó el 17 de marzo de 2017, una fecha indeleble en su memoria. A Granada llegó hace un año y cuatro días para trabajar en un obrador de dulces árabes, pero actualmente se encuentra en desempleo y sin ninguna ayuda. Hace un mes que le concedieron de nuevo el permiso de residencia por cinco años más, pero ahora no tiene a dónde ir.
Mientras encuentra una alternativa, vive en el garaje de un amigo sirio residente en la capital granadina desde hace 30 años. La solidaridad es clave en la supervivencia de muchas personas migrantes y refugiadas, que se sostienen a través de la comida, los cuidados y el cobijo. Pocos recursos que significan un todo después de la pesadilla vivida tiempo atrás y que difícilmente podrá ser reparada, si no es con la dignificación de la propia vida.