Asegura la premio Nobel ucraniana Svetlana Alexiévich que el feminismo es la última revolución del siglo XX. En una entrevista reciente con Antonio Lucas en El Mundo, la escritora y periodista declaraba que “en nuestra nueva realidad, que debe ser cada vez más sostenible y respetuosa con los seres vivos, la mirada feminista será sumamente interesante. Los fascismos, los populismos y demás se disiparán en favor de urgencias mejores. El hombre contemporáneo está pasado de rosca”. En su país, como también podría decirse que sucede en España, quedan demasiadas reminiscencias que indican que la voz femenina, después de las revolución rusa y de determinadas conquistas en el siglo pasado, cree haber alcanzado un estatus de igualdad que ni mucho menos es real.
Cuando aparecen movimientos reivindicativos para seguir en la lucha y conseguir nuevos avances, aparecen revestidos de las formas más excéntricas o caricaturescas, “disfrazados o sin dejar ver que hay otra cara del feminismo”. Acaban siendo contraproducentes para una sociedad muy anclada en las tradiciones y en el pasado. ¿Es tan diferente lo que ocurre en estos países a lo que sucede en culturas occidentales como la española?
Alude a esto Natalia Prylypko, joven periodista ucraniana que es profesora de idiomas e intérprete para ONG, CIE, comisarías, prisiones y juzgados. Recientemente ha ofrecido una ponencia en Jerez, dentro de las segundas jornadas sobre feminismo y diversidad, todas las mujeres, todas las luchas, un diálogo público organizado por Ceain para unir voces que aporten a temas de interés común, como es sin lugar a dudas la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres. Bajo el epígrafe Mujeres eslavas del Este: el miedo a perder la caballerosidad y otras causas de su escasa participación en los movimientos feministas, Prylypko ha empezado hablando de sus abuelas y de su madre. En una foto en el 88 cumpleaños de una de sus abuelas, quizás pueda pensarse que la señora era una ama de casa más, una mujer sin formación y sacrificada toda la vida por los cuidados de su familia. Solo esto último es verdad.
La abuela materna de Natalia estudió para ser maestra, pero tuvo que dejar su formación. Luego, trabajó como dependienta y acabó de encargada de una de las librerías más importantes de su país. “Lo interesante es que las mujeres de ese tiempo compaginaban muchas cosas, dedicaban muchas horas al trabajo, era una persona formada y cuidaba a su familia”, cuenta su nieta; que añade con ironía, para ilustrar el amor por la cultura de su longeva abuela, que “encima de su cama tiene cinco o seis estanterías de libros que si se caen algún día la matan del tirón”.
Su otra abuela trabajaba como técnico de laboratorio en una azucarera y hacía de curandera por las tardes (“si alguien tenía un orzuelo, le escupía y se le quitaba, yo creo que eso era por casualidad”). Además de sus trabajos, en su hogar también "trabajaban mucho, cocinaban sus tres platos, incluyendo bebida y postre casero, lavaban la ropa para sus hijos, nietos… y también tenía su parcela donde cultivaba tomates, patatas… Los hombres, por supuesto, no ayudaban nada de nada”. Como sus abuelas, su madre también es una mujer cualificada. Es ingeniera química y trabaja en una fábrica de dulces en Kiev.
¿Qué sigue uniendo a todas mujeres? Los micromachismos cotidianos de la tradición religiosa, mágica y supersticiosa de un país donde, en cambio, como consecuencia de la revolución rusa de 1917, las mujeres pudieron trabajar, formarse, ejercer su derecho al voto o abortar desde muy temprano en comparación con otros países de occidente. “Todas estas mujeres cuando yo era niña me decían: Natalia, levántate que no voy a barrer alrededor de ti para no quitarte pretendientes, o no te sientes en la esquina de la mesa porque pasarás siete años sin casarte”. “Yo me quedaba pensando y decía: tengo doce años, tampoco tengo tanta prisa...”, bromea. Una de las causas que afectan tanto al feminismo y por lo que le cuesta tanto arraigarse en los países eslavos del este es la fuerte tradición, mezclada con magia, religión, supersticiones… “es una mezcla rara que no se puede categorizar”, asegura la periodista.
El 14 de octubre en Ucrania es la fiesta del manto de la Virgen María (Día de Pokrova de la Virgen Santa), “una fiesta dedicada a la mujer, una época fuerte para las bodas. ¿Qué me decía mi abuela, mi madre y todos que tenía que hacer yo ese día? Ir a la Iglesia y pedir a la Virgen que me mandara un buen marido. Ya solo el texto de la oración que te mandaban es tremendo, en ucraniano encima rima: la virgen del manto, cubre mi cabeza aunque sea con un trapo, que yo no me quede una soltera apestosa. Yo también decía esas palabras, si ves que en tu clase las chicas se juntan para eso… y a veces reflexionas, y ves que no tiene sentido, pero terminas haciéndolo”, relata Natalia.
Hablando sobre los derechos y por qué las personas eslavas del este podían tener tanta cultura y formación y, en cambio, avanza tan poco la lucha feminista, Natalia señala como otro de los factores a la historia: “Empezamos a igualar los derechos de hombres y mujeres en 1917 muy temprano, pero fue solo sobre el papel. Con la revolución, los soviéticos llegaron a Ucrania y Bielorrusia, y Lenin dijo que los hombres y mujeres eran iguales en derechos, la mujer podía votar, estudiar, se legalizaban los abortos, podían mantener sus apellidos, la educación no sería segregada… al principio se alegraron mucho, pero al llegar al poder Stalin la cosa cambió aún a peor. La obligación de la mujer comunista era ser madre, pero trabajar también, que no nos faltaran manos. Si no trabajas, eras un parásito e ibas a la cárcel”. En cambio, el machismo siguió campando a sus anchas.
Todavía hoy la madre de Natalia le cuenta que al ir a trabajar, el chófer de autobús espera a que sea un hombre el primero que suba cada mañana. Si lo hace una mujer, las propias mujeres llegan a creer que da mala suerte. Su madre no sabe dónde acudir a denunciar esta conducta tan sumamente machista que, además, pone en peligro al pasaje, pues si se retrasa la llegada del primer hombre que sube al autobús, el conductor recupera el tiempo perdido yendo a toda velocidad. “De este machismo hay muchísimo en la cultura popular”, incide Natalia. En Navidad y Año Nuevo, es costumbre que sea el hombre el que vaya a las casas a saludar a la familia, la mujer lo tiene vetado porque es pájaro de mal agüero. “Muchos no creen esas cosas, pero para curarse en salud lo siguen haciendo”. El 8 de marzo se celebra el día de la mujer en Ucrania.
Nada que ver con los últimos 8 de marzo de metoo y movilizaciones masivas por la causa feminista. Allí es un día de ofrenda al abnegado papel de la mujer en el núcleo familiar. De hecho, acabó suprimiéndose el día de fiesta porque era humillante que a la madre o a la abuela se le regalara una olla o una lavadora por “su día”. Ahora las ucranianas perdieron ese día festivo en el calendario y esa oportunidad de tener un día para salir en masa a la calle a reivindicar sus derechos. “Muchas mujeres entienden que en este día hay que reivindicar, pero si tienes un recuerdo de que de pequeñita hacías manoplas y regalabas flores a las abuelas, pues se mantiene. El problema es que nunca explican el porqué, quitaron el día festivo sin explicaciones”.
"El feminismo siempre aparece como algo raro en los países del Este, no como algo normal"
En los países eslavos del este, cuenta Natalia, muchas mujeres temen que se pierda la caballerosidad, “el mítico príncipe azul que te invita a cenar, que es como un apoyo que siempre tienes, el hombre en el que apoyarse… Mi madre ganaba más que mi padre, pero al ser el trabajo tan duro, pues de vez en cuando quieres apoyarte en algo y sentirte el sexo débil, que te mimen”, de ahí que teman irracionalmente que el hombre “se convierta en mujer y la mujer en hombre”.
Por último, otra de las causas del ralentizado proceso de irrupción de la nueva ola del feminismo en los países eslavos es la aparición de un movimiento supuestamente feminista radical que, automáticamente, es caricaturizado, desvirtuado y neutralizado para que no cale. En 2008, la organización feminista Femen llega a Ucrania y “no estábamos preparados”. “Sabíamos que el feminismo era esto, que ya habíamos llegado a la igualdad, que ya luchamos, y ya está. Ahora llegamos a Femen, los mass media se aprovechan de la situación y empiezan a descontextualizar diciendo que eran una sinvergüenzas, ¿si soy feminista tengo que enseñar tetas? No quiero. Todos los discurso daban por hecho que feminismo era malo porque era eso, pero era lo único que te enseñan”. Algo similar ocurrió con el grupo musical Pussy Riot, que apareció en Rusia sobre todo con una fuerte carga anti Putin y al final dos de sus miembros pasaron dos años en la cárcel. “El feminismo siempre aparece como algo raro en los países del Este, no como algo normal, no te cuentan qué quieren conseguir, cuál es la idea, siempre aparece con un disfraz”.
En este contexto, donde no mueren las viejas formas ni terminan de nacer las nuevas, Natalia Prylypko cree como Alexiévich que la ola feminista es imparable, pero cada una tendrá que ser dueña de su destino para saber a qué ola subirse. Ella lo llama círculos. Porque parafrasea unos versos de la poeta ucraniana Oksana Zabuzhko. Hablan de la ley de Arquímedes, de la sororidad y los círculos. “Cada mujer debe decidir ante un hombre y ante sí misma, cada una puede decidir qué es lo más importante para ella, cada una se merece elegir algo que le haga a sí misma, algo sobre lo que diga: esto no lo toques”.
No toques mis círculos, no hay nada útil para ti ahí
Porque más allá de tus círculos, no encontrarás nada más en la vida
El sabio sí que sabía qué decirle al enemigo a la cara,
sus palabras quedaron grabadas durante los siglos posteriores
a los hombres, a los imperios, al tiempo, no toques mis círculos.