Noelia Bandera y Benjamín Nieves son los propietarios de Pinxo-Tapas, un negocio de La Serrana que han podido retomar tras casi cuatro años casi sin recursos y dedicados en exclusiva a cuidar de su pequeño Juan José, víctima de un cáncer.
"¡Mamá, quiero una granizada!", susurra Juan José. "¡Dásela, yo luego te la pago!", grita su madre a la propietaria de una tienda de alimentación a escasos metros de su bar. "¡Si no es por el dinero, es que no sabía si podía...!", le devuelve la mujer, a lo que la madre de Juan José asiente. "No hay problema", expresa hacia sus adentros. Pasadas las ocho de la tarde, un matrimonio jerezano despliega mesas y sillas por su amplia terraza emplazada en la barriada La Serrana. Pasa la escoba, la balleta por la barra, enciende el aire acondicionado y abre la ventana desde donde sacan sus comandas. Su bar, Pinxo-Tapas, llama la atención de cualquiera, no porque lleve abierto poco menos de un mes, sino porque no tienen dinero ni para instalar un rótulo en la fachada de su negocio. "Unas escaleritas, un bote de pintura azul y nos ahorramos cerca de 400 euros", explica Benajamín Nieves, mientras su esposa, Noelia Bandera, ríe. "Somos un bar humilde", enlaza ella. Esta joven pareja ha inaugurado su negocio, en un local heredado, con la esperanza de que la suerte les sonría de una vez por todas. "Tenemos la negra", incide Noelia mientras se seca las lágrimas, ahora afortunadamente de la risa.
Ambos llevan juntos cerca de diez años, y desde hace tres, su matrimonio está más fuerte y consolidado que nunca. "Mi hijo tenía solo dos años cuando le diagnosticaron cáncer de huesos, concretamente en el fémur", cuenta ella mientras se recoge su pelo negro detrás de la oreja. En cierto modo, acaban de retomar su negocio, ya que los dos regentaban el Bar Nieves en las mismas instalaciones, desde junio de 2011 hasta 2013, año en que conocieron la enfermedad de su pequeño. "Es lo peor que te puede pasar". La noticia congeló a la familia al completo y la introdujo en un vaivén constante entre hospitales, trenes y médicos. Ni Benjamín ni Noelia pudieron seguir al frente de su local. Sus vidas se resumían al cuidado de su hijo Juan José. "Nos vimos sin nada, y estando en Sevilla nos cortaron el agua", expone ella. Pudieron salir adelante gracias al padre de Noelia, Juan Pedro Bandera, y a Andex, la Asociación de Padres de Niños Oncológicos, que opera en el Hospital Universitario Virgen del Rocío (Sevilla), donde ingresó el menor. A caballo entre Jerez y Sevilla, ambos decidieron alquilar el local para ganar algo de dinero, pero "nadie pagaba el alquiler, ni la comunidad".
Entre quimios, operaciones y analíticas, el pequeño Juan José estuvo cerca de un año y medio ingresado. "Pero ha quedado muy bien para como podía haber salido", dice Noelia mientras mira, a través de la ventana, cómo su hijo corretea por la plaza. "En esos momentos te das cuenta de quién está y quién no... A mi hijo le dio una hepatitis tóxica y a las dos de la madrugada estaba toda la familia en el hospital. En aquel momento la doctora me dijo que mi hijo estaba entre alfileres...", narra. "Todo fue muy duro", agrega mientras se toquetea sus uñas largas con esmalte azul. Ahora sus vidas tienen un poco más de color y, a pesar de todas las adversidades, afrontan el futuro con mucha energía y positividad.
Antes de iniciarse en el mundo de la hostelería, Benjamín fue militar en San Fernando hasta que pidió una excedencia para cuidar a su madre; y Noelia trabajó previamente con su hermana en el Telepizza. Ambos, con pocos conocimientos en la cocina, pero con buena mano y muchas ganas y esfuerzo, intentan que el bar salga adelante y así reflotar su situación económica. "Animamos a que la gente venga a probar. Todo lo que cocina ella está muy bueno, es muy barato y todo el que viene repite, que eso es algo bueno", señala él. "Sabemos que está la cosa muy mala, pero... poquito a poco", insiste.
Todos los platos los ha escogido Noelia. "¡Soy una inventora!", bromea. En Pinxo-Tapas ofrecen desde lagrimitas de pollo, bartolitos, ensaladilla y boquerones en vinagre, hasta platos más elaborados como sus famosos pinchos. Pinxo secreto, que es como un serranito pero con secreto ibérico; su pinxo rulo (pan tostado, rulo de cabra, mermelada y cebolla caramelizada), o pinxo el fundido, compuesto de pan, sobrasada, tres quesos fundidos y orégano. "Los montajes son personales y, por lo que sé, no hay nada igual por aquí", indican. "Lo bueno que tenemos nosotros es que puedes ver cómo trabajamos, que es cocina al instante y que bueno, no tenemos ni microondas", remata Benjamín. Los precios de la carta no superan los 4 euros. Su intención es construir un bar familiar donde la gente se sienta como en casa.