En la mesa no cabe nada más. Dátiles no pueden faltar —“es fundamental”—, pero también está la típica sopa harira, hay té, panecillos, y también chebakia, un dulce de almendra con un alto valor nutritivo. Todo preparado para, cuando caiga la noche, romper el ayuno en familia. Alrededor del festín se sientan Patricia Carles y Ahmed Khaldi, con sus hijos Ismael e Isaac, que repiten el ritual, variando la comida según el día, desde el pasado 23 de abril, cuando comenzó el Ramadán, que concluirá el mismo día del mes de mayo. Un Ramadán que, por el coronavirus, es especial, confinado, para los 1.800 millones de musulmanes que hay en todo el mundo, unos 340.000 en Andalucía, y casi 24.700 en la provincia de Cádiz, según datos del último Estudio Demográfico de Población Musulmana del Observatorio Andalusí.
“El ayuno es algo que hace cada persona de forma individual, eso no debe cambiar, es una cosa más unida al espíritu que otra cosa, pero a nivel de comunidad estamos acostumbrados a rezar juntos en la mezquita después de comer. El Ramadán es misericordia, acercarte al otro, ponerte en su lugar. Eso se echa de menos”, cuenta Patricia Carles, que también es presidenta de la asociación islámica de mujeres Bismillah. Durante el Ramadán es costumbre invitar a romper el ayuno a casa a personas necesitadas, que no tienen familia o posibilidad de comprar comida. Esa labor este año se está canalizando a través de la asociación, que prepara la comida del iftar —la cena con la que se rompe el ayuno tras 17 horas sin comer— para hacerla llegar envasada a personas sin recursos.
“Es una de las cosas que más se echa de menos”, sostiene Patricia, cuya asociación colabora con jóvenes extutelados por la Administración y con adolescentes que viven en condiciones complicadas. “Normalmente durante el Ramadán invitamos a mucha gente que no es musulmana, para que vean cómo se rompe el ayuno, pero este año es imposible, claro”, relata. “Es más triste celebrarlo así pero comprendemos la situación”, dice Patricia, quien asegura que estarán durante todo el mes “pidiendo por todo el mundo, para que la crisis del coronavirus acabe pronto”.
Que Patricia y su marido Ahmed estén confinados no significa que estén quietos. “Somos dos personas muy activas”, cuenta ella, para la que el inicio del confinamiento “ha sido un shock, algo que te dice: párate y piensa un poco”. Pero no para de hacer manualidades —“siempre estoy creando”— y emprendiendo acciones con la asociación Bismillah para ayudar a musulmanes durante el Ramadán. “Ahora saboreo más los días, estamos más en familia. Antes no veía tanto a mi marido, ahora hablamos más toda la familia”, cuenta. Y es que Patricia intenta sacar el lado positivo a todo. “Si Dios te pone algo en el camino es por algún motivo. Como me dice mucho mi tía: no hay mal que 100 años dure ni cuerpo que lo resista”.
“Lo peor es no poder estar al lado de la familia y de los amigos”, dice Patricia, que a través de la asociación escucha e intenta solucionar los problemas de mujeres musulmanas que acuden a ella. “Se desahogan conmigo y ese contacto lo echo de menos”, dice, “me hace falta para cargar las pilas". Este año el Ramadán es mucho más familiar. Cada día, se levanta con sus hijos sobre las 5:15 horas, para comer antes de las 5:53 horas, cuando hacen el primer rezo. “Comemos lo que necesitamos, no nos atracamos”, dice Patricia. Nueces o aguacates suelen estar entre los alimentos de su desayuno.
Patricia nació en Jerez y su marido lleva más de 30 años residiendo en la ciudad, donde nacieron sus tres hijos. “A él lo conoce todo Jerez”, dice ella entre risas. Ambos están “muy involucrados” con la comunidad musulmana, sobre la que muchas veces “se generaliza” y “criminaliza”, se queja. “No nos ponemos en el lugar de la otra persona”, dice Patricia, que dirige a un grupo de jóvenes musulmanes de segunda generación que “tienen muchas ganas de que la gente vea cómo son”. Empezó con un grupo de cinco y ya son más de 20. Antes, fundó la primera tienda halal —comida saludable de Oriente Medio, Asia, África y Sudamérica, obtenida y procesada como determina El Corán— de la ciudad, que tuvo que cerrar “por estrés” y hace unos meses organizó la I Expo Halal de Jerez.
El Mokhtar y Hasida, con sus hijos Houdaifa y Somiya, durante el iftar. FOTO: MANU GARCÍA
El confinamiento al que ha obligado la irrupción del coronavirus en España hace que, durante este Ramadán, las mezquitas estén cerradas y no acojan las tradicionales plegarias colectivas, dirigidas por el imán. Este año, de forma excepcional, este rezo se hace a través de una aplicación de móvil que permite hacer videollamadas. Houdaifa y su familia, su hermana Somiya, su padre El Mokhtar y su madre Hasida, se conectan cada noche después de romper el ayuno. “Hay entre 140 y 150 conexiones, y cada una pertenece a una familia”, cuenta Houdaifa, un joven musulmán nacido en Jerez, como su hermana. “Gracias a las nuevas tecnologías seguimos cumpliendo con esta tradición”, dice.
Cuando lavozdelsur.es visita la vivienda de la familia de Houdaifa, en la mesa hay alitas de pollo, panecillos rellenos, verduras, zumo, té, dátiles, la sopa harira, chebakia, y baghrirs, conocidos también crepes marroquíes de mil agujeros. “Siempre solíamos llevar comida a la mezquita, para gente que no tiene, o no se puede cocinar, pero este año no se puede”, lamenta Houdaifa. Y es que ayudar a los pobres y practicar la caridad es uno de los cinco pilares del islam.
En casa están confinados Houdaifa, Somiya, El Mokhtar y Hasida. La madre es limpiadora y desde que se decretó el confinamiento no puede desarrollar su trabajo. El padre es agricultor, y ha trabajado hasta el inicio del Ramadán, cuando interrumpió sus labores. El Mokhtar fue el primero en llegar a España, en 1998, con un contrato bajo el brazo para trabajar en Almería. Al año siguiente se casó y su mujer se trasladó al país. La venta ambulante fue su principal ocupación durante muchos años. “Ha estado en ferias”, cuenta su hijo Houdaifa, quien apunta que tuvieron una caseta para vender sus productos en la feria que se celebra cada año en Valdelagrana (El Puerto).
“Ahora pasamos más tiempo juntos”, dice Houdaifa, quien cuenta que “lo bueno del confinamiento es que este año podemos dedicar el Ramadán a la adoración de Dios, a leer más el Corán, a hacer súplicas, a hacer acciones a favor de Dios… Ahora hay más tiempo para todo eso”. “Mi padre estos años anteriores no solía comer con nosotros, comía en la mezquita, pero este año sí y es más familiar. Hay que mirar siempre lo positivo”, añade. El Corán no prevé cómo deben comportarse los musulmanes en caso de pandemia, aunque hay una frase que se le atribuye a Mahoma que este año están llevando a rajatabla: “Si oyes que hay peste en una zona, no vayas allí. Si la peste está donde tú estás, no salgas de tu zona”.
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