"Si no fuera por mi niño, me hubiera tirado por la ventana". Es el testimonio de María Dolores Calderón, una madre con dos hijos a su cargo que no sabe cómo afrontar su delicada situación, agravada aún más con la crisis del coronavirus. La jerezana, que vive en un pequeño piso de la barriada de Vistalegre, está bajo amenaza de desahucio por parte de la propietaria del inmueble, ya que el contrato de alquiler termina este 1 de abril. "La dueña me está diciendo que me vaya, que me busque otra cosa", asegura a lavozdelsur.es por teléfono. Su desesperación es máxima: desde hace varias semanas no puede trabajar limpiando en el domicilio de una señora mayor. Tras la crisis del Covid-19 en España y la declaración del estado de alarma, Dolores ni siquiera puede arrimar unos euros a casa. Hace ya varios meses que no paga el alquiler.
"Esto es una cárcel", dice en referencia a la limitación de la movilidad impuesta por la emergencia sanitaria. "Esto del coronavirus a mí no me deja buscar, yo vendía cosas que tenía, hacía lo que podía y ya no puedo ni salir de casa", lamenta. La situación en su domicilio tampoco le ha ayudado durante las últimas semanas. A finales del pasado mes de febrero, la cocina le salió ardiendo, calcinando gran parte de los electrodomésticos y "media casa". "Se me ha juntado todo y nadie me ayuda". Por si fuera poco, su hijo menor, de 10 años, sufre ataque epilépticos, tiene estrabismo y otros problemas de vista que ella no puede afrontar: "Encargué unas gafas que en la óptica me dijeron que valen 150 euros", comenta. "Cáritas no me lo paga y ahora no sé qué hacer", dice desesperada. Las gafas del pequeño se rompieron, precisamente, en el fatídico episodio del incendio que vivió semanas atrás. Pese a que la organización religiosa sí le ha proporcionado ropa y objetos personales, asegura, según su juicio, no poder sufragar este gasto.
Algunos de los enseres de su vivienda tras el incendio.
A duras penas, Dolores puede darle todas las comidas del día a sus hijos. Con ellos comparte hasta el par de cubiertos y platos que conserva, ya que perdió la vajilla de la casa en el incendio. "No tengo pan, mi hijo me ha pedido un yogur y no tengo nada para darle", asegura. Cuando baja a hacer las compras en una tienda de barrio, no duda en pedir ayuda. "Le digo: María, dame lo que tengas para tirar; ella me dice: Loli, con lo del virus no puedo darte nada de comer". Y así, día tras día, sin poder contar con la ayuda que antes le proporcionaba la ayuda social. “No puedo ir a los asistentes sociales porque están cerrados y ya no me atienden; antes tenía garbanzos y paquetes de kilos comida de uno y de otro lado, pero (por el incendio) lo tuve que tirar todo”, añade.
El bono de alimentación le caducó y ya no puede ir a comprar al supermercado. “Esto es para quien lo pueda pasar, es desesperante”. A Dolores, que vive en una situación límite, la crisis del coronavirus le ha agravado no solo sus condiciones materiales, sino psicológicas. “No tengo a nadie, todo el mundo me da la espalda; yo no quiero dinero, lo único que quiero es que alguien recoja las gafas de mi niño”, reclama a este medio en busca de ayuda. Una ayuda que ni siquiera encuentra ahora en el calor de las pocas personas que le intentaban echar una mano. Ahora no solo no sabe adónde ir, sino que no puede ir a ningún lado. Este primero de abril se ve obligada a marcharse pero un decreto del gobierno teóricamente lo impide. La propietaria le insiste. Dolores no sabe qué sucederá mañana.
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