“Miedo”, “soledad” y “culpa” son las palabras a las que más recurren las víctimas de violencia psicológica de género. Este tipo de maltrato consiste en una serie de actitudes en las cuales el agresor busca dominar y someter a una persona por medio de sus emociones. Son agresiones no físicas, heridas que no se ven a simple vista, pero que van desgastando poco a poco la salud mental de las mujeres que la sufren.
Según los datos ofrecidos por la macroencuesta realizada por el Ministerio de Igualdad de 2019, el 23,2% de las mujeres mayores de 16 años residentes en España han sufrido violencia psicológica emocional de alguna pareja actual o pasada en algún momento de su vida. Extrapolando esta cifra a la población, se trata de 4.744.106 españolas que han sufrido este tipo de agresiones. Asimismo, El 8,4% de las mujeres que tienen una relación sentimental en la actualidad afirma haberla sufrido con las parejas con las que están en estos momentos.
Nerea y Ana son dos nombres ficticios, no quieren revelar su identidad porque ambas temen que su agresor se entere y vuelva. Las dos andaluzas cuentan su historia a lavozdelsur.es, cómo lo que empezó siendo un idilio de amor romántico terminó convirtiéndose en una pesadilla.
Cuando Nerea conoció a su novio en las fiestas del pueblo de su amiga tenía 16 años. “Era unos años mayor que yo. Me dijo que era la niña más preciosa que había visto en su vida y que era suya. Me gustaba todo de él en ese momento. En esa edad te regalaban los oídos y te volvías loca. Nos besamos y empezamos a quedar algunos días hasta que empezó una relación más seria. Yo vivía en otra ciudad, así que iba a verle los fines de semana. Al principio iba todo super bien, era una persona muy cariñosa y simpática. Todo el mundo lo conocía. Era un chaval que tenía muchas relaciones sociales”, cuenta la joven.
“Cuando empezamos a coger más confianza, empezó a decirme que no saliese con tanta gente y que no me fuera con cualquier persona. Como él era tan popular, pues me decía a mí misma que tenía que hacerle caso y que lo que hacía era preocuparse por mí. Además, él me convencía de que todo era por mi bien”, narra a lavozdelsur.es. Ahora, cada vez que iba al pueblo, donde también vivía su amiga, no veía a nadie más: “Yo le decía a mi novio ‘¿quedamos con mi amiga o con tus amigos?’ pero me contestaba que no, que quería estar solo conmigo porque casi no nos veíamos”. Ahí fue cuando comenzó a aislarla.
Nerea: "Me miró y me dijo que en su casa no va a entrar una cerda"
“Me revelé un poco y le convencí para salir juntos un día a la feria. Allí me hice una foto con su amigo. Mientras la sacaba, yo sabía que no le iba a gustar y le miraba de reojo”, narra Nerea. Sin embargo, para su sorpresa se comportó de manera amable hasta que llegaron a su casa, donde dormían juntos: “Cuando estábamos a punto de pasar, me miró a los ojos y me dijo: ‘Tú aquí no vas a entrar hoy. En mi casa no va a entrar una cerda’. Entonces me cerró de un portazo y tuve que irme a casa de mi amiga”.
El victimismo para hacer sentir mal a su pareja
“Mi amiga me decía que la relación le parecía un poco rara, pero yo intentaba justificarle. Al día siguiente los amigos hablaron conmigo y me dijeron que él no quería perderme y que era muy inseguro. Utilizaba mucho el victimismo. Además, coincidió con que se le había muerto su padre, por lo que la gente me decía que es que estaba pasando por un mal momento”, recuerda.
Asimismo, memoriza como estaba sometida a una dura violencia verbal. El agresor la menospreciaba e intentaba hacerle sentir inferior a él: “Me decía que estaba gorda y me rompía la ropa corta y ajustada. Me cogía el móvil y me pedía la contraseña. Me hacía sentir tonta a su lado. A lo mejor yo hablaba de algo y él me decía ‘¡tú que vas a saber!’. Empecé a dejar de hablar. Me sentía alejada y me callaba”. Así fue como poco a poco empezó a apagarla.
De la agresión psicológica a la física
Nerea, cansada, le dijo que no podía seguir así y él le prometió cambiar. Cuenta que se llevó un mes siendo el novio modelo hasta que un día salió de fiesta y se le apagó el móvil: “Cuando volví estaba esperándome en la puerta de mi casa con el coche y me preguntó donde había estado. Le dije que tenía el teléfono sin batería y me pidió que se lo diese. Entonces lo tiró al suelo y lo destrozó”.
Nerea: "Un día me dio un puñetazo que me destrozó los nervios de la cara"
En su caso, como en el de miles de mujeres, no se quedó solo en violencia psicológica y cruzó la línea hacia las agresiones físicas cuando le pegó por primera vez. “Un día me dio un puñetazo que me destrozó los nervios de la cara. Hasta día de hoy tengo secuelas de esa agresión. El seguía detrás de mí, me amenazaba con matar a mi perro y con quitarme todo lo que tenía”, cuenta Nerea, que afirma que pudo escapar de ahí y que lloró “todo lo que tenía que llorar”. “Salí de ahí gracias al apoyo de mi madre, mi familia y mis amigos. Luché mucho contra mí misma porque seguía queriéndole”, finaliza.
No reconoció la violencia de género hasta que le dio la primera bofetada. El maltrato psicológico se muestra a través del dominio y aislamiento de otra persona, el controlar su comportamiento y manera de vestir, las amenazas, agresiones o silencios, la intimidación o destrucción de objetos, el insulto, la humillación y la denigración. Este es el camino hacia las agresiones físicas, anularla completamente antes de dar el primer golpe y, si no se para a tiempo, la situación empeora hasta que ya no hay vuelta atrás.
La luz de gas para manipular emocionalmente a su pareja
Ana conoció a su novio cuando tenía 27 años en una situación especialmente vulnerable. “Él se convirtió en un apoyo fundamental para volver a salir a la calle. Se ganó mi confianza total y me hice muy dependiente. No soy consciente de en qué momento dejó de ser la persona que decía que quería cuidarme para que no me pasase nada”, narra.
Ana: "Me señalaba a otras chicas y me decía ‘está mucho más buena que tú’"
Ella sí que se dio cuenta de que algo iba mal desde el principio: “Sabía que me mentía, pero decidí ignorarlo. No quería que me relacionase con sus amigos. Tenía actitudes y comentarios incoherentes que me hacían bajar mi autoestima. Me señalaba a otras chicas y me decía ‘está mucho más buena que tú’. Me decía cosas que no recordaba haber hecho o dicho y llegué a pensar que eran verdad y dudar de mi salud mental”, recuerda Ana.
Su salud emocional empezó a empeorar porque no tenía una estabilidad en su relación: “Me sentía en una montaña rusa. A veces era súper querida y valorada y al rato creía que iba a desaparecer de mi vida. No sabía cómo actuar y llegó un momento que evitaba a toda costa hacer cualquier cosa que creyera que pudiera sentarle mal. Quería ser ‘perfecta’ para él, pero los te quiero-te odio repentinos hacían que no supiera qué hacer y llegué a sentirme anulada. Como si solo existiese cuando le tenía cerca o me prestaba atención. Casi el resto del tiempo tenía ansiedad, la sensación de no valer nada o de no ser suficiente”.
“Me dolía tanto pensar que podía estar manipulándome que preferí creer que era verdad lo que decía y que yo debía tener algún problema de salud mental. Tenía insomnio, me bloqueaba a la hora de tomar decisiones y buscaba siempre la confirmación de alguien para hacer algo o sobre lo que pensase. Tenía pensamientos negativos. Me decía a mí misma ‘no valgo para esto’, ‘soy un fraude’ o me preguntaba ‘¿y si no estoy bien de la cabeza?’”, cuenta Ana, quien afirma que empezó a bloquearse tanto en su vida social como laboral.
El Gaslighting consiste en manipular las situaciones para hacer que alguien dude de sus sentidos
Un día fue más agresivo de la cuenta, pero sin llegar a lo físico y empezó a ir a terapia donde el psicólogo le enseñó lo que era la luz de gas y se dio cuenta de que lo que estaba sufriendo era maltrato psicológico. La luz de gas o Gaslighting es un tipo de violencia psicológica que consiste en manipular las situaciones para hacer que alguien dude de sus sentidos, de su razón y hasta de sus propios hechos. Las señales más habituales son generar desconfianza, inventar situaciones o problema y responsabilizar a la mujer de este hecho. La víctima en la mayoría de las ocasiones no es consciente de que la sufre.
“Al tiempo volví a tener relación con él. Yo pensaba que le había hecho daño e incluso quería pedirle perdón. Volvió a ser agresivo conmigo, pero esta vez tuve un ataque de pánico, pasé dos días en la cama a ratos dormida, a ratos semidespierta, no podía moverme y sentía que estaba como dentro de un pozo hondísimo del que no podía salir y a mi alrededor sonaban todo el rato sus palabras y la pregunta: ’¿Estaré loca de verdad?’”, recuerda Ana. “Cuando fui capaz de levantarme la sensación de tener la cabeza llena de piezas de un puzle que no podía recomponer. Sentía el cerebro rotísimo. Con ayuda de un par de amigos que llevaban tiempo diciéndome que me alejara de él pude aceptar que lo que recordaba era verdad y dejar de ver solo “los momentos buenos” que había pasado con él”, finaliza.
Secuelas psicológicas
Tanto Nerea como Ana hablan de consecuencias psicológicas y coinciden en la dificultad de entablar una nueva relación tras el trauma. “Estuve un tiempo sin querer ver a nadie, me costaba mucho mantener una conversación mucho rato porque me desconcentraba. Hoy en día sigue resultándome incómodo estar con mucha gente o la idea de conocer a alguien nuevo”, cuenta Ana.
Según los datos del Ministerio de Igualdad, el 44,9% de las mujeres que han sufrido violencia física o sexual de alguna pareja a lo largo de sus vidas afirman haber sufrido ansiedad o angustia con frecuencia en los 12 meses previos a la entrevista frente al 38,5% del conjunto de las que han sufrido algún tipo de violencia en la pareja y al 20,1% de quienes nunca han sufrido violencia en la pareja.
La violencia psicológica de género es una agresión. El machismo empieza por lo más bajo y va escalando progresivamente. Es algo que no se ve a cierta vista, pero las víctimas empiezan a cambiar su comportamiento, su forma de ser y de relacionarse con las personas a su alredor. La mayoría de ellas no denuncia, por lo que aúnque las encuestas nos acerquen a una aproximación, el problema real que abarca el maltrato emocional es incalculable. Las mujeres que la sufren normalizan el abuso emocional hasta que se encuentran anuladas. Ahora, se llaman relaciones tóxicas, expresión cada vez más habitual en las conversaciones de jóvenes y que parece quitarle peso al asunto cuando, en realidad, hablamos de violencia machista en su más temprana expresión.