Son diez años los que una decena de hermanos y hermanas de la Hermandad de la Entrega llevan con la iniciativa de hacer y vender buñuelos en la plaza de la Artesanía de Guadalcacín, ELA de Jerez. Lo hacen los jueves, coincidiendo con las sesiones de catequesis que se imparten en la cercana parroquia a los niños y niñas.
Mientras el párroco se ocupa de su menester formativo, los papás y mamás aguardan hora y media a que terminen sus pequeños. ¿Qué hacer entre tanto? Pues ahí entró en acción este grupo de veteranos cofrades de la hermandad, todas con hijos o hijas involucrados en la cofradía, para inventarse una merienda a base de buñuelos a precio de ‘amigo’, un euro, cuatro buñuelos; aparte, el café o el chocolate que les sirven en la terraza los bares situados en la plaza, que también se benefician de esta actividad.
Venden alrededor de 160 unidades de buñuelos, que se traducen en seis barreños llenos de una masa que desde horas antes la preparan para que esté en su punto. Y el remate viene de la mano maestra de Pepe, en el perol, para darle la fritura justa y precisa a fin de que salgan esponjosos, no aceitosos y con una textura casera, que se remata embadurnándolos en azúcar. No aptos para dietas, pero se venden por castigo.
Un día es un día, como dice una clienta habitual que todos los jueves, desde septiembre, acude con su hija para llevar a sus nietos a la catequesis: “Es la excusa para echar un rato comiendo buñuelos y charlar con las que ya considero mis amigas de todos los jueves”.
En la plaza, frente al bar situado en uno de las esquinas, se reparten una decena de mesas, todas ocupadas. En el fogón y alrededor se afanan una decena de personas, el que fríe, la que ayuda con la masa y la va vertiendo en el perol con habilidad para hacerle su agujero central, propio de esta fritura.
Delante está la cajera, la madre del hermano mayor, que vende los tickets; al mismo tiempo, a su lado, otra hermana vende almanaques de la hermandad y también pulseras solidarias a favor de la pequeña Violeta que padece una enfermedad ósea rara y que precisa de un tratamiento costoso; también, si le pillan con la cartera abierta, le coloca participaciones para el sorteo una tablet. Por cierto que la hermandad ha vendido un billete entero —1.000 décimos— de un número para la lotería de Navidad, que se dice pronto.
En pocas palabras, lo venden todo y esto tiene su repercusión económica, ya que este trabajo genera un ingreso que a la cofradía le viene de perlas, dados los gastos en los que está metida: la talla del paso, la imaginería nueva que acaban de presentar, las obras de la casa de hermandad y del salón de pasos; la colaboración en los gastos de la parroquia y así, una larga lista de objetivos, proyectos y acciones solidarias que no se pueden acometer con la cuota que pagan los hermanos. Imaginación al poder y manos a la obra.
A las cuatro de la tarde, Mariló, Conchi, Pepe y el resto se preparan para la labor de cada jueves. Los primeros buñuelos hacen de reclamo; el aroma se esparce por toda la plaza a modo de llamada a la que empiezan a acudir los primeros clientes. “Somos las madres de los jóvenes de la hermandad; somos las más veteranas porque la gente joven solo viene a comerlos”, explica Conchi, reivindicando más sangre nueva. Pone de manifiesto las necesidades que este año han sido más “porque no ha habido feria. Ni en Jerez, ni aquí”. La Entrega trabaja estas dos feria y las de otras pedanías y barriadas rurales cercanas que montan verbenas o fiestas típicas.
“Siempre lo hacemos para ayudar a la hermandad, pero también dedicamos muchos días a la solidaridad con instituciones, colectivos y personas que necesitan ayuda, como la pequeña Violeta”, explica Mariló, mientras que entrega un cucurucho de papel de estraza hasta arriba de buñuelos. A la vez, aprovecha para adelantar, después de pedir permiso del hermano mayor al que consulta delante de este reportero, que “a Violeta estará dedicada la buñuelada del próximo jueves, la última antes del parón navideño”.
“El secreto de estos buñuelos es darle una paliza a la masa”, cuenta Pepe, que también es hermano del Transporte y que fríe los pimientos “como nadie”, ante el chisporroteo del aceite mientras se fríe la masa recién echada al perol. “Hay muchas cosas que pagar; más todavía” subraya el cocinero ‘jefe’: “Esto es un granito de arena que aportamos, que ya lleva diez años y que lo tenemos que aprovechar”. Su ayudanta mete baza en lo de ir el año próximo al centro el Sábado de Pasión: “estamos muy ilusionados todos”, sabiendo que con esta labor de cada jueves ayudan en algo a los muchos frentes abiertos en la hermandad, entre ellos, lo que supondrá recorrerse 13 kilómetros hasta la Alameda de Cristina desde Guadalcacín: “Mucha tela pero hay ganas”.
“La hermandad es todo el año: trabajar y trabajar no solo en esto”. Ahora en enero empiezan con otra de sus habilidades, la fabricación de túnicas tanto para la hermandad como las de otras cofradías. ‘Coser para la calle’ es otra fórmula de ingresar fondos a lo que se suma el taller de bordados que está ultimando un estandarte.
Esta es la cara B de una hermandad como la de La Entrega. Es el rostro de los que, desde atrás, empujan, trabajan y se apartan de los ‘focos’ porque su único interés es la hermandad, su engrandecimiento, sus devociones y su vocación ya sea haciendo buñuelos, cosiendo o bordando o cocinando en las ferias.
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