Ni por lo excepcional del acontecimiento sonaron los cohetes, que incomprensiblemente desde hace años no truenan en el cielo de Jerez cuando la hermandad sale, pero sí hubo más gente en la alameda de Cristina, más ambiente y por supuesto más ganas de romería. Han sido tres años de ausencia y parece que fue ayer cuando en 2019 las carretas enfilaban la Porvera camino del Calvario. A las 9,30 horas echaba a andar la del simpecado, que este año cuenta con ‘motores’ nuevos, cuatro soberbios mulos de estreno.
Mayores, jóvenes, pequeños; ellas, que son las que más color ponen al gentío rociero, con los mejores trajes de rociera para salir de Jerez y tocadas con esas flores contrahechas mezcladas con ramitas de romero decorando moños. En Cristina se confunden los sentimientos, la alegría de los que se van y el pesar de los que se quedan pero que llevan muy en sus adentros su devoción rociera.
El guión de la partida no se modificó en su recorrido y en sus momentos; en la escuela de San José, los pequeños escolares cantaron la Salve al paso del simpecado en una calle Porvera vestida de morado por las jacarandas que la jalonan; la hermandad del Nazareno despidió a la carreta entregando un cirio de la candelería de la Virgen del Traspaso para que los acompañe en el camino; en La Victoria, puertas abiertas para dejar ver a La Soledad y la junta de gobierno formada en la acera; en el Hospital San Juan Grande, la tradicional entrada, rezos, canto de la Salve y encomienda por lo enfermos allí residentes, con algunos de ellos, los más mayores, formados en el patio.
Parece que fue ayer cuando en 2019 salía la romería, pero no es así. Han pasado tres años sin que los rocieros hayan podido dar rienda suelta a su fiesta: sin camino, sin presentación ante la Virgen, sin nada; todo en la distancia. “1.096 días esperando ¿te parece poco?¿Cómo no vamos a estar eufóricos?”, espetaba un rociero a caballo que en su rostro se reflejaba la felicidad del momento y las ganas de reencontrarse con las arenas.
“Muchas ganas; tres años esperando y esto es lo más grande para nosotros los rocieros. ¿Qué más queremos?”, se expresaba más que satisfecha una rociera con algunos caminos marcados con m muescas en su vara de peregrina y que vuelve a las rodás: “cuando esto te engancha y descubres a la Virgen ya sea en el camino o ente ella en la aldea, es imposible dejarlo atrás”, y asegura que el que “viene y lo prueba ya no podrá dejarlo atrás en su vida”.
El Rocío son muchas cosas que se juntan en unos días, cosas que ennoblece los sentimientos y dan color a la vida. En el Rocío se unen un singular cromatismo; el de la gente y el de la naturaleza; la fiesta, la amistad, la camaradería de los que sufren andando por los senderos, caballos, jinetes, amazonas, la caravana de carretas adornadas con flores de papel multicolores, el paraíso natural de Doñana… “Otra vez en marcha gracias a Dios y a la Virgen, que ya nos tocaba”, expresa un rociero que fue hermano mayor, Isaac Camacho.
“Nos han mangado dos años”, expresa de manera menos poética el pregonero Lupi que le tocó ir con vara en la comitiva oficial, por aquello de haber sido el vocero oficial de la romería de Jerez: “Pero seguro que ya Ella nos lo devolverá todo”. Los tema de salud también forman parte de las motivaciones para echarse a la peregrinación, “ha sido un año difícil que sabes que he pasado. Aquí estamos para ir y venir con Ella que por su merced podemos seguir aquí”.
Desde esta mañana, pese a que quedaban muchos kilómetros por delante hasta llegar a Bajo Guía, en la mente del rociero estaban ese reencuentro con las arenas de la playa y después la rodá por el Coto, “deseando pasar la primera noche bajo las estrella y rodeados de pinares con aromas a jara y romero”, espeta melancólica otra rociera que se bebía cada instante de lo que estaba viviendo como si fuera la última vez; “Después de lo que ha pasado, quién sabe lo que tendremos el año próximo”. A ella, como a casi todas, además del traje y ‘decoración floral’ del pelo, no le faltaba la riñonera en la que cabe de todo; guardan sus enseres para retocarse y todo lo que sea menester llevar a la mano, “que el camino es largo, el coche se pierde por atrás y cualquiera lo busca para lo que sea”.
“En Doñana el tiempo se para y solo vemos y queremos camino y camino hasta ver a la Virgen”. En los ojos se leía lo que no se podía expresar con palabras. Los que se iban y los que se quedaban, con un cierto punto de envidia y de pena, guardando para su interior una oración, un deseo, unas ganas o una frustración, sentimientos que de vez en cuando se delatan en lágrimas que no pueden sostener; la emoción del adiós o del hasta pronto, tanto de los presentes como de los muchos que han dejado sus medallas situadas al pie del simpecado en su carreta para que hagan en camino que no pueden realizar: “llevamos una cantidad desmesurada de medallas atadas a la base de la carreta; ellos están con nosotros”, dice uno de los responsables de la organización de la hermandad.
Centenares de peregrinos caminaban tras la carreta adornando esos momentos con cantes por sevillanas. Y detrás de la insignia de la hermandad, los 15 carros multicolores de diferentes peñas y tiradas por mulas. “Por fin llego el día de quitarnos las penitas que teníamos”, confesaba José Castro que con 78 años de edad guía a las mulas sujetando la de delante por la cabezada: “Imagínate qué te puedo contar de todo esto si yo empecé a venir con el carro desde niño”. Pero para veterania en esto de los rociero, la presencia del Rizo es un alieicnete para lo más noveles. A sus más de 90 años, es el más veterano de la hermandad y se vuelve a echar al camino con su charré, con placa de L pegada en la trasera, su mula y sus viandas. Como toda su vida lo ha hecho y lo seguirá haciendo porque el Rizo es casi eterno.