El Miércoles Santo nos brindó el mejor día de la Semana Santa. El centro de Jerez, literalmente, se llenó de gente; no cabía nadie más; los bares, a primeras hora de la madrugada, tenían agotadas las existencias. El personal de restauración estaba desbordado y exhausto. En lo cofrade, una jornada para enmarcar. Sí se puso de manifiesto las muchas ganas de Semana Santa que estaban guardadas y acumuladas durante dos años. Las bullas de impresión volvieron a las calles y ante los pasos. Las hermandades disfrutaron e hicieron disfrutar a todos los que las veían, un nivel de calidad en las puestas en escena de las hermandades que llegaba desde la elegancia en la preparación y presentación de los pasos, hasta en la música que sonaba en la mayoría de ellos.
Fue una conjunción de ganas retenidas, buen tiempo, de darlo todo, de una venganza por dos años de ausencias y de emociones que se han contenido de tal forma que volver a vivir los momentos singulares del miércoles fue, más que un reencuentro, un redescubrir. Por fin no hubo que mirar al cielo o a los móviles averiguando si llovería o no. Ni siquiera el viento fue invitado a esta jornada que llenó Jerez desde la Granja hasta el casco histórico. Callejear y andar unos cuantos kilómetros. Buscar a las hermandades por calles donde se viven momentos cofrades muy especiales, disfrutar de todo desde el tendido de los palcos. Todas las opciones estuvieron abiertas; para todos los gustos y ganas; cervecear, copear, tapear, seguir al Prendimiento, deleitarse con las costumbres semanasanteras, aguantar estoicamente en la acera el paso de nazarenos, cangrejear ante tal o cual paso… en pocas palabras abrir los sentidos a las sensaciones.
Nos detenemos en unos minutos que fueron sencillamente sublimes: Amargura por la calle Naranjas o por la calle del milagro. Allí en la década de los 50 del siglo pasado, la Virgen curó, a su paso por su casa, a un niño enfermo; ese niño, ya un anciano, estuvo ante Ella para tocar su llamador. Emocionado, contaba y hacía revivir aquel día como si fuera ayer. Y sonaba Mi Amargura. Y el palio se meció con dulzura, con movimientos precisos, con una sabiduría fuera de lo común debajo y delante: mesura, oficio y buen hacer desde delante hasta atrás con la banda. Mágico, sencillamente mágico fue el paso ante la Madre de Dios. Una maravilla cofrade que casi bastó para decir adiós al Miércoles Santo.
Pero quedaba muchísimo por ver. A sus horas previstas todas las hermandades se pusieron en las calles comenzando con el Soberano Poder, cuyo recorrido sigue siendo largo e intenso. Desde las tres de la tarde, aunque ese récord, este año al menos, se ha superado por Guadalcacín. La más tardía en ponerse en la calle fue la cofradía de Santiago con todos sus estereotipos mezclados con mucho del reconocimiento que le arropa aquí y a muchos kilómetros de distancia. El Prendimiento es un imán que atrae cuyo rostro y manos amarradas no deja indiferente, ya sea por devoción o por admirar la calidad artística de la hechura. Este miércoles se vio el palio del Desamparo ya restaurado en sus bordados, recuperando la maravilla de armonía y proporciones que regaló a Jerez el ingenio de Elena Caro.
La cofradía de la barriada de La Granja fue elegante en la calle, como viene sucediendo desde hace algunos años. Su crecimiento es evidente. Después de dos años de ausencia volvió con un cortejo ordenado y con detalles que han sabido afianzar, sin que el paso de los años los hayan apartado: confesiones sobre la marcha a los nazarenos, su dispositivo de atención y asistencia. El reto de cada año ya lo es menos. Menos numantino, menos heroico y más asumido entre sus hermanos. Y una identidad propia que es difícil de adoptar pero que en La Granja lo van consiguiendo.
El Consuelo volvió a sus orígenes viñeros. Por estar levantándose su nueva capilla, salieron de Las Viñas, parroquia que la vio nacer. Con su estilo riguroso, presentó las nuevas hechuras de su paso de palio. La impresión fue muy positiva. El trabajo de adaptar unos bordados antiguos apunta a que una vez se concluya todo será un paso con identidad propia. También llamó la atención la banda, que vino de Ciudad Real, que sonó tras el Señor del Amparo; cortita en músicos pero potente y con calidad. El Traslado al Sepulcro ganó en estética e historicidad con las vestimenta de la imaginería del misterio. Santa Marta, como es conocida popularmente, tiene su gente que hizo revivir en cofrade el barrio de San Mateo, con otras formas. Los cofrades de esta hermandad deberían plantearse qué hacer con el paso de palio del Patrocinio para que deje de ser el eterno proyecto inacabado. Al menos en los bordados a medio hacer del manto, que empiezan a chirriar demasiado; demasiados años saliendo así.
La Hermandad de la Amargura dejó bien marcada cuál es su personalidad de cofradía vistosa y muy cofrade en todos los detalles. El paso del Señor salió con dorado nuevo en parte de su canasto. ¿Para qué plantearse, como fue en su momento, uno nuevo ante el portentoso trabajo que hizo para la Flagelación Ovando? Es una cofradía que no defrauda, que es auténtica en sus formas, las mismas que le imprimieron a fuego los primeros cofrades que la hicieron nacer. Y La Amargura se paseó en todo su esplendor con un andar sublime y con muchas ganas de resarcirse de los tres años, tres, que lleva enclaustrada. Recordar que en 2019 apenas si pudo salir a la calle por la lluvia más los dos siguientes de pandemia. Sonó muy bien la banda de la Vera Cruz de Utrera, sonidos de corneta y tambor rotundos, clásicos. De la calidad de la banda sanluqueña de Julián Cerdán, no descubrimos nada más allá de que sigue con el listón muy alto.
En San Lucas se siguió afianzando su estética severa y de riguroso negro en toda su extensión pero con detalles que van incorporando para incidir en ese carácter. Desde la música que sólo lleva en el palio, con la banda de Gerena que ofreció un repertorio exquisito de marchas lentas y acorde con la cofradía, hasta la clásica escolanía ante el Señor caído y la incorporación de la música de capilla. Una estampa que nunca faltará tras el Señor es la devoción, que se hace explícita cada Miércoles Santo cuando miles de hombres y mujeres van tras el paso de caoba y plata cumpliendo promesas penitentes. Llamó la atención el atavío que este año se ha elegido para Los Dolores; en esto de vestir las imágenes, cuando se sale de los cánones más o menos establecidos, siempre encuentra alabanzas o negaciones.
Y cerrando, El Prendimiento. El broche del día no puede ser mejor. Desde que sale hasta que se recoge, que por cierto fue a las 4.30 de la madrugada, una hora de retraso. Hasta cierto punto es admisible. Al Señor no lo dejan andar y tampoco quiere correr. Esta hermandad supera la barrera de lo conveniente y formal para adaptarse a una calle que este miércoles especialmente lo esperaba con ganas, muchas ganas. Su caminar esta jalonado de una fiesta constante, de saetas, de gente caló que viste sus mejores galas porque El Prendimiento está entre ellos.
No hay rincón, lugar, calle o plaza donde a esta imagen no detenga los sentidos porque la admiración que arrastra desde hace siglos es hoy en día una marca de identidad de la propia hermandad, de sus hermanos y de los devotos que así lo quieren y lo expresan a su manera ante todos: un orgullo de pertenencia a una hermandad, devoción a una imagen, que va más allá de los límites que impone la ortodoxia cofrade: es el símbolo de una raza y de mucha gente que respira con el Jerez más hondo y profundo pero que al mismo tiempo lo comparte con alegría. Carpintería, Tornería, Porvera, Ancha, el Arco y Angostillo. No se cabía. Se ‘vendió’ el billete desde hace mucho tiempo para ocupar un huequecito para ser testigo de lo que lleva e implica el nombre Prendimiento.
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