Se puede afirmar rotundamente que el regreso de las procesiones a la Semana Santa tuvo ayer unas vísperas de lujo en todos los sentidos: muchísima gente en las calles desde bien entrado el mediodía; caras sonrientes y de agotamiento en camareros y propietarios de establecimientos hosteleros. Alguno confesó abiertamente que “sabíamos que había ganas de retomar todo esto pero no esta respuesta masiva por estar en la calle y en los bares”.
Nos situamos en el Sábado de Pasión, el día de vísperas con solo dos hermandades en la calle. Las dos de carácter e impronta totalmente diferentes; las dos desparejas en cuanto a horarios e itinerarios por lo que hubo que ir a buscarlas. Mejor que pegarse caminatas, la gente prefirió esperarlas en el centro urbano -con toda la Carrera Oficial montada-; la excepción, desde mucho antes de las 12,30 horas en la que se produjo la salida de la Hermandad de la Entrega de Guadalcacín. La población literalmente se desbordó de público. Incluso para acceder a la pedanía hubo retenciones de coches intentando llegar y buscar aparcamiento donde fuera.
Con un sol espléndido luciendo en un cielo celeste y una temperatura más que agradable, por las calles de Guadalcacín se vivieron los primeros momentos cofrades normalizados. El uso de mascarillas fue desigual, pese a las recomendaciones de usarlas en las bullas. Pero todo eran sonrisas y caras de felicidad; de estar disfrutando y de no querer pensar en negativo. La cofradía gaudalqueña, una vez salió de la población, enfiló el camino -carretera- de Espera que desemboca en San José Obrero y desde ese punto volver a tomar contacto con lo urbano con las zonas residenciales de Jerez.
Fue una gesta la que estos cofrades se echaron a la espalda: recorrer 13 kilómetros desde las 12,30 horas hasta las tres menos veinte de la madrugada, hora en la que se recogió. Afortunadamente no tuvieron ningún incidente notable más allá de la atención puntual a algunos de los 160 nazarenos que formaron el cortejo. Tras la experiencia queda en el aire si definitivamente esta hermandad establecerá su salida procesional al modo de este año. Eso dependerá del obispado ya que la excepción se ha permitido por los diez años de fundación que cumplió la corporación. Pero, como decía ayer un responsable d el hermandad e incluso algún hermano de los muchos que fueron ‘por fuera’ de particular para ayudar en todo lo necesario, la prueba de ayer se superó con creces, con mucho cansancio, eso sí, pero plenos de satisfacción, aunque los pies los tuvieran que meter en remojo una horas.
El paso, que estrenaba el grupo escultórico, llevó tres cuadrillas de costaleros; la intendencia montada por la hermandad funcionó perfectamente, desde el avituallamiento normal de agua y algún caramelo -por cierto que los monaguillos repartieron piruletas con un envoltorio con los rostros de los titulares de la cofradía-, hasta alimentar a todo el que conformó la hermandad desde su salida: almuerzo, merienda y cena.
Tras la banda se situó una ambulancia por si acaso hacía falta y otro vehículo de la hermandad con todo lo necesario para repartir la vitualla. Hablando de la música, dadas las muchas horas de la cofradía en la calle, se decidieron por contratar dos formaciones. La primera vino de Jódar (Jaén). Unos 80 músicos que partieron a las seis de la mañana en autobús para recorrer 320 kilómetros hasta Jerez. Más tarde, en el centro, se incorporó la segunda banda, El Rosario de Cádiz que puso la nota de excelencia, como siempre, en la interpretación de marchas.
Las estampas más exclusivas que ofreció ayer esta cofradía fueron en el recorrido del camino de Espera; puro campo entre sembrados, ganado y gañanías; los lugareños que poco o nada sabían de la movida cofrade, se sorprendieron al ver, primero, el anormal tráfico que registraba la carretera desde primera horas; y después, observar atónitos el paso de la cofradía, algo impensable por aquellos lares.
Entre tanto, La Entrega llegaba al centro arrastrando tras el paso -desde la salida- a madres, padres, hermanas, hermanos, e incluso abuelos de nazarenos o costaleros -acompañantes bien pertrechados de mochilas o bolsos con viandas para ellos y su gente- para plantarse en San Juan de Letrán, el ecuador de la procesión. Tocaba volver con el mismo ritmo y fortalecido el ánimo, más avivado por la recepción que Jerez les hizo con homenajes en forma de palmas a todo el que pintaba algo en el cortejo.
Dejó atrás el centro urbano y entró en escena la otra cara de la moneda cofrade de las vísperas, la Hermandad de la Mortaja. Nazarenos de negro, silencio, severa música de capilla, rigurosa penitencia, un recorrido corto, un paso de enorme estética y sólo unos 70 nazarenos. Tal vez en este último dato se ve el lado negativo de esta hermandad ayer. Muy corta; parece que el efecto llamada tras dos años sin salir a la calle no ha tenido el impacto merecido en esta cofradía.
No obstante, la estética es preciosa. Una cofradía para disfrutarla en su caminar pausado, sin estridencias y ante la que el público se silenciaba o pedía silencio. Ayer, Jerez volvió a la Semana Santa de siempre, con mucha ganas de ver pasos y alternar en bares y terrazas, de compartir -los más jartibles- los dimes y diretes; el clásico despelleje que forma parte del ADN cofrade, en algunos más acentuados que en otros: sobre lo que se ha visto en las hermandades, o lo que tiene que llegar, la lluvia… ; algo similar cuando dos aficionados al fútbol enmiendan la plana a entrenadores y jugadores, pero en este caso, desmembrando todo detalle: caminar de los pasos, la flor elegida, la locura o valentía de venir hasta el centro, lo bien o mal que suena la banda, “este año viene flojita; se nota la pandemia”. Ante este regreso a la normalidad, ayer hubo motivos para alegrar las caras: los hosteleros, todo tipo de establecimiento que vendiera chuches o piquislavis insanos, y la gente: felicidad a tope. “¡Ya era hora, coño!”, sentenció alguno.