Como si no pasara el tiempo la Virgen del Dulce Nombre salía de la parroquia de San Lorenzo. La dolorosa se presentaba ante Sevilla y ante el Gran Poder, que observaba desde la basílica vecina, igual que fue vestida por primera vez después de que Antonio Castillo Lastrucci tallara su rostro. Aquello ocurrió en 1924, hace justo un siglo.
Ha sido una jornada de imágenes atípicas en la Hermandad del Dulce Nombre, conocida popularmente como La Bofetá. Sus titulares se han paseado por primera vez en varios años ante el sol de Sevilla. Un sol tímido, pero que no ha querido perderse algunos instantes de la jornada. Las puertas de la parroquia se abrían a las 17:15, como marcaba el horario oficial.
En primera fila y sin perder detalle estaban Charo y Guille, dos hermanas del barrio de Triana pero con una estrecha vinculación a la Hermandad de San Lorenzo. Son conscientes de que el año es especial y ellas son privilegiadas por el lugar desde el que lo van a ver. "Lo vivimos con mucha emoción. No sé cómo explicarlo", dicen casi al unísono.
Aunque lo habitual para pillar uno de estos sitios es tener que acudir algunas horas antes, lo cierto es que en La Bofetá es diferente. Desde hace algunos años, la corporación acota un espacio junto a la puerta de salida para aquellos hermanos de edad avanzada o movilidad reducida que no pueden permanecer mucho tiempo de pie. Pese a ello, ambas estaban allí sentadas una hora antes de que la cruz de guía se pusiera en la calle.
Es el segundo año que ambas solicitan este servicio de la Hermandad, pero no el segundo que ven la salida. De hecho, ninguna es capaz de concretar cuántas Semanas Santa han pasado en San Lorenzo esperando que se abran las puertas para disfrutar de un nuevo Martes Santo. "Muchísimos", responden. Sin embargo, muchísimo no es suficiente y Charo lo tiene claro. "Ningún año es igual".
Ellas mismas definen la hermandad como "muy familiar" y no es para menos. Llegaron al Dulce Nombre por sus maridos. Ahora, sin ellos, la tradición continúa. Hijos, nietos y sobrinos forman parte del cortejo que escolta el misterio de Jesús ante Anás. "Para mí la Hermandad es lo más grande".
El día en esta casa de Triana es diferente pese a la distancia que existe entre los dos barrios. Pese a ello, Charo asegura que no es raro que entre sus vecinos haya hermanos del Dulce Nombre, igual que ella. "Es un día con mucho estrés porque se visten allí y comen allí. Pero con mucho gusto. Disfruto muchísimo", confiesan.
Ahora para ambas la jornada termina pronto. Reconocen que no estarán presente en la entrada de la cofradía, algo que años anteriores sí podían disfrutar. En cualquier caso, agradecen a la Hermandad el gesto con estas decenas de asientos. "Sin esto no habríamos podidos venir porque ya no aguantamos tanto tiempo de pie y hay que estar dos horas antes para coger sitio".
En un pasado no muy lejano acudían mezcladas con el resto del público para ver la salida frente al único cristo sevillano que camina de espaldas. Una paradoja. Este martes, tras los pasos iniciales de los costaleros, han sido las primeras en poder verle la cara a una talla que cumplió su centenario el pasado año.
Jesús ante Anás y la Virgen del Dulce Nombre ya enfilan la calle Cardenal Spínola en busca de la Catedral de Sevilla. La Bofetá enseña su barrio en un casco histórico en el que cada vez sobreviven menos vecinos. Charo y Guille se levantan y emocionan con el andar de los pasos. El cristo, a diferencia del resto, les da la cara con su mirada perdida al marcharse. La Virgen anda de frente con su palio azul. Ellas han sido las primeras en ver la histórica estampa de 1924 reeditada un siglo después. El Dulce Nombre hace un homenaje a sus orígenes mientras las dos hermanas recuerdan una vida ligada a la Hermandad.