Los tópicos tuvieron sentido una vez, la primera. Una vez fueron verdad a estrenar y a fuerza de uso se gastaron.
Si alguien en la ciudad de Cádiz defiende que la Semana Santa es religiosidad popular, catolicismo de masas, espiritualidad pret a porter es porque una vez vio a Jesús Nazareno bajar la cuesta de Jabonería camino de San Juan de Dios.
Después de esa contemplación es imposible negar nada. Es el mayor ejemplo de conexión entre imagen y adoración que puede verse en la ciudad desde tiempos que vivieron los que ya no están.
En 2024, la condición tradicional de la escena quedó renovada por una salida absolutamente puntual que servía para cubrir con la melena negra de El Greñúo toda la noche grande, recortada por la cancelación de las salidas de Afligidos, El Perdón y la gran leyenda de la madrugada, Medinaceli desde Santa Cruz.
En esa situación parece más justificado que nunca que las mujeres del barrio, el más flamenco y el más cofrade, le gritaran "eres el mejor" o "es que no se puede aguantar", con voces tan fuertes como el viento de este final de marzo.
Si la primera bajada del cortejo morado es el mayor subidón de la Semana Santa local por lo común, más aún lo fue en una noche en la que iban a ser menos las ocasiones y las imágenes.
Además, los responsables del Nazareno anunciaban que el camino de regreso sería más corto, más rápido y tempranero por la omnipresente amenaza de chaparrón de este año. Finalmente, la cofradía buscó refugio nada más entrar en la Catedral. Hasta ahí llegó el atrevimiento.
Quizás por resultar previsible ese atropellado final, los primeros 50 metros de recorrido, hasta la histórica y recuperada Casa Lasquety, tuvieron una pausa mayor. O lo pareció. Durarían lo mismo que otros años pero como esta Semana Santa hay demasiados motivos para echar de menos, se disfrutó de más. Cada persona presente se detuvo en cada segundo.
En ese breve inicio, hasta tres veces se giraron el alcalde, Bruno García de León, y el pregonero de este año, Fernando Díaz, para contemplar el rostro del Nazareno en plano contrapicado, con el Convento de Santa María como elevado fondo de escenario.
Como ellos dos, cientos de personas disfrutaron cada instante, más valioso porque se saben escasos en una Semana de Pasión con una climatología tan difícil que cuesta encontrar el precedente.
El peso del Nazareno en el barrio, en la ciudad, queda claro en cada gesto, en cada foto, en cada piropo. Ni el hecho de que el Jueves Santo sea el día del amor fraterno impide el ajuste de cuentas de puertas adentro.
Por la mañana, todas las autoridades civiles acudieron a la entrega del bastón de mando municipal al Cristo de los pocos gitanos y los muchos payos que siempre habitaron Cádiz.
Si hubo perdón no llegó el olvido para el anterior alcalde, José María González, que decidió no escenificar durante ocho años un ritual que siempre se mantuvo inalterado: el poder civil, por un día, a los pies del divino.
La religiosidad disculpa mal esa separación, relativa, parcial, entre simbolismo y administración. Las cofradías, acostumbradas a mandar, sobrellevan difícilmente un mínimo distanciamiento, ese leve amago de laicismo light que intentaron ejercer unos pocos representantes administrativos entre 2015 y 2024.
El pueblo de la imaginaria Nazaret está a otras cosas, va por otro lado. Un colchón de móviles, a cada lado del estrecho pasillo descendente, amortigua el paso imponente del Nazareno y de la Virgen de los Dolores, ambos con Antonio Ramírez Durán como capataz.
Apenas una hora después, Jesús (sin más, así le llaman los vecinos y los que van a rezarle todo el año) y el palio ya están en la plaza turística y municipal, camino de una carrera oficial con pocos motivos para celebrar en otra noche de ausencias.
El Nazareno y su Madre son las dos únicas, dolorosas y efímeras, alegrías de la noche. Pero qué presencias. Pueden con todas las faltas. Sin su "melena al viento", que cantara el mito de la otra fiesta local, no iban a quedarse Santa María y todo Cádiz.
Bajo su pelo queda cubierta toda la noche grande y breve de la Semana Santa de Cádiz, reducida en dimensiones y con sensaciones que deben ser aprovechadas como nunca.