Las calles del histórico barrio de San Mateo, y que conducen a las puertas de la Iglesia del mismo nombre, están llenas de adolescentes de punta en blanco y familias con varios hijos vestidos para la ocasión, que, presurosos, aprietan el paso.
Son las cinco y cuarto aproximadamente de la tarde de este Martes Santo en Jerez, y quedan apenas treinta minutos para la hora fijada de la salida del Desconsuelo, del Señor de Las Penas, de la hermandad conocida popularmente como los Judíos, una de las citas imprescindibles de la Semana Santa jerezana.
Americanas, zapatos de tacón, peinados de peluquería y abrigos de marca se suceden alrededor de la plaza y en las calles aledañas, donde los más puntuales ya esperan a la salida. Rodeados por la multitud, los puestos y tenderetes de venta de chucherías también esperan, pero en su caso, lo hacen para ver si el tiempo da tregua y les permite hacer algunas ventas.
Agustina aguarda pacientemente a las puertas de la Casa de la Hermandad de los Judíos, en la plaza de San Mateo. Su marido es hermano "desde que nació", cuenta, "y ya va para 78 años, así que echa cuentas". Ella y su familia no faltan ningún año a esta salida procesional.
La Hermandad de los Judíos es una de las más señeras de la ciudad de Jerez. Fundada en 1712, es también la hermandad con mayor número de hermanos, algo que se pasa de generación en generación, de maridos a mujeres, de padres a hijas, de abuelos a nietos. Se trata de una tradición que siguen y perpetúan muchas familias de la ciudad, que pertenecen a esta agrupación. En ella se da una curiosa mezcla entre familias pudientes de Jerez y familias pertenecientes a la clase media y obrera. Eso puede notarse en esta tarde de martes, en las vestimentas y en las conversaciones que rondan la plaza. Nadie, por cierto, quiere mirar demasiado al cielo —luego vendrían los contratiempos, los refugios y la fallida estación de penitencia—.
Luce un cielo azul, de momento, lo que augura una salida sin mayor riesgo. Eso puede pensar alguien que llegue a la escena desde fuera, pero tanto en el interior de la Hermandad como en la plaza los comentarios sobre la meteorología se suceden. Esa parece ser la tónica de esta Semana Santa, que apenas está dando tregua a quienes salen a las calles en estos días, sean devotos o curiosos.
Los primeros llegaron sobre las cuatro de la tarde, pero hasta las cinco "no ha comenzado esto a llenarse de verdad", cuenta uno de los hermanos. Otra de ellas habla por WhatsApp con su hija, que está en Sevilla y a la que le entristece perderse la salida procesional. La chica acaba de salir de trabajar y ya no llega, pero pronto emprenderá el camino hasta Jerez, al menos para ver la recogida.
Como si la hubiera escuchado, en uno de los balcones de la Casa de la Hermandad otra de las asistentes expresa: "Como la Semana Santa de Jerez no hay ninguna". A apenas unos metros, en una azotea, un grupo de monjas aguardan a la salida. Varias realidades que se unen en una plaza donde confluye, parece, todo el abanico sociológico de Jerez.
Una salida procesional rodeada de tensión
A pocos metros del balcón donde luego se marcará una saeta memorable, Macarena de Jerez se prepara para su rezo cantado habitual al paso de Los Judíos. "Llevo más de 30 años cantándole cada año, salvo el pasado, que no pude por estar enferma, así que este año es especial", relata. Cuesta creerlo tratándose de algo que ha hecho cada año desde los 17, pero los nervios se traslucen en su rostro. "Aunque llueva, siempre le he cantado, aunque fuera dentro", recuerda. Emocionada, aguarda, como los demás, a que el clima se decida y el sol permanezca en el cielo.
Cerca de 800 penitentes salen con la procesión de esta hermandad que lleva por bandera el hito de fundar el Martes Santo en Jerez. Así lo cuenta uno de los hermanos con orgullo. "Esto no es tan sencillo. Es mucha gente y la decisión tiene mucho peso", expresa.
Mientras tanto, a las puertas de la Iglesia de San Mateo, la tensión se palpa a medida que se acerca la hora. Salen los primeros penitentes y el cielo comienza a nublarse, confirmándose, una vez más, la ley de Murphy, siempre presente en estos casos. Las primeras lágrimas comienzan a asomar por los rostros que están más cercanos a la entrada, especialmente por rostros infantiles que con ilusión esperaban poder acompañar a la procesión.
La salida procesional fue toda una prueba para los no creyentes, porque pareció de verdad una obra divina. Varias rachas de viento gélido y lluvia asolan de improviso a la multitud, que se refugia rápidamente bajo paraguas y chaquetas para resistir a los embates del tiempo. En unos quince o veinte minutos de tensión entre todos los asistentes, incluidos los hermanos, los penitentes y el capataz, se toma finalmente la decisión de salir, pese a que el tiempo no auguraba un buen pronóstico.
Justo cuando el paso acometía la salida, el sol asoma tímidamente por entre las nubes, bañando a la multitud a la vez que llegaban también muchas lágrimas, esta vez de felicidad. Incluso quien no sea amante de la Semana Santa no puede permanecer impasible al presenciar algo así.
Los alrededores del barrio de San Mateo, con sus calles de intramuros y un trazado que evoca otros tiempos, también contribuyen a la creación de esa atmósfera tan particular, que es la que hace que cada Semana Santa tantas personas visiten la región andaluza.
La emoción se palpa en el ambiente durante esta salida procesional, especialmente entre los más pequeños y los jóvenes, cuya gran afluencia sorprende, al menos, a quien llega de nuevas a un escenario como este. Podría decirse que más de la mitad de los asistentes en la plaza y en las calles de las inmediaciones ronda entre los 17 y 20 años, a simple vista.
Justo un grupo de chicas de esa edad aproximada se encuentran a la derecha de la puerta de la Casa de la Hermandad, cuando ya la procesión ha emprendido su camino y ha dejado atrás San Mateo. Una de ellas porta con orgullo la medalla, y al ser preguntada por la salida, expresa contundente: "Han sido tan solo unas gotas; sabíamos que iba a salir".
Una procesión que finalmente se vería truncada, cuando, por la lluvia, el Señor de Las Penas ha tenido que recogerse en la Iglesia de la Victoria, alrededor de las ocho de la tarde, mientras que la Virgen del Desconsuelo ha buscado cobijo en La Merced. Tras el impás, después de guarecerse, han vuelto juntos de regreso al corazón del barrio del Jerez medieval, donde tiene sede canónica esta castiza cofradía con tanto arraigo y devoción. Otro Martes Santo será.