25N, una antología poética y literaria contra la lacra de la violencia machista

15 autoras proponen diferentes textos en el Día Internacional contra la Violencia de Género: Rosario Troncoso, Vanessa Perondi, Carmen Sáiz, Sandra Sánchez, Raquel Lozano Calleja, Cecilia Gatica, Ascensión Marcelino Díaz, Anabel Flores, Rosa Freyre, M. Ángeles Arcos Herrera, Sol Pereda, Vanessa Belizón, María Dolores Almeida, Carmen Andrades y Cristina Ruiz Guerrero

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Varias Autoras

25N, una antología poética y literaria contra la lacra de la violencia machista. Ilustración de @henn_kim
25N, una antología poética y literaria contra la lacra de la violencia machista. Ilustración de @henn_kim

NO

Que me quieres. Siempre dices que me quieres. Y como no me tienes,  me quieres y me quieres. Que me quieres tener. Siempre dices que me quieres tener. Y como no quiero que me tengas no quieres que me tenga yo, ni que tenga nada. Y como yo no quiero nada tú me quitas todo. Porque yo sólo quería amarte sin querer tenerte ni que tú me tuvieras.

Rosario Troncoso / @rosariotroncosoautora


POEMA                                                                            

La espera. La señora cruel patrona de la incertidumbre.

La herida. La irremediable señora rebelde que duele. 

La amargura. Señora que carga historia y pesadumbre.

La Soledad. La que permanece en la piel, en el alma , en el cuerpo.

Angustia, pena, desazón, locura...todas ellas en una. 

En una pequeña y gran revolución.

Revolución que eres tú y que soy yo frente a él.

Derrumbando al castigo.

Combatiendo el dolor. 

Cecilia Gatica


25 AÑOS                                                                                              

Sabía que llegaría el día, mi último día y es éste.

Yazco en el suelo de mi casa, sobre una mancha inmensa de sangre, apenas puedo

respirar y escucho ruidos de sirenas, voces que no llego a identificar, soy consciente aún

de que mi tiempo se termina, ya falta menos, ya se acerca ese momento en el que pueda

cerrar los ojos y descansar, definitivamente.

Han sido veinticinco años de insultos, desprecios, golpes.., y he aguantado, sin saber el por

qué o no; por mis hijos, a los evité ver a su madre con lágrimas en los ojos, con moretones

en el cuerpo -me convertí en una especialista del maquillaje-, jamás una queja sobre su

padre, ese individuo al que ellos querían con locura: PAPÁ, PAPI, PAPAÍTO, una sola

palabra y ese monstruo, mi monstruo, se convertía en el más solícito y adorable progenitor.

Veinticinco años que los he vivido como veinticinco vidas sucesivas, a cada cual peor…, con

el miedo dentro del cuerpo, el alma pisoteada, las emociones dirigidas y convertida en una

marioneta movida por unos invisibles hilos que él sólo manejaba, a su antojo, con total

sutileza.

Alejada de mis amigos, compañeros y vecinos, mi vida se redujo a ocuparme de una casa

que irradiaba la luz de un tanatorio, con un único cuerpo: el mío, inerte, frío…

Me parece escuchar las voces de mis hijos, les habrán avisado, la policía, tal vez, los

vecinos, no sé, y tampoco me importa… Ya queda menos para que el MONSTRUO entre

por la puerta y vea su única derrota, sus golpes, sus miserias abandonarán mi existencia, mi

voluntad, por una vez, he tomado la iniciativa, y por unos instantes soy mi propio

MONSTRUO, me corto y lacero, haciendo que la sangre brote, poco a poco, a mí me

corresponde decidir mi final, aunque él haya hecho todo lo posible y más para hacer de mi

camino el más fácil.

Rosa Freyre


BODAS DE PLATA                                                                        

¿Sabes qué día es hoy? le pregunto mientras absorto en las noticias sorbe el caldo de verduras.

Me dedica una mirada beligerante que conozco bien y empatizo con las ratas que salen en el telediario ahora mismo mientras un científico relata que los roedores enjaulados se autogolpean contra los barrotes que desprenden descargas eléctricas para acostumbrarse al dolor.

No se inmuta cuando descorcho la botella de champán. Tampoco cuando me desnudo y se descubren los morados de mi piel.

Me pongo el vestido que he comprado para la ocasión y conforme he leído introduzco 10 gotitas en su copa.

Feliz aniversario, le digo sin esperar respuesta.

Raquel Lozano Calleja


LA ESPADA DE ATENEA                                                                 

Nunca la conocí. Mi padre se ocupó de que desapareciese. No se la tragó la tierra. Se la tragó él. Y así es como casi nadie recuerda a Metis, la primera esposa de Zeus, embarazada de mí cuando todo ocurrió. Cuenta la leyenda que nací ya mujer, guerrera, directamente de la cabeza de mi padre, abierta de un hachazo por uno de sus hijos, mi hermano Hefestos, para aliviar su terrible jaqueca. Yo, Atenea la inteligente, la prudente, la sabia, la de los ojos de lechuza, la virgen, solo tuve un progenitor.  De mi madre, dicen, saqué la capacidad de adelantarme a los hechos, de sopesar las circunstancias, de pensar en las consecuencias, de encontrar las causas. De niña me llamaban Palas. Durante mis primeros años de vida en Libia me bañaba en el lago Tritones. Pero la mitología me hizo mujer antes de serlo y tuve que adaptarme, amoldarme y transformarme para sobrevivir en un mundo de hombres. Supe defenderme y protegerme, y lo más importante: nunca me volví vulnerable como lo fueron las mujeres de mi padre. No conocí varón aunque tuve un hijo. Tuve que cuidarme para no caer bajo la violencia de mis hermanos aunque una vez, Hefestos casi lo logró. Fue su semen derramado sobre mis muslos en su torpe intento de forzarme lo que me hizo concebir más tarde a mi hijo Erictonio. A la diestra de mi padre aprendí mucho. Zeus confiaba plenamente en mí. Como en un hombre. Más que en mi hermano Ares. Hasta sus armas me eran confiadas. Entre varones, soy uno más. La guardiana del patriarcado. Pero nací del vientre de Metis. Nadie nace de la cabeza de nadie. Fue su sangre la que me alimentó durante los meses de gestación. La más masculina de las diosas. La excepción que no hace la regla. Hacer como si el placer, el deseo y las ganas de compartir mi vida no fueran conmigo. Tuve amigas, sacerdotisas dedicadas a mi culto. A Medusa la llevo grabada en mi escudo. En un mundo de hombres, son las mujeres quienes castigan a otras mujeres. Son ellas las encargadas de vigilar la decencia, la pudicia, lo sagrado pero ellos quienes hacen las preguntas: ¿Qué ropa llevabas? ¿Ibas maquillada? ¿Te insinuaste? ¿Fuiste sutil y diste entender que si cuando era no? ¿Dijiste no pero la mirada era que sí? ¿Qué esperamos del imaginario colectivo hecho de estereotipos y prejuicios? ¿Acaso no lapidan aún  a las mujeres por haber sido violadas estando casadas y por tanto, condenadas por adulterio? ¿Acaso no acaba a veces  la propia familia con la vida de sus vírgenes ultrajadas porque han manchado el honor de sus hombres? Como las gotas de sangre que caen de las cabezas cercenadas de tantas Medusas, aún pervive la creencia de que nosotras nos lo buscamos. ¿Es vuestra sociedad del siglo XXI una sociedad de iguales? ¿Han desaparecido las antiguas subordinaciones? Recuerda. La violencia es una espada, un veneno mortal que destila mentiras y embustes, un campo minado de silencios, la saliva que no cae, una mano que hurga en el bajo vientre, un pie quebrado en la oscuridad de la gruta doméstica, un agujero sin  aire que viaja en el sueño y engulle la luz.

Ascensión Marcelino Díaz


MALTRATO                                                                                                                                               

Sabes que la vida no son rosas

y que a veces, te parece bonito

el color rojo que mana de la herida que provocan sus espinas…

Pero,

ese rojo intenso que tú aceptas

a cambio de ti misma,

ten en cuenta

                que al final

                          es un Mal Trato. 

Sandra Sánchez


TODA QUIETA                                                                                              

Conciencia perversa que llama

e infringe la luz del romance.

El nombre del vacío se quiebra, 

se gira imdemne, toda quieta.   

No basta con el pensamiento,

que avergüenza y llega tarde,

que alcanza la sangre que pinta.

Ahogada en rojo, toda quieta.

El llanto en su forma intacta,

consuela el dolor anterior,

advierte el duelo que viene,

y en sus manos idas, toda quieta.

Y en su vientre, trazas perladas

que viven sin brillo escondidas

importunando la calma.

Toda quieta, sus manos callan.

La ficción ilusoria asoma,

se cimbrea muda ante el espejo 

transformando la pureza.

Y en sus manos, aún más quieta.

No hay sentencia sin dolor,

no hay delirio sin consuelo,

ni alborotos que conmuevan.

En sus manos cansadas, tiembla. 

El reflejo araña la ausencia,

arqueada y callada, sin miedo,

excusas del amor que ciega.

Toda quieta, cansada, vuela.

Anabel Flores


EL VIAJE DE LA VIDA                                                                                  

Si tuviéramos bien definidas nuestras herramientas para funcionar en grupo o en

pareja no estaríamos hablando del 25 N.

¿Quién sabe cómo llegar por primera vez a una relación, o por segunda, o tercera… y

ha salido indemne? Todos venimos con una maleta llena de experiencias, la mayoría

ajenas, que deberíamos poner en cuarentena. Que si el primer amor en el instituto,

que si no te hace caso dale celos,- me decían las amigas… que si ha estado con otros

chicos es una cualquiera –decían algunas chicas y chicos.

Tenemos que abandonar las maletas que nos inciten a:

Dar gritos a las personas que amamos creyendo que así tenemos más razón.

Celar a la pareja como signo de amor.

Imponer el control a través de amenazas sutiles o violentas por temor a perderla…

En cualquier relación hay que tener muy claro que los golpes no enseñan, el dolor no

es amor, vejar aleja a las personas, el sexo no es la solución a los problemas.

Erradicar la violencia en la diversidad de parejas empieza desde un trato humano

donde existe un intercambio recíproco; donde la rutina puede ser un medio donde

poder crecer y buscar nuevas alternativas de aprendizaje; donde existe libertad

consensuada para poder seguir creciendo como persona; donde el respeto mutuo, el

cariño diario, el diálogo, el equivocarse y pedir disculpas, hacer planes, tareas,

plantearse nuevos objetivos… son cosa de dos y donde se está en absoluta disposición

a dejar trapos viejos en la puerta para poder empezar de nuevo, sabiéndose

equivocado y por ello dispuesto a romper esquemas antiguos que no funcionan.

Todo suena muy bonito desde fuera, ¿verdad? Pero ¿y cómo conseguimos ese estado

nuevo? Desde luego, saltar de pareja en pareja no es la solución si no buscas un

espacio para la reflexión donde plantearse qué es lo que de verdad se busca y qué se

puede aportar.   No sólo consiste en saber qué es lo que no se quiere.   También consiste

en saber qué es lo que sí se quiere y estar dispuesto a mejorar.  Consiste en no

engañar a la persona que tienes al lado con ambigüedades.  Consiste en ser constante

en el cariño diario, que no se dé por sentado que si se está al lado de una persona es

porque se la quiere, no.   En incontables fracasos se descubre que se está porque no se

sabe lo que se quiere, por no perder cierta estabilidad económica, por temor a perder

un estatus, por miedo a empezar de cero y un largo etcétera que hacen que la pareja

muera de abandono propio y ajeno.

Comencemos por no amamantar patrones antiguos que pervierten el lenguaje y las

acciones.   Por desechar las trampas mentales que nos mantienen prisioneros en

nuestros antiguos hábitos.  Creemos una versión mejorada de cada uno de nosotros y

dejemos atrás el amor romántico que no ha hecho sino perpetuar en la sociedad un

eslabón roto de óxido que hay que reemplazar.

Sol Pereda


SIN MIRAS ATRÁS                                                                                     

Tomé asiento en una mesa que quedaba libre en la cafetería. Recuerdo a una pareja y a dos chicas charlando animadamente mientras desayunaban en aquella mañana de verano. Era la primera vez que me atrevía a salir sola de casa y a pedir del mismo modo un café. Las lágrimas rodaron por mis mejillas mientras bajaba la cabeza para disimular la tristeza. El primero duele, el segundo ya lo hace menos.

Dos maletas azules de diminutas ruedas y una bolsa estampada de cuadros rojos me acompañaron en el viaje mas duro de mi vida, el que ponía rumbo a mi rescate. Se cerraron los ojos en la espalda,acabaron las lloreras hasta quedarme dormida, se secaron las espinas eternas.

Yo no vine a un duelo al amanecer, yo sólo quería amar y ser amada dentro de un hogar con cojines de colores en el sofá y plantas en la terraza.

Mi autoestima, mi amor propio y mis sonrisas se quedaron colgadas y descoloridas en el tendedero de la cocina, donde incluso tendí a la nostalgia tantas veces, buscando el sol en las noches, ilusa e inerte. 

 Lloví hasta la extenuación de mi alma.  Temblar era tan natural casi como respirar. Tanto dolor sin arrepentimiento, me hizo despertar de esa  pesadilla. 

Rompí los cuentos de finales finales con los que crecí y volví a escribir mi propia historia. Sin lánguidas princesas ni dragones feroces, sin trajes de novia ni fotos cortadas por la mitad, con guerreras valientes luchadoras que brillan porque saben que lo merecen y que nacieron para alumbrar vida, apoyarse entre ellas y no para morir a manos de la cobardía.

M. Ángeles Arcos Herrera


MUJERES                                                                                           

Puedo hacerme un vestido con las brasas,

el fuego no me aterra,

vengo de las hogueras donde ardimos.

Ni las serpientes pérfidas me asustan,

somos hijas reptantes de su estirpe.

Así nos los contaron,

desde el rupestre atril de los bisontes.

Mírenme, es mi flor la represalia,

no traigo mi ofensiva en ataúdes.

Sepan todos

-escrito está en las lápidas-

que no prende ya lo ardido

pero pasen y vean, no hallarán

cenizas en mis ojos, sino un bosque

que avanza con la luz sobre las ascuas. 

M. Carmen Sáiz Neupaver


LO ÚNICO HERMOSO QUE EXISTE 

He debido caer de nuevo, estoy sujeta por dos cuerdas que me atan y se clavan en mis muñecas.  Nadie me retiene, no me siento prisionera, ni aislada, ni siquiera olvidada y no hay nada que me haga que querer abandonar este lugar. 

Cierro los ojos, los abro, una sombra que se proyecta en la pared me observa, siempre está ahí, su pasividad es la misma con la que yo actúo al observarla.  No siento nada, no sé si existo, o si soy una corriente de energía que se niega a evaporarse por un sumidero.  Alguien espera y no soy yo, tal vez la silueta negra que se dibuja en la pared si aguarde a que algo suceda. La piel del cuerpo postrado, empieza a erizarse, cambia de color, se agrieta. 

De los ojos emanan lágrimas que hacen sedientos a unos labios enmudecidos.  Las uñas arañan el suelo y la espalda y piernas desnudas, sienten el gélido frío.  Un dolor punzante martillea la cabeza, que ahora lucha por no recuperar la consciencia.  El sudor que emana de la frente, se mezcla con la sangre de una fisura que quiere sentirse herida y a la cual, acompaño en su recorrido hasta llegar a los senos y al hinchado vientre. Los huesos de la cadera se ensanchan, desconozco que va a suceder, el cerebro vuelve a funcionar.  El ser oscuro ha desaparecido, algo comienza a devorarme, a destruirme. La vida o la muerte me esperan, no puedo evitar hecho tan terrible. Lo que ha de llegar después del fin, también es doloroso.  Aquel que albergue esperanza, estará en posesión de lo único hermoso que existe.

Vanessa Belizón


TENGO UN ENEMIGO CONSENTIDO                                   

Tengo un enemigo consentido

que diseña mis horarios

y marca los caminos 

por los que he de caminar según sus pasos.

Dicta mis cartas

comprime mis sonrisas

dirige mis miradas

repasa cada día mi vestuario

y oscurece mis sueños y mis noches.

Padezco a sus amigos

sufro a sus gatos, 

soporto sus deportes,

no hago la compra sola,

no trabajo.

Soy su cuerpo, su mente, su caricia,

su obsesión, su locura, vivo en su frente

y él vive en mi afán desesperado

de liberar las cadenas y ser libre.

Pero cada noche duermo con el señor huraño

que vigila mi sueño,

que encierra mi libertad en su cabeza 

y encaja los candados y echa los cerrojos

y arroja las llaves sobre la boca abierta

del dragón que vigila la puerta de su miedo.

Vivo en la mente de un loco

que me mantiene activa con su alquimia

y para hacerme vivir en su locura 

me muere lentamente, poco a poco cada día.

María Dolores Almeida


ERES EL HOMBRE DE MI VIDA                                                                             

Yo fui para ti… una comedia más. Tu para mí una película de terror en vivo. ¿Aún te sigue pareciendo tan divertida esa foto que me hiciste llorando?.

Lástima que no me provoque risa ni me excite el dolor ajeno…, podría haberte entendido como te entiendo ahora. MIMEN, eso sí me produce carcajadas. ARM, eso me divierte más… 

Dime cómo llamar al placer de sentir estrechar un cuello, …que quiero reírme. Tú, sadiano orgulloso. Levanta hoy la pancarta, que quiero teatro de lo absurdo. 

Dime, ¿Se te hundió el pecho cuando tiraste el corazón de cerdo por el puente? Dime cómo se siente ese vacío que deja no tenerlo dentro, y sólo poder secuestrar ajenos, sabiendo que tarde o temprano escaparán. 

Tu rostro por fin se distorsiona cuando te recuerdo arrastrándome desde el baño por el pasillo.

Recuerdo el antes. El durante. Y el después. Pero ya no duele ni enfada, …me ayudó a Verte.

Corté los hilos rojos de tu locura y ahora me echo la colonia que me da la gana. Ahora opino, canto, río, lloro, bailo, pienso, salto, beso y abrazo como me da la gana.

Tú, ladrón sin banco. Borracho ahogado en agua. Putero sin puta. Hijo sano del Patriarcado con disfraz de sensible y moderno. Viniste a mi vida a destrozar una escultura ya tallada para tallarla a tu forma. Se te olvidó que estoy tan viva como tu tan muerto. Me robaste la sonrisa y ni aún así dejaste de ser un triste. 

Tú envidias el olor de la rosa. Yo tengo la semilla. “Mi niña salvaje” me decías…, y me intentaste domesticar. Pero cariño mío…, los animales salvajes morirán salvajes. Aunque los monten un tiempo. 

Duerme tranquilo, que las de tu especie dormitan en invierno. Pero recuerda que cuando el sol caliente lo suficiente para quemar la piel, la culebra bastarda volverá a saludarte sobre la higuera de tu ventana. ¿Ya le has puesto nombre?, ¿o sigues huyendo de tu espejo? Bajo la tierra se gestan tus hijas. 

Así, que ahora que te Veo, te he enterrado entre los violadores y los violentos. Espero, que allá, con los tuyos, estés feliz. Yo me quedo conmigo. Tranquila. Tranquila con tu voz olvidada y la mía como único dictador. 

Ahora, por fin, solo eres una fea pesadilla que se quedó en el recuerdo. En blanco y negro. Sin olor. Sin sensaciones. Sin ruido. Sin ruido. Porque eso eres tú. Ruido. Solo ruido. Una tele antigua sin sintonizar. 

Carmen Andrades


UN PAR                                                                                          

No soy capaz de encontrarlos. Llevo toda la mañana buscándolos y no aparecen. He mirado en todos los cajones. ¿En todos? Y ¿en los del mueble auxiliar del salón? Pero ¿qué van a hacer allí unos calcetines? Perdona -me digo haciendo aspavientos- no son unos calcetines cualquiera. Son los de color verde inglés, con rombos de hilo de color plata. Sus preferidos, digo en voz alta interrumpida por la melodía de mi Samsung Galaxy33.

Y el reportaje, ¿cómo va? Me dice mi amigo y editor, al otro lado del teléfono. 

Está casi a punto, respondo con evasivas, mientras no dejo de moverme compulsivamente por la casa como un perro de presa buscando dos absurdos trozos de tela que cubren los pies.

Bueno, no te retrases. Eres muy buena, pero debes ser más cuidadosa con los plazos, con la extensión, con tus fuentes, y con tus…. Ahí estaba, el insultantemente joven editor soltándome un discurso paternalista sobre cómo hacer mi trabajo. A una profesional que, con más de 20 años de carrera y con la cabeza puesta en encontrar unos calcetines, se había convertido en un momento en una novata que acaba de salir de la facultad. Con la misma inseguridad de entonces. Con la eterna pregunta de si era buena en su trabajo.

¡Ah! ¿Puede ser que se hayan quedado en la lavadora? Sería un alivio y a la vez, una pesadilla. No van a estar secos para mañana con estas lluvias. Y a este paso, ni el almuerzo hecho, ni nada recogido, ni reportaje terminado. Pero si teletrabajas y tienes flexibilidad horaria, ¿qué más quieres? Lo tuyo es un chollo amiga, me escupen los miembros de la familia de opinadores que me ha tocado. Te da tiempo de tener toda la casa organizada y dedicar un rato a tus tonterías de meditación y frikadas varias.

¡Tampoco aquí!, resoplo tras comprobar la lavadora. Olvídalos. Invéntate una excusa. No es tan difícil. Y menos para ti. Vale, lo tuyo es el periodismo pero, venga, admitámoslo. A veces, un poco novelado. Una pizca. Que la realidad no te estropee un titular o, la historia entera, incluso. No, no, no. Es un tópico que siempre nos arrojan a los periodistas a la cara. Hay que ser honestos. Pues eso. Voy a ser honesta: cariño, no encuentro tus calcetines preferidos. Sí, ya lo sé. Soy un desastre. La comida no está hecha, la casa no está recogida y mi editor me mata porque, en menos de 24 horas, tengo que entregar un reportaje que sólo tengo planteado. No he pasado del segundo párrafo. 

Le voy a decir eso. Lo comprenderá. Será indulgente conmigo. Es que…no llego, sobre todo, desde que paso tanto tiempo encerrada en casa. Echo de menos ir a la oficina, pero claro, tras la pandemia, teletrabajar es más cómodo. Y más barato. Eso argumenta él continuamente. Y bueno, ahora que he reducido mi jornada, no viene mal ahorrar costes. Ya ni me acuerdo de ir a desayunar con mis compañeros o salir a cenar con mis amigas. Ahora, casa-despacho por la mañana y sofá, peli y palomitas, por la noche. La rutina del amor convencional. No está mal. Nada mal. De hecho, no me atrevo a quejarme en mis circunstancias. Cuántas conocidas tengo que envidiarían mi situación. Un marido perfecto con un puesto directivo, un trabajo a media jornada para satisfacer mi ego profesional, una casa de diseño con muebles auxiliares que, sinceramente, no sé para qué sirven y un viaje al año que siempre elige él. Es que él está más capacitado y así me sorprende siempre. Claro. Como cuando de pequeña y mi padre me traía un regalo tras volver de un viaje de trabajo. Igual. Ya se me ha ido otra vez la cabeza.

Escucho las llaves. Me dirijo rápidamente a la cocina, cojo las primeras verduras que encuentro, una tabla de cortar y un cuchillo, como la que tranquilamente se dispone a preparar un menú de un gastrobar de diseño, de esos que tienen platos de pizarra y porciones pequeñísimas y deconstruidas. Y yo, que debería estar sentada escribiendo sin descanso, hago el papel de perfecta ama de casa mientras mi admirado marido entra con un gesto que no consigo adivinar. ¿Está enfadado, preocupado o cansado? Pues verás cuando le diga que sus calcetines verde inglés con rombos de hilos de plata han desaparecido y que mañana no se los va a poder poner para la reunión tan importante que tiene con un posible nuevo inversor.

¿No vienes a darme un beso? Claro, cariño y al dirigirme hacia él, la punta del cuchillo se me clava en el dedo haciéndome un pequeño corte. Me chupo la yema de manera instintiva y cuando me acerco a besarle, despectivamente, me aparta. ¿Cómo pretendes besarme con los labios manchados de sangre? ¿Es que eres boba? Es verdad. No había pensado en que, desde la pandemia, se había vuelto especialmente maniático de la limpieza. Más aún. Yo es que ya casi no salía, pero ahora había que hacer un ritual cada vez que volvíamos de la calle, amén de que la conjunción de fluidos ahora se había vuelto de lo más aséptica.

¡Mira que eres torpe!, me dijo mientras que yo intentaba parar la escandalosa sangre que salía por un simple corte. Si es que no te puedo dejar sola. Anda ven, pero no me vayas a manchar el traje nuevo. ¿Nuevo? Me pregunté intentando verlo.

¿Es que no te interesa cómo me ha ido hoy? Y al sentarse en su butacón y doblar las piernas como un flamante ganador de una partida de póker, vi los malditos calcetines. Pero… ¿no era mañana la reunión con el inversor? pregunté con la voz temblorosa. De verdad, Alicia. ¡No te enteras de nada! Venía cansado pero contento y llego a casa y te encuentro cocinando no sé que modernidad de las tuyas que me dejan hambriento, quejándote como una niña pequeña por un poco de sangre con la que casi me manchas y cara de imbécil porque no te has dado cuenta de que hoy es jueves y no miércoles. 

 Y allí quieta como un pasmarote, me miré de arriba abajo para ver lo imbécil que había sido todo este tiempo. No, me dije. Tú no eres la imbécil. Él es el narcisista maltratador. Don Perfecto era ahora Don Nadie. Dudé entonces si darme la vuelta y caminar por el pasillo hacia el cuarto de baño en busca de una tirita que tapara la imperceptible herida de la que aún brotaban gotas de sangre. Pero no. Ahora sí me chupé el dedo con orgullo, desafiando su desprecio anterior, cogí mi bolso y me dirigí hacia la puerta. 

Y ahora, ¿dónde te crees que vas? Mañana volveré a por mis cosas, le contesté. Y cerré un portazo.

Vanessa Perondi


LA FRASE MALDITA                                                                   

¡Eres un maltratador!

Sí, ahora ⎯por fin⎯ puedo gritarla a todos sin que me demandes por injurias y

calumnias. Reconociste el monstruo que eres delante de un juez, una fiscal y dos

abogados: el tuyo y la mía. Es cierto que ibas bien aleccionado por ese picapleitos

que, en su momento, se negó a defenderte de oficio. Pero tu madre ⎯tu pobre

madre a la que también maltratas⎯ lo compró para que te ayudase a salir de la

cárcel. Fue ella la que tuvo también que depositar en el juzgado los 380 euros que,

en este país, cuesta darle una paliza a una mujer. Y, con todo eso, fuiste condenado

a nueve y seis meses de prisión por delito de lesiones y quebrantamiento de orden

de alejamiento respectivamente. Pero claro, como no tienes antecedentes penales,

a la puta calle. Eso sí, con la pulserita en el tobillo, para mayor descanso y

seguridad mía.

O sea que, de pura chiripa, estás en libertad condicional. No puedes acercarte a mí

a menos de 200 metros; no puedes ponerte en contacto conmigo ni directamente

ni a través de terceras personas; ni ⎯por supuesto⎯ de forma telemática ni a

través de redes sociales; tampoco puedes ir por los lugares que yo frecuento.

Debes someterte a una terapia de no sé qué donde te dirán que has sido un mal

chico y que no debes volver a hacerlo. Y lo más importante: durante un período de

dos años no puedes cometer ningún otro tipo de delito porque, entonces, volverías

al trullo. Yo, atea, rezo todos los días para seas lo inconsciente que siempre has

sido y aplastes a una mosca para que te encierren de nuevo.

Aunque no va a ser una mosca, precisamente, lo que vas a aplastar. Eres un

soberbio y un prepotente ⎯como todos los psicópatas narcisistas⎯ y, una vez que

se te haya pasado el miedo al horror que debes haber vivido durante los tres meses

de prisión preventiva, vas a meter la pata con el primero que se te ponga por

delante. En cuanto alguien te niegue el saludo, o cuando no te dejen entrar en un

bar en el que me conocen y saben lo ocurrido o, quizás, en el momento en el que

alguien se atreva a decirte que no te acerques y pronuncie la frase maldita…

Eres un hombre violento y no vas a poder evitar que, en uno de tus ataques de ira

⎯y más aún cuando vayas hasta arriba de las sustancias que consumes⎯, le des

una hostia a alguien. ¡Ojalá sea pronto!

Recuerdo el juzgado, cuando estaba en esa sala aislada en donde nos resguardan a

las víctimas de violencia de género acompañada por mi hermana, mi abogada y la

trabajadora social y psicóloga del SAVA. Ellas se horrorizaron al conocer que salías

en libertad condicional. Todas se atropellaron en darme consejos: clases de

defensa personal, sprays de pimienta, unas vacaciones fuera de la ciudad. En mitad

de su nerviosismo, yo sonreía. Mi serenidad las dejó un tanto atónitas. No te

conocen. Yo sí. Fueron seis años y medio de calvario a tu lado. Por eso sabía que

estaban confundidas. Tú no ibas a volver a acercarte a mí físicamente. No tienes

cojones para hacerlo. Tu venganza sería de otro tipo.

Y, en efecto, no me equivocaba. En menos de un mes en libertad ya has intentado

ponerte en contacto con todos nuestros amigos y conocidos. El 99% te ha mandado

a la mierda y, a continuación, te han bloqueado ⎯incluidas algunas chicas a las

que, en tu desesperación, has tenido la desfachatez de tirarle los tejos⎯ y te han

dejado claro que no quieren saber nada más de ti.

Sí, porque tú no te has cortado. No te has quedado en casa metido debajo de la

cama para que nadie te vea y reflexionando sobre la atrocidad que hiciste. La

misma noche que quedaste libre ya te dedicaste, a altas horas de la madrugada, a

acosar a la gente para intentar limpiar tu imagen. ¿Qué imagen? Si antes de que

sucediese todo aquello ya había personas que se cambiaban de acera para no

cruzarse contigo… Si los pocos que te dedicaban unas palabras era gracias a mi

compañía…

Pues, aun así, has seguido pico y pala durante un mes, sin dejar de insultarme con

ese 1% que todavía es capaz de mirarte a la cara. Llamándome puta, loca,

borracha… Sí, todos esos típicos insultos que, un maltratador de manual como tú,

utiliza contra sus víctimas.

También has ido diciendo que te han absuelto. Menos mal que a los pobres

ingenuos a los que me he encontrado, les he podido enseñar la sentencia.

E incluso has llegado a inventarte que la pulsera la has pedido tú, de forma

voluntaria, para que sea yo la que no pueda acercarme a ti. Que digo yo que hay

que ser muy tonto para que alguien se crea esas patrañas pero, ante la duda, lo

deberían buscar en Google para curarse en salud y llevarse la sorpresa de que, para

variar, mientes una vez más como lo has hecho siempre.

Pero bueno, dentro de ese 1%, habrá quienes haya confiado en ti ⎯apañados

van⎯ y piensen que la víctima eres tú y que, para colmo, te has comido tres meses

de cárcel por mi culpa ya que, entre otras cosas, también te has inventado que yo

me autolesioné.

Creo que tu mente de psicópata, mezclada con los estupefacientes que tomas a

diario, no es aún consciente de lo que ocurrió esa noche.

De que me secuestraste en tu casa durante más de cuatro horas. Que me pegaste

bofetadas, puñetazos, patadas, bocados, cabezazos, empujones. Que me metiste un

calcetín en la boca para que no gritara. Que me intentaste meter un bolígrafo por el

ano. Y que sigo viva porque un vecino llamó a la policía. Si no, lógicamente,

hubieras terminado matándome.

Como consecuencia de todo ello, dos partes de lesiones: traumatismos por todo el

cuerpo, un derrame ocular y tres costillas rotas.

Nada de eso eres capaz de contar a la minoría que todavía te escucha. Porque no

eres hombre. Ni para eso ni para nada. ¡Eres un maltratador!

Mi psicóloga dice que no debería importarme si alguien te cree o no ⎯incluido tú

mismo, quien eres el primero que se retroalimenta de sus propias mentiras⎯

porque te debe consumir la rabia por el hecho de no tenerme bajo control. De

saber que, mientras tú te pudrías en la cárcel, yo he pasado uno de los mejores

veranos de mi vida. De que tengo un montón de amigos que me quieren, me

apoyan y me respetan. De que he empezado una historia de amor con un hombre

maravilloso.

Sí, porque todo eso ya lo sabes. Igual que tú hablas, a ti te han hablado. Y deben

llevarte los demonios al comprobar que has perdido y que vas a seguir perdiendo.

Estás en el lugar que te mereces y dudo mucho que, según tu carácter, esto te lleve

a otro mejor. A ti ni nada ni nadie te va a hacer cambiar y, por ello, el resto de tu

vida va a ser un infierno. El infierno que tú mismo te has construido.

Porque la frase maldita a la que me refiero no es: ¡Eres un maltratador!

La frase maldita y, la que más te puede doler, es el que yo pueda afirmar: ¡Me he

librado de ti y soy feliz!

M. Palma Medina


CALLEJÓN FRESA                                                                          

Regresas sola y alegre, con la euforia

de los primeros jazmines que perfuman 

las calles sonámbulas. Se apagan 

las voces roncas de los últimos bares.

Las aceras sonríen al ritmo ajustado

de tus vaqueros negros, tu larga melena 

despeina las farolas que, por ti, traicionan su luz.

No oyes tus pasos leves; no escuchas otros 

pasos de huellas turbias, apremiantes, implacables

como ojos sajados sin conciencia,

hollando tu sombra.

En el callejón, buscas la llave en tu bolso. 

La luna, sobre las azoteas, le arranca resplandores 

de hielo.

Y la 

no

      che

                se desgrana

ácida y amarga, en el llanto sin pétalos de los geranios,

y el grito lacera la penumbra atroz

de los portales humillados para siempre. 

Cristina Ruiz Guerrero

Sobre el autor:

Varias Autoras

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