Una noche de desvelo, Pilar del Río (Granada, 1950) se acercó al ordenador de su marido José Saramago, fallecido en 2010, y encontró una carpeta con el diario del escritor portugués de 1998, año en el que se convirtió en el primer escritor de habla portuguesa en obtener un Nobel. Ese diario se ha convertido en El cuaderno del año del Nobel, publicado por Alfaguara, donde el portugués reflexiona sobre lo humano y lo divino, lo analógico y lo editorial, la vida y la muerte, el neoliberalismo e incluso sobre la asignatura pendiente que tiene España con la memoria histórica de Lorca y todos los represaliados franquistas.
Casada con Saramago en 1988, dos años después de conocerse en Lisboa, odia que se refieran a ella como “la viuda” y lo hace notar antes de comenzar la entrevista. Llega acompañada de la directora del Centro de Estudios Andaluces (CEA), su amiga Mercedes de Pablo, a la que conoció cuando ambas trabajaban de periodistas en los tiempos de la Transición y la conquista de la autonomía andaluza, Pilar en TVE y Mercedes en la SER.
Pilar del Río llega con aire y porte de musa y una maleta por embarcar en cuanto termine nuestra conversación. Se pide un descafeinado de máquina sin leche, sin tostada de acompañamiento, y afirma que ha soñado que perdía el avión a Lisboa donde este fin de semana ha participado, junto a mujeres del Bloco de Esquerda, en un acto público de apoyo a Brasil tras la victoria del ultraderechista Bolsonaro. En Lisboa le espera también la tarea de difundir la Carta Universal de los Deberes y Obligaciones de las Personas, entregada en Naciones Unidas, con la que la Fundación José Saramago espera que sirva para que la democracia se asiente sobre el civismo y no sobre el odio al diferente.
¿Cómo comienza vuestra historia de amor?
Por casualidad, como todas las cosas importantes en la vida. Incluida la Revolución de los Claveles fue por casualidad. La relación empezó en Sevilla pero el encuentro fue en Lisboa. En la librería Repiso vi Memorial del convento, lo leí y me encantó. Volví a por todos los libros que hubiese de ese señor y sólo les quedaba El año de la muerte de Ricardo Reis. A raíz de este último libro, me fui a Lisboa a recorrer la ciudad y se me ocurrió llamar a José. Quedamos un día, tomamos un café y poco tiempo después recibí una carta en Sevilla que decía que quería venir a verme.
¿Te enamoraste de él a través de su literatura?
A mí me gustó muchísimo. Me parecía que no sabía qué iba a hacer el resto de mi vida cuando me terminara ese libro.
¿Cómo fue lo de parar los relojes a las 4?
Fue muy romántico. Yo no podía dormir con el tic-tac de los relojes. Entonces, todas las noches cogía los relojes, que había unos cuantos, y los llevaba a un balcón. Un día me dijo: “Ya no vas a oír más el tic-tac, he tenido una idea”. La idea fue que los paró a las 4 de la tarde, que fue la hora en la que nos conocimos en Lisboa en 1986.
¿Siguen los relojes parados a las 4?
Ni Dios se atrevería a tocar esos relojes a los que José puso la hora.
¿Cómo era el Saramago más íntimo?
Y a ti qué te importa (risas).
¿Qué sentiste cuando encontraste los cuadernos en el disco duro del ordenador de Saramago?
Primero fue una sorpresa, no me lo podía creer, la estupefacción. Eran las dos de la madrugada. Llegó un momento que sentí hasta miedo. Estaba sentada en la misma mesa de José, con la misma luz, en el mismo sitio, en el mismo ordenador y de repente estaba leyendo cosas de hace 20 años, escritas por él, que permanecían allí después de dos décadas. Fue una sensación muy fuerte.
¿Queda algo más en el ordenador de Saramago?
No, no queda más nada. Eso tampoco debía de quedar si hubiéramos sido profesionales y responsables.
¿Cómo le contarías a un joven millenial quién fue Saramago y cuál fue su pensamiento?
Saramago es un autor con un pensamiento absolutamente contemporáneo, honesto, lúcido, que no tiene ninguna resignación y es desinhibido. José decía que a la Declaración Universal de los Derechos Humanos le faltaba el derecho a la disidencia. José es un disidente, un rebelde, un revolucionario. Y los millenials se tienen que encontrar ahí y decir: “Este mundo no está hecho para nosotros”.
Saramago afirmaba que “pensamiento único” era un oxímoron.
(Risas) Es verdad. También decía que estábamos pasando peligrosamente del pensamiento único al pensamiento cero.
También sostenía que era mejor callar cuando no se tenía nada que decir, ¿a quién calló Saramago?
Se calló él durante veintitantos años porque pensó que no tenía nada que decir. Escribió dos libros. El primero fue publicado y el segundo ni le respondieron. Bien es verdad que no le respondieron pero tampoco lo destruyeron. Era Claraboya, que ha sido publicado después de su muerte.
¿Cuánto había del niño pobre en el Saramago adulto?
Él decía que todo le había costado en la vida el doble, como a las mujeres y a los negros. En una sociedad pequeña, en una dictadura, él no había pasado por la universidad, no formaba parte de las élites, tuvo dificultades para ser admitido en el mundo literario. No pertenecía a ninguna familia ni a ningún grupo intelectual. Era un pobre, un desarraigado. José Saramago tenía un enorme sentido de clase.
Sufrió el veto del Gobierno portugués en 1991 con ‘El evangelio según Jesucristo’, ¿fue ese el detonante que le empuja a marcharse de su país y venir a vivir a España?
No fue un veto, decir que aquello fue un veto es darle una consideración al Gobierno que no se merece. Sufrió un ataque absurdo, estúpido, por parte del Gobierno y José se moría de la vergüenza y no quiso compartir espacios con aquel Gobierno.
¿Qué relación tenía con su país?
Toda, con los lectores portugueses. Dudo que sea posible encontrar una casa en Portugal que no tenga un libro de Saramago. Con los lectores toda, no así con determinados sectores del poder político y de algunos servideros del poder económico instalados en los medios de comunicación. José era un hombre que procedía de otra clase social y de la militancia comunista.
¿Se murió siendo comunista?
Murió siendo militante del Partido Comunista Portugués. Era un humanista y eso fue lo que le hizo militar en el Partido Comunista.
Como española, ¿no le da cierta envidia la Revolución de los Claveles comparada con la Transición?
Es que cuando estábamos aquí en la Transición no teníamos mucho tiempo para pensar. Teníamos toda la pena del universo con lo que pasó en Chile y admiración con lo de Portugal, pero nosotros teníamos una relación muy mala con los militares y mirábamos lo que estaba ocurriendo en Portugal con desconfianza.
¿Qué crees que hubiera pensado Saramago del 15M?
El 15M lo reflejó en Ensayo sobre la lucidez. Incluso en Las intermitencias de la muerte, que es un acontecimiento que pasa en una ciudad donde primero se quedan ciegos, más tarde votan en blanco y luego no se muere nadie.
¿Estamos viviendo ahora el 15M de los reaccionarios?
No. Estamos viviendo una presentación en sociedad de gente que ya era así y de otra mucha que no sabía lo que votar y lo ha encontrado, inducidas por medios de comunicación que le han hecho un flaco favor a nuestra sociedad. Han hecho noticia de la anormalidad de VOX, de algo que no era noticia. Siempre ha habido franquistas pero ahora los han sacado a la palestra. Deploro lo que ha hecho nuestra profesión. Estamos creando monstruos.
¿Están los intelectuales españoles a la altura del momento histórico o se han plegado al inmovilismo?
Yo no hablaría de los intelectuales en genérico. Hay gente que está haciendo lo que puede, pero sí es verdad que no hay un movimiento de maestros como en los años 60 pudimos encontrar en Francia. Hay gente que se salva y nos salva, pero no hay un movimiento que podamos distinguir. Los maestros de pensamiento no están.
Portugal se ha convertido en la resistencia europea a la ultraderecha, ¿qué ha hecho bien el país luso?
Portugal es un país que estuvo intervenido por la troika y sabe bien lo que vale un peine.
¿Ha cambiado mucho el país tras la intervención de la troika, qué heridas ha dejado?
Ha dejado marcado un sentido de dignidad muy grande. En estos momentos, no es que la situación económica esté mucho mejor que estaba antes, pero la gente se siente representada, tienen un Gobierno que les representa. En el fondo del alma, los ciudadanos necesitan ser respetados.
¿Cómo se ve la situación de España desde Portugal?
No se entiende mucho, sobre todo el conflicto con Cataluña. No se entienden las amenazas de intervención, ni siquiera en los ambientes políticos. No se entiende la saña del Estado central contra las autonomías.
A pesar de que Portugal es un país centralista.
Sí, porque es un país unitario, que sólo tiene una lengua y no tiene regiones con sentimiento nacional. España lo mejor que tiene es su pluralismo, las diferentes visiones, lenguas y culturas.
¿Es consciente la izquierda portuguesa de que la izquierda española la mira con admiración?
Sí, porque vienen continuamente a España y los políticos de izquierdas de España van mucho a Portugal. Pedro Sánchez estuvo la semana pasada en Lisboa y el Bloco de Esquerda y Podemos tienen mucha relación.