Nunca antes la expresión “como Dios manda” se materializó tan fielmente en una bailaora. Se llama María de los Ángeles, pero el mundo del arte la bautizó como Angelita, quizá por su menos de metro y medio de estatura, quizá por su inicio precoz en el flamenco o quizá por ser una mujer cercana y humilde que se considera siempre persona, antes que artista. Angelita Gómez (Jerez, 1944), espera paciente y dicharachera en la entrada del Centro Andaluz de Documentación del Flamenco la inauguración de la exposición de su vida, de su "fecunda" trayectoria en el flamenco. Minutos antes de que abran las puertas, entramos con ella en una de las hermosas salas del Palacio Pemartín para poder hacerle "unas preguntitas". No se sienta como una persona cualquiera: la espalda recta, los hombros hacia atrás y la cabeza bien alta. “Mira hija, los brazos, los codos, tú nunca los saques para fuera, ni te tapes la cara. Tú el brazo lo tienes que llevar siempre arriba de la cabeza”, le repetía una y otra vez su maestra María Pantoja. Hoy, jubilada de la enseñanza, pero no del baile, todavía respeta las pautas de su instructora.
Segundos antes de empezar, aparece una mujer por la puerta. Público durante la entrevista. "Esa es mi hermana, mi mano derecha. Mi asesora de imagen, mi amiga, mi consejera, la que se pelea conmigo…", comenta Angelita sobre su hermana Lola mientras esta se sienta en uno de los extremos de la mesa. La bailaora, con los ojos de su padre -un iris verde con una fina línea azulada- nos mira atentamente, coloca sus manos, aquellas que encierran los mudras -el lenguaje de la manos de Oriente del que luego derivó el flamenco-, sobre la mesa y contesta con pasión y su sencillez natural a cada una de las preguntas.
A raíz de la exposición que le dedica el Centro Andaluz de Documentación del Flamenco, aparece la primera entrevista que le hace con tan solo 11 años, el diario Ayer. El rotativo resaltaba su declaración de “No quiero parecerme a nadie”.
A nadie.
¿Sigue pensando lo mismo?
Sigo pensando lo mismo. Porque eso es lo que falta hoy, personalidad en las bailaoras. ¿Quién me inculcó eso? Mis maestros: María Pantoja, María Pérez, La Gitana Blanca, Sebastián Núñez…
¿Qué le decían ellos?
María Pantoja me enseñó los secretos de la bulerías de Jerez. Me dijo que las bulerías había que bailarla en dos losas.
"Eso es lo que falta hoy, personalidad en las bailaoras"
¿Hoy cómo se baila?
Hoy se baila en un escenario. Se corre mucho, se hacen muchas cosas, con muchísima técnica, porque es verdad, hoy hay más técnica que nunca. Pero sí es verdad que no sé si son otros sentimientos, bien porque la vida ha cambiado. La vida no puede ser igual que antes. El flamenco, como la vida real, ha cambiado también. No es que no pongan alma, me imagino que lo harán, pero no transmiten, no llegan, no te agarran…
La entrevistan por primera vez con 11 años, pero, ¿con qué edad empieza a bailar?
Con 4 años y medio.
Aunque dice que ya en la barriga de su madre daba algunas patás.
Mi madre decía: Esta va a ser bailaora. Porque me movía mucho. Entonces, con tres meses, mi madre me ponía en el cuadril, porque antes a los niños se les ponía en el cuadril, no en la sillita, y dice que me cantaba por Caracol, porque a ella le gustaba mucho Manolo Caracol, y que yo ya sabía mover las manos.
Las manos. Le da mucha importancia siempre, durante toda su carrera, a las manos. ¿Por qué?
Mi maestra me inculcó que con las manos se hablaba. Que si tú estabas muy alegre las manos te tenían que dar alegría, las manos hacia arriba. ¿Qué tú tenías pena? Por el baile, la letra que te decía el cantaor… tú esas manos las ponías más despacio —menea las manos hacia dentro, con delicadeza, despacio—, con más sentimiento, que es lo que yo no veo hoy.
¿El reflejo del alma?
Puede ser. La emoción que te cause en ese momento. Porque en los bailaores, hoy técnicamente, tú los ves bailar una vez y es matemáticas. Siempre igual. Y antes bailábamos según las circunstancias que tuviéramos. La alegría o la tristeza que yo tuviera lo expresaba con los gestos, con las manos. Como diciendo: No tengo a nadie, por favor, ayudadme.
El flamenco empieza siendo su medio de expresión y lo termina convirtiendo en su medio de vida. O viceversa. Entonces, ¿qué ha significado para usted el flamenco?
El flamenco para mí ha significado mi vida. Y sigue siendo mi vida. Yo el flamenco, el baile, aunque lo dejé, siempre lo he llevado conmigo.
Lo deja aparcado…
Por amor. Por amor. Por amor.
Deja los escenarios, pero abre una escuela.
Sí, sí.
Empieza en el mundo del flamenco, realmente, por necesidad. Su familia pasaba penurias.
Empecé con 5 años.
¿Cómo cargó con esa responsabilidad?
Antiguamente no había muchas niñas bailando. Yo creo que ninguna. Dios me mandó a mí eso especial, porque eso lo mandan. Eso no es que te lo enseñan, lo mandan. Y si lo tiene lo tiene, y si no, no lo tiene. En una familia humilde, mi primera maestra no me quiso cobrar y me enseñó. Me presentó a un concurso, y yo todavía no tenía ni 5 años, y lo gané. Me regalaron el abanico que está expuesto ahí en la muestra. Bailé con las castañuelas, que las castañuelas eran más grandes que yo. Gané ese premio, y a partir de ahí empecé a bailar. Como yo era algo especial, Sebastián Núñez, que era el encargado de llevar los cuadros flamencos, cuando me vio, me llevaba como regalo. Eran los artistas los que bailaban, y decía: Y ahora el regalo. Y el regalo era la niña, así —sube los brazos y ondea rápidamente sus manos hacia dentro—, bailando. La gente se preguntaba cómo se podía dominar el baile desde tan chica. ¿Cómo lo puede transmitir? ¿Cómo lo puede expresar? Bueno, pues yo no lo sé.
No tiene explicación.
No —se encoge de hombros—. Lo sentía y lo transmitía. Mis maestros me enseñaban los tiempos, el compás. Y yo, que entonces era muy ladrona de vista, porque dicen que los niños chicos son esponjas, lo veía y luego lo hacía igual.
¿Qué recuerda cuando llega a su familia, y le entrega ese primer dinerito que por ejemplo ganaba impartiendo clases de baile en la base de Rota? ¿Qué le decían sus padres?
Mis padres… encantados. A mí me hacen un carnet para entrar en la base de Rota, cogía el autobús en la Alameda Cristina a las seis y cuarto de la mañana. Pero como yo ya era responsable con esa edad, yo sabía que si en mi casa hacía falta, pues a mí no me importaba levantarme a las cinco y media. Mi madre me llamaba y vámonos que nos vamos. Yo cogía el autobús como todos los trabajadores, siendo una niña chica…
La más pequeña.
¡11 años! Y me iba allí a la base a enseñar a señoras de 30, 40 años, a lo mejor a las niñas de los comandantes… Terminaba mis clases, me daban mi dinerito, y pa mi casa. Y ya entonces en mi casa podíamos comer mejor. Después, los fines de semana, con Manuel Morao y Juan Morao había cuadro flamenco… Terremoto, Tío Borrico, Paco Laberinto, Tía Juana La del Pipa, La Gitana Blanca y yo íbamos al club de los suboficiales a bailar, a trabajar, casi todos los fines de semana cuando llegaron aquí los americanos.
Toda la semana trabajando.
Sí, un dinerito para mi familia. Nosotros somos cuatro hermanas, mi padre, mi madre, teníamos a mi abuela, mi tío… Lo que antiguamente en dos habitaciones vivían dos familias y no pasaba nada. No pasaba absolutamente nada, ni éramos alérgicas, ni teníamos las pieles atópicas, ni nada. Nos lavábamos con jabón lagarto y estábamos más limpios que qué.
Sus maestros, aquellos que siempre tiene tan presente, ¿tenían alguna explicación acerca de su virtud tan temprana?
Ellos decían que no era normal.
El regalito.
Claro. Mi maestro Sebastián Núñez decía: ¿Pero cómo se puede bailar tan bien y tan correcta? Yo sabía lo que era una alegría y una seguiriya. Lo sabía porque él ya me lo había dicho. Yo iba al teatro por la noche, me quitaba los zapatos y robaba una escobilla con los pies que había hecho el Güito, Faico… que venían entonces con las compañías de Lola Flores y Manolo Caracol. Yo lo robaba y lo hacía perfecto, descalza. Al día siguiente le decía: Sebastián, fui anoche al teatro, tóqueme usted por favor una escobilla de alegría. Él se ponía a tocar, y yo tiqui tiqui tiqui y lo hacía. Él se sorprendía y me decía que no era normal.
Dice que no se nace sabiendo, pero que, como dijo antes, el don, el duende, te lo regalan al nacer.
No existe una escuela de arte. Si tú naces, y naces con ese don, y luego el grupo, las personas con las que te codeas, son gente de verdad… Esa es la Universidad de la vida. Tú vas, haces así —se señala el ojo— y dices, ah, pues esto lo hago, tacatacatá. En las mismas reuniones, que ya eso tampoco se estila, aprendíamos entre todos: cómo se cogía el vestido una…
¿Cómo se ha perdido esa espontaneidad aquí en Jerez?
La vida. ¿La vida es hoy como hace 60 años? No. Pues igual, el flamenco no ha podido quedarse atrás. La inquietud de los jóvenes de querer hacer más. En el flamenco ya está todo hecho. No pueden inventarse una cosa nueva. Ahora bien, si trabajan sobre eso y lo hacen bien, dentro de todas estas coreografías e historias que me hacen en el flamenco. Pues sí, si bailan por seguiriyas como Dios manda, pues bien hecho. Lo que no se puede es bailar por seguiriyas y destrozar la seguiriya y a mitad meterse a bailar por bulerías, porque es más comercial, meter percusión, meter… ¿para qué?
"Para mí el flamenco es guitarra, cante y baile, no llevar 20 personas detrás haciendo ruido"
No le gustan esos experimentos.
No. Para mí el flamenco es guitarra, cante y baile, no llevar 20 personas detrás haciendo ruido. Porque lo que hacen es ruido, si fuera música… Pero la música la hace la guitarra, una guitarra no tiene por qué taparse y hacer ruido. Una guitarra hace su melodía, su falseta, y la bailaora hace las mismas falsetas con los pies melódicamente, no ruidosamente. Hoy lo que escuchamos es ruido.
El taconeo.
¡Buh, buh, buh! —representa la artista como si pataleara sobre el suelo—, con el cajón, los cuatro palmeros tocando las palmas con el pie. Es que te molesta. Tapa lo que se debe de expresar. El cajón, las palmas, los campanilleros esos que se ponen a tocar…
¿Sobra también el cante?
No, no. El cante es primordial. Cuando yo me examiné de artista en aquellos tiempos, porque hoy no hay examen que certifique nada, no querían ni que se prepararan los bailes. El jurado, en el momento, era el que te pedía lo que tú bailaras. Y ni cantaor, ni palmero. Entonces era el guitarrista y la bailaora.
Así se demostraba entonces.
Y entonces claro, es normal que lo más bonito que haya sea una guitarra, un cante por derecho y una bailaora que se entregue. Tú me cantas, yo me voy para ti, hago lo que yo sepa hacer según lo que me llegue al corazón y yo te lo doy, y tú me lo das. Es una transmisión del uno al otro. No es un ensayo general de tres meses para dar tres vueltas aquí y tres allí. No. Yo prefiero un baile, un cante y una guitarra de cinco minutos que me llegue al alma. Alguien que esté zapateando haciendo ruido media hora o unos veinte minutos eso a mí no me llega. Que sea feo o no depende de cada uno. Pero tienen que trabajar mucho, por supuesto. Mi baile siempre ha sido baile de corazón, desde chiquitita. Bailaba con amor, como si nunca hubiera bailado, con muchas ganas de decirle a la gente: Aquí estoy. Y mírame, y te estoy mirando y te estoy diciendo con la mano… Siempre he intentado expresar mis sentimientos, mi cultura.
¿Qué piensa cuando escucha un quejío? Vivencias, problemas, recuerdos alegres…
Ahora es muy difícil que yo escuche un quejío que me llegue al corazón. Pero cuando lo escuchaba, y a lo mejor no estaba bailando, porque ya me había retirado, y donde estuviera, bien en Nueva York, bien en Venezuela, Italia… me colocaba mi bata de cola, ponía un disco de vinilo y ese día era para mí. Ese día necesitaba yo de eso. Y hasta incluso mis hijos y mi marido, me decían: Uy, uy, hoy mejor no hablarle. El baile, el cante, todo eso, siempre lo he tenido conmigo.
"Ahora es muy difícil que yo escuche un quejío que me llegue al corazón"
Dice que siempre ha inculcado a sus alumnos que la mujer, es mujer bailando, y que los hombres se dejen de mover las manos porque nunca lo han hecho. ¿Le chirría ese cambio? ¿Esa mezcla?
Mucho. Porque yo pienso que siempre ha zapateado el hombre. Porque tienen más fuerza, ¿no? Se ha estilizado más, hoy los hombres tú no los ves bailando con estilo. Vamos a ver, una se tiene que vestir de bailaora, pero y el bailaor, ¿por qué se tiene que poner una camisa, una correa y una chaqueta? ¿A dónde va?
¿Cómo debería ir?
Como tiene que ir un bailaor: con el pantalón estrecho hasta arriba del estómago, sus tirantes, su chalequito y su chaqueta de bailaor. Lo que pasa es que es muy difícil bailar con una chaqueta así cortita, y como están algunos con la barriguita… Están gorditos y no se van a poner un pantalón estrecho. Pero antiguamente al bailaor lo veías como un maniquí, mejor muchas veces que la figura de las mujeres. Su sombrero, su capa, porque los hombres bailaban por cañas, y yo recuerdo ver a Antonio El Bailarín con un sombrero y una capa de torero bailando por cañas, y ¡eso era para morirse! Pero hoy vemos a un hombre con una bata de cola y un mantón de manila, en vez de con una chaquetilla corta.
¿Qué es lo que piensa cuando ve esas escenas?
Me cae muy mal, pero respeto que la juventud quiera hacer cosas nuevas. Bueno, ¿por qué un hombre no va a ser igual que una mujer? Pues no, porque el hombre es el hombre y tiene su papel, y la mujer tiene su papel. Y deberían respetarse mutuamente. Hoy la mujer baila con un traje tan estrecho que no puede cogerse el vestido para taconear. ¿Por qué? La figura, pero si tú tienes buena figura, con un traje así —abre los brazos— tienes buena figura.
"Hoy la mujer baila con un traje tan estrecho que no puede cogerse el vestido para taconear. ¿Por qué?"
¿Cómo es que se marcha a Venezuela con tan solo 19 años?
Es la primera vez que salí de España sin mi madre, porque yo con ella iba a todos lados. Manolita de Jerez vino aquí, a la ciudad, buscando a una maestra que le enseñara un baile por seguiriya. Su hermano, que era cantaor, El Niño de la Fortaleza, le dijo: Pues la que te puede enseñar es Angelita Gómez. Yo fui a su casa y le enseñé una seguiriya. Y ella me preguntó: ¿Angelita, tú conoces a alguien que se quiera venir a Caracas, al tablao flamenco? Le dije que sí, pero que cuánto —se palpa las yemas de sus dedos— paga. En aquel entonces estaba el bolívar a 21 pesetas, fíjate. Yo ajusté mis cuentas, tiqui tiqui —simula como si utilizara una calculadora—. Y en aquella época había problemillas en mi familia que había que solucionarlos como fuera, y dije yo: Esta es la mía...
Y se marchó...
Agarré y firmé el contrato sin decirle nada a mi madre. Y bueno, me fui para Caracas. Mi madre no se lo quería creer. Se lo dije cuando llegó la carta del consulado, porque no sabía leer. Mira mamá, un contrato, que me voy. ¿Qué tú te vas a ir? ¿Sola?, me dijo. Sí, hace falta, ¿no?, y me fui. Cuando llegué le conté al dueño lo que pasaba y que necesitaba el mes por adelantado.
¿Cómo se valoraba allí el flamenco?
Mucho. Muchísimo.
¿Más respeto que en Jerez?
Sí, yo diría que hay más respeto.
Pero ¿respeto porque es un arte desconocido allí?
Puede ser claro, porque allí no conocían el flamenco, allí era el joropo venezolano y sus cosas. Pero la gente llenaba el tablao todas las noches, durante los dos pases diarios con Angelita de Jerez, hasta que conocí a mi marido.
Siempre ha estado bailando.
No sabía hacer otra cosa. Yo en el colegio estuve hasta que hice la primera comunión. A partir de ahí, las monjas me decían que iba a ir al infierno por bailar y enseñar las piernas.
¿En serio?
Palabra. Entonces no fui más al colegio. Yo tenía las clasecitas, mis trabajitos y con eso ayudaba a mi familia. Recuerdo que yo tenía una bicicleta que me regaló por Reyes mi maestro Sebastián Núñez, y como no llegaba a los pedales me pusieron en ellos unos pedazos de corcho, grande, amarraditos, para que yo pudiera desplazarme por Jerez para dar clases en el Cuco, a la gente de Domecq en El Paquete… y así me ganaba yo mi vida.
Y finalmente monta su propia academia de baile flamenco en 1985.
Cuando yo regresé, pensé que al estar tanto tiempo retirada de Jerez, la gente no se iba a acordar de mí. Y fue una sorpresa impresionante que en Jerez siguieran acordándose de Angelita Gómez. Y en fin, abrimos la academia y… ¡todo el mundo queriendo aprender con Angelita Gómez porque había vuelto! He sacado una cantidad de bailaores muy buenos, y como maestra, para mí es una satisfacción enorme sentarme en el teatro y ver a mis alumnos.
Tú puedes ser bailaora, tú puedes ser artista, pero primero hay que ser persona"
Hablando de sus alumnos, dice que a veces ellos han llegado a llorar escuchando sus explicaciones. ¿Qué les decía?
A ver, todo el mundo no es maestro. Hay profesores y hay maestros. Yo les enseñaba el baile, los pasos, la coreografía… Era como una interpretación: interpretar lo que estás sintiendo, lo que te está cantando… Y ahora bien, ¿en la vida? Hay que tener cuidado con esto —abre la mano y empieza a enumerar con los dedos—, no se puede ir por aquí, por allí, tenéis que tener cuidado con esto, escucha en tu casa. Tú puedes ser bailaora, tú puedes ser artista, pero primero hay que ser persona. Hay que respetar a todo el mundo.
¿Qué es lo más bonito que ha llegado a decirle un alumno?
Que me quieren como si fuera su madre.
¿Y después de sus actuaciones?
Algunos se enfadan conmigo porque les digo: Bueno, lo has hecho muy bien, pero tú lo puedes hacer de otra manera. Y entonces claro, se han puesto a llorar, pero como yo sé que puede dar más, le decía eso para que trabajara más. Si al día siguiente actuaba, se venía luego para mí y me decía: Ay Angelita, qué razón tenía. Hombre, si es que el diablo no sabía por diablo, si no por viejo.
Y ¿quién es Angelita Gómez?
Una persona muy sencilla, muy normal, amiga de sus amigos… me encanta ir por la calle y que me paren y me pregunten: ¿Le puedo dar un beso? Claro señora, uno y dos, los que usted quiera. Ser persona. Artista es cuando te subes a un escenario.
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