Más de 60 años de un artista con talento desde la cuna
Antonio Higuero Dominguez, de 80 años de edad, nos recibe en su pisito en el Polígono con guayabera blanca y pantalón azul fresquito “porque hace una calor en esta casa del demonio”. Subimos tres pisos a pie -no hay ascensor porque no hubo mayoría de votos en la comunidad para colocarlo-. “Ya se enterarán cuando no puedan moverse”, sentencia Antonio. Así entramos en su ‘santuario’. Cada pedacito de las paredes está colmado de cuadros y dibujos, algunas fotos familiares y, en un lugar destacado en la entrada, el recuerdo que hace unos días le entregó la Peña la Bulería durante un homenaje que se le tributó. Nos hace cogerlo: “pesa, ¿eh?”. Está claro que se siente orgulloso de ese reconocimiento, teniendo en cuenta que es una persona discreta y que no le gusta ponerse en el escaparate.
Nos sentamos en la salita de estar y arropados por la mesa camilla conversamos con el hombre y el artista. Colgó los pinceles hace más de un lustro. Formó parte del exclusivo grupo de dibujantes del mítico Estudio Mamelón. Higuero nació artista. No se educó en una escuela especializada. Los libros fueron su guía cuando decidió sumergirse en el óleo. Velázquez y sobre todo Sorolla son sus fuentes de inspiración en cuanto a la técnica que emplea en sus obras. Dice que se ha plagiado a él mismo en cuanto a sus grandes pasiones: los toros, el caballo y el flamenco.
Con 30 años salió de sus adentros ser pintor. Se lo dijo a Mariquilla, su esposa, y cogió pinceles, caballete, óleos y lienzos y se puso a crear. Lo que aprendió desde los 15 años de edad, cuando entró a trabajar en su primer estudio, no era suficiente para subir a ese otro escalafón. Su nombre bien puede confundirse con el de su hijo, el reconocido guitarrista Antonio Higuero, un de los grandes en el toque flamenco y “un hombre por derecho". Higuero, el pintor, nació donde hoy se ubica la sede de su peña, la de la Bulería. En la misma casa en la que su padre y, sobre todo, su madre, “cantaba como los ángeles”. El espíritu del artista permanece pero no lo suficiente como para volver a pelearse con un lienzo en blanco.
Su historia profesional es tan larga como su vida, pero empecemos por conocer cómo se inició en la pintura. Todo comenzó al entrar a trabajar en Proyectos Gráficos Mamelón. Fui uno de los componente de un estudio que se consideró, en aquel entonces, no dicho solo por mí, como el grupo de dibujantes más expertos de España. Allí estuve desde el año 1957. Pasé después a la litografía en Hurtado y más tarde a Gráficas Ibérica.
Yo nací dibujante. Aparte de la litografía, que me enseñó a grabar en piedra, donde alcancé el máximo en el dibujo fue en el grupo de cinco dibujantes en el que entonces estaba Cachirulo, que todavía vive. También recuerdo a Manolo Valle, que para mí ha sido el mejor dibujante que yo he conocido. ¿Por qué lo digo? Porque tenía la retentiva más perfecta del mundo. Cogía una cuartilla y el lápiz y se ponía sin más.
Sí, así se consideró en España entera.
Tenía 30 años, 50 años menos que ahora. Me contrataron en una fábrica en Alcalá de Henares y me fui allí. Me daban un buen sueldo. Me dedicaba a decorar cajas de cartón. Estuve seis meses porque mi mujer no aguantaba estar allí, echaba de menos su tierra. No paraba de llorar. Los niños eran chiquititos, uno tenía cinco años y otro tres años. Total, que me vine para acá. Cogí un camión y me los traje. Venirme a Jeré era mi sueño. En vez de volver a Mamelón monté un estudio. Entonces ganaba un buen dinero, por mi habilidad como dibujante me llegaban encargos de todas partes.
"Me fui contratado a Alcalá de Henares pero no aguantábamos allí y me vine para mi 'Jeré', que era mi sueño"
Me instalé en la calle Plata, al lado de mi madre. Mi madre me traía mi cafelito a ese estudio que estaba en la bajaba al Campillo. Era rápido trabajando. Un boceto lo tenía en hora y media mientras que otros dibujantes tardaban cuatro o cinco días. Entonces ahí fue donde vino el cambio. Un día dibujando se me ocurrió manchar al óleo. Y salió el pintor que llevaba dentro y así empecé.
No me acuerdo, pero sí que fue en 1986. Fue al óleo y, por cierto, yo no sabía cómo se trataban los colores. No había pasado por ninguna escuela ni nada parecido.
(En este momento, Higuero nos señala una estantería llena de libros dedicados a las técnicas en pintura y a los artistas más notorios).
Me puse a estudiar. Lo vi todo. Ahí están todos los libros de los mejores. De los mejores pintores del mundo. La técnica que más me gustaba es la de Velázquez pero más me atrajo Sorolla. Su pincelada me encantó porque era una pincelada larga. Mi estilo lo definiría como una impronta. No impresionismo. De Sorolla me encantaba la luz. Lo que pasa es que yo tuve un defecto adquirido de tantos años como dibujante: los cuadros van tirando para el realismo conforme avanzaba en ellos. Entonces me dije ‘me meto a pintor’. Cogí y le dije a mi mujer -es que a María no la puedo mentar- (se emociona al hablar de su esposa enferma). En fin le dije que me tiraba mucho la tendencia a pintar y a crear copiando lo que iba creando mi cabeza (señala un cuadro de Fermín Bohorquez rejoneando un toro que tiene colgado en la entrada de su casa).
La tauromaquia me encantaba. Y el caballo en el campo me encanta. Y los cuadros que me han quedado de lo taurino son dos de Rafael de Paula que lo pintaba para tirarte al suelo. Porque le buscaba lo que tenía él, el movimiento de la mano. La media verónica… eran únicas.
"Me encanta Velázquez, pero más me atrajo Sorolla por su pincelada larga"
Yo no tuve una gran retentiva como la tenía el gran Manolo Valle, por lo que me ayudaba de imágenes en las que captaba ese movimiento y sus hechuras para pasarlo al boceto.
Yo no sirvo para vender. Solo quiero mucho a la pintura y la verdad es que que no sé vender. Entonces mi hijo (Antonio Higuero) siempre ha sido muy agraciado para vender y él se ocupa de lo comercial.
La tauromaquia en varias versiones. Y el caballo, pero no lo típico de la cabeza sola. Caballos en diferentes posturas completas. Por cierto, que ahora se va a abrir una exposición que la lleva Pepe Castaño. Mi hijo ha querido que la haga y que se vean cosas como lo que tengo de Camarón, por ejemplo.
Exacto, lo que era mi vida. Me he plagiado a mí mismo. Como con el caballo. Por cierto que aprovecho para decir que no sabemos todavía, con la edad que tenemos, ni lo saben las autoridades, que el caballo es lo más guapo que tenemos. Es que me gusta tanto que cuando lo pinto me llena de emoción. Pintar sobre un lienzo blanco grande es muy difícil. Hay que rodearse de documentos que te hagan ver lo que tienes que hacer. Estoy confesando cosas que me debería guardar porque cada maestro tiene sus secretos.
"No sabemos lo que tenemos aquí con el caballo; ni las autoridades lo saben"
Eso da gloria verlo. Es un dibujo a lápiz de cera. Ahí gasté unos cuantos lápices.
Yo nací donde precisamente se pone el tinglado de la música. En ese rincón. Eran tres metros de la sala y tres metros de la alcoba. Ahí nacimos los tres hermanos y tuvimos la suerte de que mi padre y mi madre cantaban, mi madre como los ángeles; mi padre también, pero lo hacía algo peor.
Decía mi madre que cantaba para quitarse un poco la musaraña. Recuerdo que cogía una manta se la ponía por lo alto y hacía las veces de mantón. Y ella, de la sala a la alcoba y de la alcoba a la sala, montaba el escenario, abría la cortina y se presentaba como una artista con nosotros tres sentados frente a ella. Nos cantaba a los tres sentados en el suelo, ¡qué bien qué cantaba!
Si hubieran sido gitanos habrían cantado todavía un poquito mejor. La gitanería de Jerez nunca me ha tenido como un gachó. Siempre he sido yo en mis forma de hacer las cosas. Me aceptaron los flamencos, entraba en todas las casas de la calle Nueva. Me veían y decía la Bastiana "que llega Antonio, entra que es la hora de comer". Me sacaba un plato con huevo cuajado con tomate. Después llegaba la Pija, que vivía por el Tempul. Y esa es mi vida con el flamenco, que es otra cosa grande que no la han mecido durante años. Ahora lo están meciendo por el festival que hacen. Pero las pequeñas empresas no tienen el apoyo. Debieran de ayudarle más, también a las peñas flamencas porque además el flamenco es infinito.
He pintado algo. Un bosque que lo titulé ‘El bosque húmedo’, al que le pinté un charco que se reflejaba en algunos de los primeros árboles dando ambiente de humedad. Me costó trabajo hacerlo. Se lo regalé a una amiga mía porque cuando mi mujer cayó enferma, hace nueve o diez años, tuvimos que llevarla a una residencia en Monte Alto, donde voy todos los días. Esta mujer la atiende que quita el sentío. La tratan con una alegría y una cosa que es gloria bendita.
"Mi madre cantaba como los ángeles. Se ponía una sábana como mantón y nos cantaba a los tres hermanos como una gran artista"
No pinto más, ya no pinto más. Hace nueve o diez años que no cojo los pinceles. Es que no tengo ganas. Ya no tengo el espíritu para pintar. Para pintar necesito dos cosas. Tiempo y soledad para meterme en el mundo que voy a pintar. Todos los pintores necesitamos el aislamiento. Necesitamos eso por fuerza. Es algo primordial.
Ahí me di cuenta de la labor que yo he hecho. No pictóricamente, sino estando con la peña. Los dibujos que yo hacía, que hay varios, se los regalaba a la peña. Por cierto que estuve en otra peña antes, la de Tío José de Paula, cuando la llevaba Angel Morán. Fui de los que la inauguraron.
Cuando mi hijo estaba tocando lo llevaba por toda España, tenía entradas en todas partes. El Sordera le decía ‘Manué, vamos, vamos, tú conmigo’, eso era un empuje que le daban al niño. Y ese niño es hoy el hombre de mi vida. Este hombre es un hombre por derecho como yo he querido. Lo he corregido diciéndole que hay que ir por derecho. Por derecho siempre va bien, siempre. No te tropiezas con nadie. Y gracias a Dios lo de lo malo que tienen los jóvenes no lo ha tocado.
"Mi hijo Antonio es el hombre de mi vida; un hombre por derecho como yo he querido que sea"
No me gustaba ir cuando actuaba porque puede haber alguien que ya diga algo. Y yo no me puedo contener. Hubo una vez que tocó mi hijo. Tocó como los ángeles y yo dije en alto ‘Ole, joé’. Él se ha consagrado a sí mismo. Este niño mío es muy inquieto porque le gustan las cosas rectas y claras. Alguna veces le digo ‘Antonio, picha, para el carro, que no te va a comé el mundo en mediodía’. Siempre está en Madrid, en Bilbao, en Logroño…
Si él es un guitarrista que está formado y ahora le suena mejor la guitarra. ¿Por qué? porque está cogiendo veteranía, toca relajado y lo principal, que los dedos se le han puesto como palillos. O sea que han cogido fuerza. Pero vamos, y esto es fundamental, lleva por dentro el compás de Jeré. El toque de Jerez, un ritmo único de esta tierra.