A la hora de sentarme a escribir esta crítica, me surge la pregunta obvia: ¿qué se puede decir de Patria que no se haya dicho ya? Reconocida unánimemente como la novela definitiva sobre ETA, valorada por la crítica como la mejor novela del año pasado —para refrendarlo la Asociación Española de Críticos Literarios le ha otorgado el Premio de la Crítica 2016—, y alcanzando una cifra de ventas abrumadora para un libro de sus características —cuando escribo esto, ya va por la 14ª edición—, me planteo si no será más inteligente hablar de los "peros" que se le pueden poner a la novena incursión de Fernando Aramburu en el género novelístico desde aquella lejana y espléndida Fuegos con limón. El problema es que por más que busco y doy vueltas sobre lo leído, todavía no he encontrado ninguno. Bueno sí, un "pero" insignificante y que, para más inri, no es achacable a su autor, sino a la editorial: que se podía haber ahorrado el glosario de palabras y expresiones en euskera para hacer trabajar un poquito al lector. Ya ven, nada serio y casi ridículo de mencionar.
Cada vez tengo más claro que Aramburu estaba llamado a escribir esta novela más pronto que tarde. No se me ocurre otro escritor vasco —salvo quizá Atxaga— que pudiera tener la capacidad, el bagaje y la madurez suficientes para haber afrontado tamaño reto. A estas cualidades habría que sumar la distancia geográfica que le separa de su tierra de origen. Es sabido que Aramburu reside desde hace años en Alemania, lo que sin duda le ha permitido modular una voz más objetiva, lejos de la contaminación acústica y cultural de una comunidad muy peculiar.
Porque uno de los mayores aciertos de Patria reside en saber mantener en todo momento un tono equidistante, neutral o, quizá sería más acertado decir que Aramburu nunca tuvo la intención de escribir su novela para tomar partido por nadie ni hacer justicia, simplemente para decir "las cosas aquí sucedían de este modo". Las dos familias protagonistas, cada una a un lado del conflicto —verdugo y víctima—, podían ser cualquiera de las muchas que han sufrido en sus carnes la extorsión y violencia de la banda terrorista, con todas sus consecuencias físicas, psicológicas y morales. No había mejor manera de hacerlo. Dos familias y, sobre todo, dos mujeres que fueron amigas y cuya amistad se diluye por el aldabonazo de un atentado en primera plana. ¿Cómo continúa la vida después de algo así? Aramburu lo cuenta pasando de uno a otro lado del ¿cuadrilátero?, narrando el devenir de ambas, de sus vástagos, de sus familias, de su duro y cruel entorno, a través de la figura de un narrador onmnisciente que deriva en primera persona con suma naturalidad.
Escritor de oficio, Aramburu va pergeñando escenas de una solidez arrebatadora, que incitan al lector a la rabia, al llanto, a la compasión, al asombro... para ir componiendo el puzzle de unas vidas y unos años que son, querámoslo o no, parte de la historia de España, de una España y de un País Vasco que el autor de Años lentos ha plasmado con una sinceridad impecable, fruto a todas luces de una maduración consciente y seguro que dolorosa.
Como me consta que en los estudios de bachillerato la cosa no está para tirar cohetes, me conformaría con que al menos en el grado universitario de Historia, Patria sea algún día lectura obligatoria.