No soy amigo de empezar una crítica literaria invocando, valga la redundancia, mi amistad con el autor del libro en cuestión. Pero con José Luis Ordóñez (Sevilla, 1973) me unen demasiados puntos en común para no hacerlo: ambos somos casi de la misma quinta, somos cinéfilos y letraheridos, pululamos por diversos géneros literarios moviéndonos por el proceloso territorio de las editoriales medianas, y contamos en nuestras vitrinas con algún que otro premio a los que, sin ser de excesivo relumbrón, les guardamos un cariño incondicional. Si a estas coincidencias le sumamos que ambos compartimos un proyecto literario —Relatos en 35 mm. (El Sendero, 2015)— y trabajamos juntos durante una temporada, parecen cumplirse todos los mandamientos no escritos de la crítica autocomplaciente, es decir, todo lo contrario de lo que debería ser una crítica imparcial y objetiva.
Pues bien. Es lo que hay. No podría hablar de Los desertores de Oxford Street (Algaida, 2018), el desembarco de Ordóñez en el que podríamos llamar primer mundo editorial, tratándole como un desconocido, porque no puedo dejar de manifestar mi alegría por ese salto de "calidad" bien entendida, en el sentido de que pueda ampliar su número de lectores. Ordóñez lleva años trabajándose una carrera literaria en la que conviven en perfecta armonía obras de teatro, relatos, novela negra, artículos cinematográficos, e incluso un modesto sello editorial en el que va publicando lo que buenamente quiere y puede. Los que hasta ahora nunca habían oído hablar de él tienen la oportunidad de buenas a primeras de colocarse entre pecho y espalda este novelón que ha cuidado hasta el mínimo detalle y en el que ha volcado muchas de sus filias literarias y cinéfilas.
Porque me consta que lo ha disfrutado. Se le nota en cada página, en cada una de las frases que heredan ese estilo decimonónico tan caro a Dickens, Conan Doyle, Stoker, Poe, Wells y otros muchos a los que cita, o no, en este apasionante viaje literario, a medio camino entre la novela histórica, la de ciencia ficción, la de terror, el cómic, el cine y el pulp. De entrada, decir que Ordóñez no ha inventado nada nuevo. No era esa su intención. Más bien lo que ha querido es tirarse de cabeza en la piscina de la novela de género, logrando un pastiche a priori difícil de conjuntar pero del que sale largamente airoso haciendo que alternen vampiros con una logia de inventores adelantados a su época, viajes intertemporales con una secta que clama por la venida del anticristo, escritores de carne y hueso con sus propias creaciones, aventuras folletinescas de paladines y princesas con héroes del viejo oeste americano -impagable la presencia de Wyatt Earp en la trama-, peripecias detectivescas de sabor "doyleano" con asesinatos macabros, la fantasía más descabellada con la realidad más atroz.
Siguiendo los patrones de las novelas por entregas publicadas en la prensa decimonónica, el autor dosifica sabiamente la intriga, enseñando con paciencia pero sin descanso las cartas de su brillante partida. Y como el buen mago que encandila al público con el truco final, consigue que todas cumplan su cometido y acaben reunidas de nuevo en el montón para dar sentido al conjunto. No le habrá sido fácil pero no parece haber ninguna fisura en este festival de aventuras que mantiene el ritmo cinematográfico durante todo su desarrollo. En definitiva, Ordóñez nos ofrece la oportunidad de reencontrarnos con el sabor de esas novelas que tanta huella nos dejaron en su día, convertirnos de nuevo en ese capitán de quince años o en Robur el conquistador. Tanto monta.