XXIII Bienal de Flamenco de Sevilla - Miguel Poveda - Federico y el Cante - Teatro de la Maestranza
Ficha técnica:
Espectáculo: Federico y el cante – Artista: Miguel Poveda — Lugar: Teatro de la Maestranza (Sevilla) – Fecha: 13 de septiembre de 2024 – Aforo: No hay billetes – Cante: Miguel Poveda, Manuel Monje Chico y Victoria Prado – Guitarra: Jesús Guerrero y Diego del Morao – Coros y Palmas: Carlos Grilo, Miguel Soto El Londro y Los Makarines – Percusión: Paquito González – Baile: Eva Yerbabuena, Tía Majuma, Tía Yoya y Luisa Garrido – Banda: Agrupación Musical Virgen de los Reyes.
Miguel Poveda ha vuelto a la Bienal de Flamenco de Sevilla y lo ha hecho a lo grande. Bajo una magnífica dirección escénica de Alberto Conejero, el cantaor catalán cosechaba un rotundo éxito en el Teatro de la Maestranza con su espectáculo Federico y el cante. Y, además, se lleva para casa poner en pie al espacio escénico sevillano junto a Eva Yerbabuena, en un diálogo de cante y baile en torno al duende, que ya es uno de los momentos icónicos que pasarán a la historia del evento.
Y es que del pasaje por bamberas que ambos protagonizaron se podría hacer una pieza exprofeso. Si la Bienal quiere momentos únicos, a buen seguro este será uno de ellos. Hoy volverán a repetirlo. Quienes tengan la suerte de tener alguna de las localidades — agotadas desde hace semanas— que no pierdan detalle porque no se recuerda en mucho tiempo una ovación como la de anoche en el Maestranza.
Momento único de un espectáculo, también único, en el que los duendes que siempre buscaba Lorca bajaron todos juntos para no perderse lo que estaba ocurriendo. Dos grandes dando los 20 reales del duro. Una con su baile y el otro con su interpretación y cante arrancaban de sus asientos a un público que salía del patio de butacas toreando de salón, como esas tardes grandes de capote y muleta que se viven a escasos metros del teatro.
Un pasaje que fue la cuadratura del círculo a un espectáculo redondo, en el que un jovencísimo Manuel Monje dejaba patente que va para figura grande del cante o de lo que se proponga. A sus 11 años, no le temblaron las piernas a la hora de convertirse en un joven poeta que "para qué te voy a decir mi nombre".
Y lo mismo daba las introducciones a cada una de las piezas, que lidiaba con soltura otro de los puntos álgidos de la noche, al lado de las Tatas del barrio de Santiago y Diego del Morao, con unas bulerías llenas de buen son y mejor baile, en las que el arrabal jerezano se hizo presente en la segunda jornada de la Bienal.
Junto al incipiente artista jerezano, Miguel Poveda fue desgranando a esos artistas que fraguaron la devoción por el flamenco de su adorado Federico García Lorca. Desde Silverio Franconetti Aguilar (Sevilla, 1831 – 1889) y sus cabales o el retrato que hace por seguiriyas del rey de los cantaores, hasta la saeta con la que clausura el espectáculo junto a la Agrupación Musical Virgen de los Reyes, durante algo más de hora y media el público pudo disfrutar del cante que "nunca debería perderse, porque son las columnas sobre las que se sostiene el flamenco".
Los estilos por caña de Diego Bermúdez Cala El Tenazas (Morón, 1850 – Puente Genil, 1933), proseguido del famoso fandango Manuel Ortega Juárez Caracol (Sevilla, 1909 – Madrid, 1973), alusivo a la Torre de la Vela de Granada, daba paso a la media granaína de Don Antonio Chacón García (Jerez, 1869 – Madrid, 1929), en la que se vitoreaba el puente del Genil, con un Jesús Guerrero enorme.
Al igual que los tarantos y fandangos, cuya verdad más grande es que "todo lo que tiene sonidos negros tiene duende", como lo tiene la suerte que corre el muchacho de Manuel Soto Leyton Manuel Torre (Jerez, 1878 – Sevilla, 1933), que nadie sabía dónde estaba. Probablemente, cortando flores blancas de un almendro.
Con la Niña de los Peines llegó también otro punto importante de la noche. Cuando Miguel Poveda tomaba de la mano a Pastora Pavón Cruz (Sevilla, 1890 – 1969), el universo lorquiano se hizo más presente que nunca. Tanto por los clásicos tientos, como el recorrido cosido entre primas, bordones, palmas y coros de una pieza coral cuasi infinita y magníficamente engarzada en estilos y transiciones.
Y sin solución de continuidad, tras los tientos llegaron los tangos al gurugú que lo mismo iban buscando a un marido de la guerra de Francia o viajaban de Barcelona a Valencia entre falsetas de corte añejo, pidiendo doblones para que le quisieran antes de cruzar el puente de Triana y colgar banderitas gitanas. Entrar en el universo de las cantiñas y alegrías o sumergirse después en las famosas Lorqueñas de Pastora, en las que Los cuatro muleros, Esquilones de plata y, como no, Anda Jaleo fueron las protagonistas.
Un pasaje dedicado a la Niña de los Peines al que puso epílogo la petenera grande de José Rodríguez Concepción Medina El Viejo — del que solo se sabe que nació en Jerez en 1852— y que servía de alfombra para convertir el Maestranza en un patio de vecinos del Barrio de Santiago, donde la fiesta, la camaradería, el buen son y mejor compás de todos ellos junto a Diego del Morao, encontraban en Tía Yoya, Tía Majuma, Victoria Prado y Luisa Garrido el cante y el baile de age de un territorio tan fundamental como único para el flamenco, en el otro gran momento de la noche.
La dulzura y también la exigencia de las soleares de Tomás Pavón Cruz (Sevilla, 1893 – 1952), metidas en tempo y compás, además del aditivo sonoro de antaño, conseguían bajar el pulso de un espectáculo que necesitaba coger aire para su recta final y el momento icónico protagonizado junto a Eva Yerbabuena. Y de ello se encargaron las malagueñas y verdiales de Antonio Ortega Escalona Juan Breva (Vélez-Málaga, 1844 – Málaga, 1918), ese "artista gigante, con voz de niña, que era la misma pena cantando detrás de una sonrisa".
Una sonrisa y más de una lágrima de emoción que se escapaba en la posterior bambera. Un diálogo en torno al duende — y lo que significaba para Lorca— no pudo tener mejor momento descriptivo. Tanto en el cante de uno, como en el baile de la otra. Además, con el toro puesto en suerte gracias a la genial despedida que tuvieron del escenario Manuel Monje Lorca Chico y Miguel Poveda interaccionando el uno con el otro.
Ambos, marcaban el punto de inflexión de ese poeta que vivía con pasión todo lo anterior, pero que desde ese momento era el protagonista y se situaba justo antes de que pusiera en marcha lo que después terminó siendo el concurso de cante de 1922, o escribiera su Poema del Cante Jondo "el año que viene".
Y asiéndose del cancionero y poemario lorquiano, no fue Carmen, sino Eva, la que bailó por las calles, en un pasaje por bamberas donde la Leyenda del Tiempo recogerá que fue un momento histórico, en una noche donde el poema a Sevilla hubiera sido el epílogo perfecto porque la saeta final, junto a la marcha Gitano de Sevilla de la Agrupación Musical Virgen de los Reyes, si bien no resta nada a la despedida, tampoco es que le sume mucho al cierre del espectáculo, más allá de tener un guiño con el público de Sevilla y su eterna sevillanía.
Comentarios