XXIII Bienal de Flamenco de Sevilla - Joaquín Grilo - Cucharón y paso atrás
Ficha técnica:
Espectáculo: Cucharón y paso atrás - Artista: Joaquín Grilo - Lugar: Teatro Centrao (XXIII Bienal de Flamenco de Sevilla) - Fecha: 1 de octubre de 2024 - Aforo: Tres cuartos - Baile: Joaquín Grilo - Cante: José Valencia y Carmen Grilo - Guitarra: Francis Gómez y José Tomás
La tierra, la mina, la gañanía, la reunión familiar, la fiesta... los epicentros neurálgicos de lo jondo. Donde todo nace y, a partir de ahí, se transforma. El origen. El que hace dos siglos y medio p'atrás —por lo menos— dio lugar a un género musical y dancístico que hoy es santo y seña del acervo cultural de un pueblo: el flamenco.
Y, al igual que en aquella época, cogiendo el cucharón y dando un paso atrás para que se arrimara otro al lebrillo, Joaquín Grilo llegaba a la Bienal de Flamenco de Sevilla con un espectáculo al que, tras su exitoso estreno en el Festival de Jerez, arribaba a la capital andaluza para confirmar la alternativa, como cierre de una de sus últimas jornadas.
En esta mirada al pasado, junto a Faustino Núñez en la dirección, rinde homenaje a todos aquellos que levantaron esta tierra en una situación tan difícil como cruel, a través de oficios en los que el propio flamenco encontraba germen y génesis. Esos cantes de labor, yunque, fuego, fragua y humo conforman un recorrido musical y dancístico en el que, de forma muy descriptiva, se ve a un artista que lo mismo ara la tierra, que echa carbón al fuego, siega el trigo o, como es lógico, disfruta del descanso de la jornada en una fiesta junto a los suyos.
Un espectáculo coral en el que el baile por martinetes, trilleras, camperas o tarantos, nos ofrecen una retrospectiva sobre la que se proyecta lo heredado por maestros del pasado. En el caso que nos ocupa, encontramos a un Joaquín Grilo que ejerce tanto de aquel alumno aventajado del Ballet Albarizuela que creara Fernando Belmonte, hasta ramalazo en los que Gades inspira el dibujo de su cuerpo o, por supuesto, el genoma de un bailaor con un estilo personal, propio y plenamente identificable en posiciones corporales y remates que han creado un sello genuino y singular.
Junto a su hermana Carmen y José Valencia al cante, más Francis Gómez y José Tomás al toque, Joaquín Grilo se basta y sobra para protagonizar una obra que encuentra puntos álgidos en unas alegrías de Córdoba donde la complicidad con su hermano lebrijano está fuera de toda duda, expresa sus devociones coreografiando una saeta — sin banda— a compás de soleá por la menor de su familia, sin olvidarse tampoco de bucear en su mochila dancística en los tarantos.
No obstante, como es de esperar, el cenit a tanta penuria de aquellos trabajos de sol a sol está en un largo fin de fiesta, en el que todos terminan cantando y bailando. Y todos son todos. Hasta el propio bailaor se atreve a hacer unas letras por bulerías, en un intercambio de papeles donde lo mismo se hace compás en la mesa, que se toca la guitarra, que se arranca a bailar quien menos te lo esperas "aunque la boina le quede como a un santo dos pistolas", como se escuchó por alguna que otra fila del patio de butacas.
Y luchando en esta ocasión con algo que no se suele tener en cuenta muchas veces cuando se diseñan estos proyectos, como es el lugar desde el que lo va a presenciar el espectador, ayer también quedaba patente que el Teatro Central no es el mejor sitio para ver la danza. Ni muchas otras cosas. Pero en especial el baile.
Para muchos artistas flamencos este espacio escénico se ha convertido el sancta sanctórum en el que han echado los dientes como bailaores, pero lo que ayer pudo ser una noche única y mágica como la de febrero en Jerez — con una perspectiva frontal desde el patio de butacas— y que tanto está buscando la Bienal de Flamenco de Sevilla en esta edición, tener un plano picado de visión hacia el escenario no es que ayudase mucho al público a disfrutar de forma plena de la genialidad y la singularidad del bailaor jerezano. Que, si algo tiene, desde siempre, es sello propio y que no se parece a nadie.
Aun así, como Joaquín Grilo es un currante jondo que morirá con las botas (de bailar) puestas, todas las herramientas de las que dispone en su cuerpo fueron más que suficientes para hacer disfrutar al público, de una manera u otra, desde que se alza el telón hasta que, en este caso, se marchan por las escaleras del patio de butacas del teatro.