“Maestro:
Encontré las respuestas a mis preguntas. El porqué de todos los por qué. Encontré mi dirección. Encontré cómo resolver mis problemas. Encontré cómo vivir de manera correcta y con rectitud”.
Por cartas como ésta, de un alumno hindú llamado Rajan, Manuel Lozano Gómez, El Carbonero (Jerez, 1949), lleva 40 años de manera ininterrumpida dando clases de guitarra flamenca. Es el maestro eterno, sucesor, a su vez, de su también mentor Rafael del Águila, de quien aprendieron grandes figuras como Paco Cepero, José Luis Balao o Gerardo Núñez. Y al igual que Del Águila, Lozano ha vivido a la sombra de otros grandes debido a su dedicación casi exclusiva a la enseñanza. Pero en su academia de la calle San Miguel cada vez se oyen menos los ecos de su guitarra. Carbonero, que acaba de cumplir 69 años, va reduciendo sus números de clases. De tener hasta 70 alumnos al mes, ahora casi se cuentan con una mano. Su último es un japonés, al que atenderá justo cuando terminemos de entrevistarlo.
Manuel toma su inseparable guitarra y se sienta en una silla de enea, bajo un enorme retrato que le pintó Jologa hace varias décadas. En las paredes, fotografías con alumnos o con algunos de los artistas a los que ha acompañado. Porque a su faceta de profesor, Manuel le añade la de tocaor —"aunque ahora, mucho menos que cuando tenía 30 años"—. Ha acompañado a grandes como Chocolate, El Lebrijano, Tío Borrico, Tío Juane, Luis de la Pica, Agujetas el viejo, Terremoto… Empezó con la guitarra “casi sin darme cuenta”. Nacido en La Plata, pero criado en San Miguel, se inició en el cante, tal y como lo hacía su padre, el cantaor El Carbonero, del que después tomaría su nombre artístico. Sin embargo, siendo un adolescente, ya se dio cuenta de que le costaba enfrentarse al público. “Me daba muchísima vergüenza”, asegura. Por eso, a los 17 años, su padre empleó 700 pesetas para regalarle su primera guitarra y de ahí, lo mandó con Manolo Ferrer, quien le introduciría en el mundo de las seis cuerdas.
Ya con Rafael del Águila como maestro, Manuel empieza a hacer sus primeros pinitos como profesional, acompañando a su padre en fiestas privadas, en peñas o en verbenas. En esos tiempos se hace con una de sus primeras grandes guitarras, una Eladio Fernández que le cuesta 3.800 pesetas que, actualmente, conserva en casa restaurada “como una reliquia”. Pero su mejor guitarra es una de Pedro Maldonado, que adquiere en Málaga en 1974, en una época en la que trabaja como tocaor en Marbella. “Me costó 15.000 pesetas. Es un guitarrón y aún la uso cuando grabo”.
Manuel habla pausado. De su maestro Rafael del Águila dice que era “un personaje muy intelectual”, cuyo primero consejo que daba a sus alumnos es el mismo que ahora da él a los suyos: “Que no se obsesionen con ser profesionales, porque no necesariamente tenemos que serlo. A veces, chicos que tienen cualidades para ser profesionales no llegan, y tampoco es malo, pero tocan la guitarra a nivel de amigos, de fiestas privadas, de coros rocieros… Hay que tocar para disfrutar, porque la música es para disfrutarla, no para pasarlo mal”.
Tras una temporada trabajando en Málaga regresa a su Jerez natal, donde afirma sentirse “desubicado, recién casado y sin trabajo". Trabaja de albañil, de escayolista, “de todo”. Empieza a dar clases privadas en su casa de la calle Santa Cecilia para ganarse un dinero extra, a la par que entra a trabajar en una fábrica de cartones. Pero poco a poco empieza a hacerse un hueco como tocaor y también, como maestro. “Empecé a ganar dinero y al ver que podía vivir de esto, pedí una excedencia en la fábrica”. Sin duda, fue una decisión acertada.
Miles de alumnos de los cinco continentes
El Carbonero no es capaz de calcular el número de alumnos que han pasado por su academia. Habla de “miles. Miles y de los cinco continentes. Y cuando llega el Festival tengo aquí gente de todos lados”. La gran mayoría viene buscando el toque de Jerez, “único para los profesionales. Cuando un guitarrista de fuera le toca a un cantaor de Jerez que canta bien, disfruta”. Actualmente, Manuel es uno de los maestros más reconocidos de la guitarra flamenca, pero afirma que tiempo atrás eso de dar clases era tomado por algunos guitarristas como algo menor. “Yo he escuchado eso de, no, yo a ti no te doy clases. Para eso, El Carbonero. Yo tengo dos versiones, o porque de verdad no tenían tiempo, o porque no tenían metodología. Porque esa es otra. Una cosa es poner falsetas y otra es saber llevar a un alumno para que tome el camino correcto. No todo el que toca una guitarra vale para dar clases”.
Manuel, que prefiere no citar a algunos de sus alumnos que hoy son profesionales de la guitarra “porque me dejaría alguno y no quiero molestar a nadie”, afirma que el perfil de su alumnado es variado. Desde el extranjero que viene a empaparse de todo lo que pueda en solo unos pocos días —“alguno incluso profesor en su tierra”— hasta el local “que viene a echar la mañana”, pasando por “el niño al que no le gusta la guitarra, pero sí a su padre, o el jubilado que siempre tuvo la ilusión de tocar y hasta que no ha dejado de trabajar no ha tenido tiempo para aprender”. Eso sí, reconoce que el alumnado femenino escasea, más allá “de la que viene para tocar algo en la iglesia”. ¿Por qué tan pocas mujeres tocaoras? “Buena pregunta. Las hay, pero pocas, y algunas muy buenas. Yo escucho una guitarra tocar y sé si es una mujer o un hombre. La sensibilidad de la mujer al tocar clásico es buenísima, pero para el flamenco, es otra cosa. En el flamenco la guitarra tiene que tener un punto de agresividad, algo de masculino”. ¿Es machista la guitarra flamenca?, preguntamos. “Yo ya te he respondido…”, nos dice con una sonrisa en la cara para no meterse en camisas de once varas.
Decía Paco de Lucía que “el tocaor es el más intelectual de los flamencos”. El Carbonero le da completamente la razón. “Debe saber de cante, de baile y de guitarra, lógicamente, mientras que el cantaor solo tiene que cantar y el bailaor solo tiene que bailar. Pero el guitarrista es el que piensa. Y mientras el cantaor no tiene por qué cantar todos los días, el guitarrista tiene que tocar todos los días para estar apto para una actuación. Hay un dicho, que no es mío, pero que lo digo mucho, y es que si dejo de tocar un día, me lo noto yo. Si dejo de tocar dos, me lo nota mi mujer. Y cuando dejo de tocar tres, me lo nota el público. La guitarra hay que cogerla todos los días si quieres estar en activo”. ¿Y cuánto tiempo quiere seguir estando en activo el Carbonero? Manuel, que ya barrunta una pronta jubilación, se lo piensa. “Lo fácil sería decir que hasta que me muera, pero yo llevo 52 años tocando la guitarra y además, más de 40 de profesor. Eso no lo ha hecho nadie. Tocar la guitarra, tocaré siempre. A qué niveles, no lo sé. La guitarra no es como el cante. La guitarra es para disfrutarla, y este es mi oficio. Pero yo pongo una balanza entre lo malo y lo bueno y sin duda tengo más satisfacciones que otra cosa”.