La pulsión actual por el selfie podría llevarnos a pensar que nunca nos hemos sentido más satisfechos como ahora de nosotros mismos. Sin embargo, sabemos que esa manía exhibicionista se combina con más frecuencia de lo deseable con un rechazo, repulsión incluso, hacia nuestra propia imagen. En El cisne negro (Darren Aronofsky, 2010) una bailarina ambiciosa e insegura a la vez se propone convencer al director de su compañía de que merece ser la primera figura en su coreografía para El Lago de los cisnes.
Para ello, deberá interpretar tanto al virginal y glacial Cisne Blanco como al pasional y despiadado Cisne Negro. Esto lleva a la protagonista a una escisión de su personalidad en dos entidades que la desgarrarán dramáticamente. En el proceso descubrirá un yo desconocido, que pugnará con su yo original por tomar el control de su mente.
La literatura romántica se interesó por la figura del doble, el doppelgänger germano, como representación de nuestro lado oscuro o irracional. Se trata normalmente del sosias villano de una persona viva. Poe, Hoffmann o Stevenson incluyen estos desdoblamientos de sus personajes en sus historias de terror fantástico en una época en que la psicología empieza a despegar como disciplina científica en las grandes urbes europeas. Así, el doble malvado vendría a ser la encarnación de nuestros instintos reprimidos por la cultura, la fiera amoral que todos llevamos mal que bien atada en nuestro subconsciente.
Esta ficción novelesca se hace realidad en lo que la psiquiatría llama trastorno de identidad disociativo: algunas personas sufren un desdoblamiento en varias personalidades independientes. El doble y su pariente cercano, la personalidad múltiple, darán mucho juego tanto en la cultura seria como en la popular.
Italo Calvino desdobló mediante una bala de cañón a su Vizconde demediado, para reflexionar sobre el desgarro natural de la existencia, el difícil encaje entre lo que aspiramos a ser y lo que en realidad somos. Y Paul Auster en su Trilogía de Nueva York recurre a un continuo juego de espejos que refleja la mutua identificación entre narrador, autor y personaje.
Multitud de películas han usado y abusado de estos arquetipos con diferentes intenciones y gran variedad de registros: un hombre de ciencia, espoleado por su curiosidad, acaba siendo víctima de una poción que le prometía un saber ilimitado; el educado y retraído recepcionista de un motel de carretera es en realidad un psicópata, asesino en serie, que adopta la personalidad de su propia madre.
La parodia y la caricatura política dominaban sobre la psicología en el ácido retrato que hace Chaplin de Hitler y su doble para El gran dictador. En clave cómica Jerry Lewis nos divierte con los problemas de autoestima de su Profesor chiflado, quien solo bajo los efectos de su brebaje se atreve a competir por la chica con los atléticos y bronceados estudiantes de clase media americana. En La doble vida de Veronique Krzysztof Kieslowski hace a su protagonista conocer fugazmente a su doble, para hablarnos del poder misterioso de la intuición y la empatía, lo que de místico tiene el inconsciente.
La serie alemana Dark explota la paradoja del viaje en el tiempo. Una ominosa central nuclear en mitad de un bosque azotado por la lluvia ácida hace posible que los personajes se enfrenten a su propios reflejos, rejuvenecidos o estragados por los años.
En la serie islandesa Katla (Netflix) el paisaje es casi protagonista absoluto. Amplias extensiones solitarias y yermas de una isla muy próxima a tierra firme, normalmente cubiertas de nieve, aparecen ahora agrisadas por la ceniza y el vapor del volcán Katla, en actividad semilatente. Su erupción explosiva parece inminente, sin embargo, por intereses profesionales o personales, algunos habitantes y vulcanólogos deciden no ser evacuados. El ambiente enrarecido y sucio de hollín se ve sacudido por la aparición en las cercanías del volcán de personas exactamente iguales a otras vivas o muertas de la pequeña comunidad. Corresponde al espectador hallar una explicación a este fenómeno, decidir cuál es el objetivo de estos dobles; si quieren usurpar a los originales o simplemente son proyecciones de estos.
El doble, como el zombi, el vampiro, la bruja o el aprendiz de brujo, son arquetipos literarios y cinematográficos que gozan de estupenda salud. Quizás los riesgos de la inteligencia artificial, de la clonación sin control o, simplemente de la exposición en las redes sociales los hagan ahora más atractivos que nunca.