Ya saben. Dos hermanitos, abandonados en el bosque por sus padres, acaban en la casita de la bruja malvada. El resto es moraleja. Los Grimm, claro, no inventaron la historia. Ya estaban las siete doncellas y los siete muchachos que eran entregados por los padres atenienses como tributo a Minos y su laberinto. O los tres niños asesinados por un carnicero para aprovechar su carne, milagrosamente resucitados por San Nicolás. En definitiva, el abuso por parte de adultos encapuchados y verrugosos sobre una infancia que debe pagar los pecados de sus padres, es una historia antigua.
El thriller cinematográfico y literario ha explotado también el desgarro de la desaparición del niño o joven en un bosque real o metafórico. La tensión e incertidumbre de la búsqueda, el sentimiento de culpa de los adultos, la inocencia mancillada o la propia ambigüedad de la infancia y la adolescencia, son terrenos propicios para el drama. Muchas series de televisión se han preguntado, como Chicho Ibáñez Serrador ¿Quién puede matar a un niño? y han visitado últimamente el tema y sus variantes. La gallega El sabor de las margaritas, la británica Broadchurch o la estadounidense The OA son ejemplos de thriller turbio con violencia sobre menores por parte de unos adultos cargados de culpabilidad.
Conan Doyle y el terror victoriano impregnan las primeras temporadas de la británica El Alienista, en la que lo perverso y hasta lo satánico añaden picante a unas tramas fundamentalmente naturalistas, un realismo sórdido con querencia por la niebla de las orillas del Támesis.
Algunas como la danesa Equinox o la alemana Dark, ahora en sus tercera temporada en Netflix, incluyen el elemento sobrenatural y esto las acerca más a Lovecraft que a Poe. Son series comerciales, que exploran el otro lado del espejo, las realidades alternativas, con claros referentes en The Twilight Zone (en España La dimensión desconocida) en los sesenta, y Expediente X, de los noventa hasta mediado el segundo decenio de este siglo.
En particular Dark, sin ser tan nostálgica y naive, comparte muchos aspectos del argumento y la ambientación con la popular Stranger Things. Tienen como punto de partida la desaparición de unos críos en el bosque que rodea al pueblo, junto al que se alza una central nuclear ominosa y humeante cual caldero de bruja en el caso de la serie alemana, y unas igualmente inquietantes instalaciones experimentales secretas en el caso de Stranger Things.
Van destinadas a audiencias diferentes. Stranger Things se nutre del universo del cómic de fantasía y terror de los sesenta, lleno de criaturas malignas que salen del subsuelo o del pantano. La ironía y el punto de vista de los adolescentes es el tono predominante.
Dark se toma a sí misma más en serio y adopta un punto de vista más adulto y psicológico. Las cosas extrañas están ocurriendo entre los árboles rociados con lluvia ácida proveniente de la industria y la niebla está aun impregnada con el recuerdo de Chernobil. Estamos pues ante un thriller con elementos de terror y de lo fantástico sobrenatural, sin desdeñar la preocupación medioambiental. En este cóctel los guionistas van desvelando gradual y hábilmente una trama de relaciones sentimentales que envuelve a jóvenes y adultos, al pasado y el presente.
Ya en el mundo real, el pasado febrero el ejército nigeriano liberó a 27 niñas raptadas por Boko Haram. Cientos de ellas han sido esclavizadas y obligadas a casarse con miembros de este grupo con la excusa de evitar el adoctrinamiento contrario al islam que las niñas reciben en las escuelas. También los padres de Hansel y Gretel se escudaron en su pobreza para abandonarlos en el bosque. Para entrar en el infierno, no es necesario pasar al otro lado del espejo.
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