Alguien dijo que Manuel Torre era “como un temblor largo y hondo que empezó hace muchos siglos”. Hace ya más de 35 años que, a pocos metros de donde nació el genio de la Plazuela, cantaores como Antonio Malena (Jerez, 1961) se vieron sacudidos por su onda expansiva. Como una especie de eslabón de una cadena que nunca se pierde, como nueva punta de lanza de una saga que conserva las esencias y que tiene savia nueva. Su look multicolor y extravagante, repleto de detalles que imagina una imaginación de diseñador de moda, contrasta con la negrura de su cante espeso, de grandes silencios (como quería Torre) y quejíos que acuchillan.
Desde que su familia, con raíces de los gitanos de Lebrija, se mudase desde el Pozo de la Víbora (en Picadueñas) a la calle Acebuche, al otro lado del antiguo arrabal de San Miguel, este superviviente del cante, un hombre que reconoce que lleva toda su vida buscando la libertad —“que no tiene precio”—, fundó su propia saga de artistas flamencos. La última en hacer aparición estelar ha sido su hija Saira Malena, que a sus 30 años va a cumplir dos desde que debutase en Santiago, en la peña Tío José de Paula. Hay vídeos de una soleá por bulerías que ponen el arte jondo a salvo por muchas décadas más.
A la derecha del padre, está Antoñito, que hasta hace poco era Antonio Malena Hijo en los carteles, y que ya, con 39 años, es Antonio Malena. Un joven ya clásico del acompañamiento guitarrístico en el flamenco jerezano. Y queda Diego Malena, con 36 años, que ha enfocado su carrera artística, que inició con siete años en el tablao de Carmen Amaya bailando con Angelita Vargas o cantando bajo el toque de su hermano en la tristemente desaparecida peña El Garbanzo, al exigente compás de las palmas.
Como la entrevista se produce, paradójicamente, en la sede de la asociación cultural Don Antonio Chacón, la pregunta es obligada: ¿Chacón o Torre? Responde Malena padre: “Yo soy de Torre y de Chacón, porque son los dos bicharracos más grandes que ha dado la historia del flamenco en Jerez. Pero me identifico más con Manuel. Los dos eran de San Miguel, de la Plazuela. Yo soy de los dos sitios, aunque utilizo más la Plazuela, vivo en la calle Acebuche, apenas a unos metros de la calle Álamos, 22, donde vivió Manuel Torre. Me fui allí con 11 años y entré en aquella casa cuando estaba ya vieja, vieja”. Habla la voz autorizada y los niños, que ya no son tan niños, siguen atentos al padre: “El flamenco sigue vivo, claro que sigue vivo, y mientras que esté saliendo gente joven como está saliendo, la llama del flamenco se mantiene viva”.
Antonio Malena es el encargado de dirigir La Plazuela jonda y cantaora, espectáculo que cierra este sábado, a las diez de la noche, la edición especial de la Fiesta de la Bulería más atípica de sus 53 años de historia. El coronavirus ha mutilado lo que iba a ser una enorme reunión (casi 30 artistas previstos) de diferentes estirpes del emblemático barrio. Pero la pandemia lo tiró todo por tierra y Malena ha salvado los muebles a la espera de retomar el proyecto original el año que viene como le han prometido. Los Agujetas, los Rubichi, los Méndez, los Moneo, los Mijita y los Carpio, los Parrilla, los Agarrado, los de la Fragua… muchas familias, más casas que en Juego de Tronos, para tan poco aforo en los Claustros de Santo Domingo. Como la cosa tendrá que esperar un año más, Malena ha reunido, junto a su casa, a algunas voces representativas como la del veterano Luis Moneo, y las de otros más jóvenes pero no menos experimentados: El Tolo y El Quini. Además, el baile pujante de Rocío Marín completa la apuesta.
“El espectáculo es muy sencillo: cante, baile, mucho cante, mucha guitarra, mucho baile y mucho compás. Me lo he montado muy fácil porque las personas que llevo son grandes artistas, excepto mi hija Saira que está empezando. Va a ser una noche muy grande, sobre todo de cante y baile”, dice un hombre que prefiere huir por ahora de la consideración de patriarca de los Malena, al igual que Luis, tras el fallecimiento de sus hermanos Manuel y Juan El Torta, ha pasado a ser el buque insignia vivo de los Moneo. “Es una palabra muy fuerte, queda muy lejos, pero somos dos artistas que empezamos jóvenes y llevamos el cante de Jerez, sea de San Miguel o de Santiago, por bandera”.
No le va a la zaga Antonio Malena hijo, un gran aficionado al cante y atento guitarrista de acompañamiento. “Yo cantaba cuando era más chico, siempre he cantado, pero a los 11 años empecé a coger la guitarra, una que tenía una tía mía en su casa, me llamó la atención y a partir de ahí empecé, y ya no me cambié. Estuve con El Carbonero, como muchos otros guitarristas de aquí, y luego con Antonio Jero, con quien me tiré una buena temporada. Después, pues tuve la suerte, gracias a mi padre, de haber estado con muchos guitarristas y he aprendido mucho de Domingo Rubichi y de todos los que he tenido contacto”, rememora. En este punto, no tiene reparos en autodefinirse como “un guitarrista de acompañamiento”. “Lo de ser solista, no digo que no pueda hacer algo algún día, pero me da mucho respeto, para eso hay que nacer”, confiesa un joven tocaor al que el covid le ha fastidiado su regreso a Japón, donde tenía cerrados dos contratos.
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Como su hermano Antonio, que “nunca le dije a mi padre que quería ser guitarrista, era algo que se iba viendo”, Saira también tuvo siempre mucho respeto a la hora de abrir la boca para dibujar el cante. Lo hacía desde niña sí, pero casi como un juego, nunca pensando en la profesionalidad. “Cantar siempre he cantado desde chica, pero dedicarme más en serio a esto, de dos años para acá. Ya decidí cantar alante”. Y su padre la interrumpe: “Para mí lo de Saira ha sido una sorpresa, nunca me lo podía esperar; aunque cantaba y bailaba desde niña, cuando estos dos me dijeron popá tienes que escuchar a la niña… la había escuchado en casa, pero cuando empezó a cantar por soleá por bulerías, malagueñas, granaínas… de todo, me quedé hecho polvo. Ya me tengo que ir al paro (ríe con orgullo)”.
¿Cuál fue el primer sueldo, Malena padre? "El primer sueldo mío fue con Ana María López, que tenía su escuela de baile en Icovesa; me llamó para cantar en la escuela, de ahí salió una galita con los niños y me gané mis primeras 5.000 pesetas. No recuerdo qué año fue. Hará por lo menos 35 años, más años ya que Matusalén". El covid ha partido por la mitad las previsiones del cantaor, habitual de los cursos que Jerez Puro, la empresa que comparte con la bailaora María del Mar Moreno, imparte de forma periódica en Milán, París o Burdeos. "Iba todos los meses a Milán, este año casi en blanco", reconoce Malena con pesar por una situación en la que "la cultura, una vez más, es la última".
Sobre el futuro para los que empiezan, Saira asegura que "ahora mismo con la situación que tenemos lo veo todo bastante mal, la verdad, pero pienso que menos mal que se han ido dando oportunidades antes y hemos ido haciendo cosas. Yo, por ejemplo, estuve el año pasado en el concurso de la Bienal de Jerez, que hizo la Federación Provincial de Peñas Flamencas, y fue una ventaja para los que estamos empezando". Vuelven las fatigas en tiempos de coronavirus. "Esta fatiga le ha tocado al mundo entero, al que canta y al que no canta —puntualiza Antonio Malena padre–, pero las fatigas en el cante, en el buen sentido, se refieren a una causa. A cantar acordándote del hambre, de tu madre, de tu abuelo… Agujetas decía que sin una causa no ibas a cantar bien. Y esa fatiga debería estar en todos los compañeros. Uno siempre le canta a alguien, te tienes que acordar porque las letras te van llevando a los recuerdos. Las letras nuevas no vienen con el mismo chip que venían antes. Si Tío Borrico cantaba si es mala esta gitana, me deja dormir en el suelo, teniendo una buena cama, pues probablemente aquello fuera real. Hoy a lo mejor hay una letra muy buena, pero no tiene ese mismo sentir, esa verdad".
Saira le escucha atenta junto a sus dos hermanos. Pero tampoco recuerda consejos especiales del padre, solo observarle y ver cómo se comporta en el escenario, como su hermano Antonio asegura que ha venido haciendo desde que tiene uso de razón artístico, "eran cosas que no me tenía que decir". En cambio, con su hermana es implacable. "El más perfeccionista es Antonio —apunta la joven cantaora—, me riñe más. Me corrige mucho en los cantes porque decimos que mi padre, pero él de cante entiende bastante, y me corrige mucho, más que mi padre". Acostumbrada a vivir el flamenco por inercia, ahora tiene otra responsabilidad. "La verdad es que es mejor no pensarlo. Siempre lleva una eso por detrás, venir de dónde vengo, y aparte que en la Plazuela ha habido mucho cante. Recuerdo vivencias con la Chati, con la Paqui, la Margari… muchas, muchísimas fiestas en la Plazuela. Nochebuena, cumpleaños, fines de año… o sin necesidad de ser un día especial, todos los vecinos y vecinas, toda la gente del barrio, formaba lo más grande", recuerda la pequeña de los Malena.
San Miguel, un espacio mítico y simbólico en una de las grandes cunas del arte jondo. Faltan bustos, faltan ya grandes nombres que se fueron, pero la llama, como dice Antonio Malena, sigue viva. "La Plazuela es un museo", sostiene. Desde la estatua de Lola Flores hasta la de La Paquera, "faltan los bustos de Ana Parrilla y Manuel Parrilla, los dos juntitos, eso echo en falta", sugiere. Y la escuela de los palmeros, la gran escuela de los palmeros de Jerez, otra cosa a reivindicar.
De eso habla Diego Malena junto a su padre. "Es fundamental. Hay que recordar a la vieja escuela con El Chusco, El Cabero, el Monea, pero también a Chícharo, Gregorio, Luis y Ali de la Tota, El Bo, y ahora gente más joven como Cantarote, Joselito Rubichi, Javi Peña…". "Empecé con Luis de la Tota, y sigo aprendiendo, ahora con Javi Peña, con el que estoy todo el día liado. Esto no es solo velocidad, hay matices, no es fácil ser palmero". Su padre, puntualiza, "nadie le toca a la parte de atrás y es una parte tan importante en un momento dado como la de alante; en la gama de cantes de compás necesitas un respaldo preparado, y si no tienes eso, falta algo. Hay gente que ha comido y sigue comiendo de las palmas, y son artistas de primera como muchos otros en otras facetas". En todo caso, el patriarca de los Malena, lo tiene claro: "El flamenco no se pierde". Y la Plazuela y la dinastía de los Malena, menos.